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Columnista - 27 octubre, 2010

Merecido homenaje

ESCALPELO Por: Dickson E. Quiroz Torres Todavía vive Valledupar, el viejo Valledupar, el encanto emocionado por la honrosa y merecidísima  designación recaída en una de sus hijas, Olguita Valle Riaño de De La Hoz, en buena hora encumbrada como Consejera de Estado. En medio de la orfandad de representación ante las esferas nacionales, la designación […]

ESCALPELO


Por: Dickson E. Quiroz Torres

Todavía vive Valledupar, el viejo Valledupar, el encanto emocionado por la honrosa y merecidísima  designación recaída en una de sus hijas, Olguita Valle Riaño de De La Hoz, en buena hora encumbrada como Consejera de Estado.

En medio de la orfandad de representación ante las esferas nacionales, la designación de Olguita Valle es un oasis que tenía y tiene que celebrarse como Dios manda, sin mezquindades en su exteriorización: las expresiones de gratitud y admiración que les fueron tributadas la semana pasada por sus coterráneos, son apenas un mínimo indicador colectivo de cuan endeudados estamos con su familia, de lo tanto que se le aprecia en lo personal y se le admira en lo profesional.

Los contertulios de sus homenajes alababan por igual su progenie, los siempre inolvidables Rafael Valle Meza y Olga Riaño de Valle, con quienes aún la región está en mora de reconocerles su significación pública. Es herencia de nuestra Consejera esa entrega denodada de amor y servicio a la comunidad y esa capacidad  transcendente para abrirse camino en un mundo casi inhóspito. Y no son solos sus padres los acreedores de los afectos y admiración colectivos, pues sus hermanos, cada uno en su órbita de acción, son dignos de emular y enorgullecen la vallenatía.

Estos son valores intrínsecos, desde luego, que tuvieron la virtualidad de tallar y signar la personalidad de Olguita. Mientras otros muchos tiran por la borda esos activos, nuestro personaje los capitaliza, los honra y los pone con sencillez y humildad al servicio de su comunidad: su presencia activa en la lucha contra el flagelo del cáncer así lo atestigua, amén de otros menesteres filantrópicos. Cómo no apreciar y valorar esos atributos humanísticos…

Por supuesto, esas razones precedentes no debieron incidir en el proceso de su designación; allí hubo que echar mano de una profesionalidad probada y probada por más de 30 años de ejercicio, siempre incólume de los no siempre gratos y decentes embates de la contienda judicial: ese terreno está plagado de pirañas, y quien logre sortearlo y salir robustecido, en vez de mutilado, es un héroe o una heroína. Ojalá se conserve así, por siempre, nuestra más paradigmática expresión cesarense.

Esta nota es una sencilla pero sentida y racional deferencia con una colega con quien me inicié en las lides judiciales ha tanto tiempo y a quien he seguido muy de cerca en su discurrir profesional y social, ganándose mi admiración; ya antes lo había reconocido en el brindis ofrecido con ocasión de la posesión del amigo Henry Calderón Raudales, como magistrado del Tribunal Superior de Valledupar, en el cual invitaba a los colegas a escalar los altos designios que hoy nos enorgullecen de la magistrada Valle de De La Hoz. Además de la racionalidad, me comprometen sus hermanos varones, que de ambos abrevé como su condiscípulo en las inolvidables aulas del colegio Loperena, egresando con Rafael Raúl.

Lo de Olguita Valle es un ‘startazo’ para los cesarenses, inclusive para nuestros hermanos guajiros, que hoy juntos como tantas otras veces atravesamos el Niágara en bicicleta. Como nunca en los más de 50 años de ‘autonomía’ departamental, el Cesar padece un desierto en el reconocimiento nacional. A más de nuestros cinco parlamentarios, cuatro de ellos de elección impajaritable, hoy sólo tenemos para mostrar en la esfera nacional a nuestra homenajeada consejera de estado: bien vale la pena, pues, ser perseverante, estudioso, decente y competitivo.

A propósito. Vale la pena repensarnos, ahora más que nunca cuando inmensos son los desafíos. De la abundancia pasamos a la hambruna en el reconocimiento y representación nacional, y ello no ha sido gratuito ni ha sido ojeriza ni persecución de los demás. La responsabilidad ha sido exclusiva nuestra. ¿Cómo vadear el pantano? Ojalá la enseñanza de la historia sirva para escarmentarnos del facilismo y enseñarnos perseverancia, estudio, decencia y competitividad.

[email protected]

Columnista
27 octubre, 2010

Merecido homenaje

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Dickson E. Quiroz Torres

ESCALPELO Por: Dickson E. Quiroz Torres Todavía vive Valledupar, el viejo Valledupar, el encanto emocionado por la honrosa y merecidísima  designación recaída en una de sus hijas, Olguita Valle Riaño de De La Hoz, en buena hora encumbrada como Consejera de Estado. En medio de la orfandad de representación ante las esferas nacionales, la designación […]


ESCALPELO


Por: Dickson E. Quiroz Torres

Todavía vive Valledupar, el viejo Valledupar, el encanto emocionado por la honrosa y merecidísima  designación recaída en una de sus hijas, Olguita Valle Riaño de De La Hoz, en buena hora encumbrada como Consejera de Estado.

En medio de la orfandad de representación ante las esferas nacionales, la designación de Olguita Valle es un oasis que tenía y tiene que celebrarse como Dios manda, sin mezquindades en su exteriorización: las expresiones de gratitud y admiración que les fueron tributadas la semana pasada por sus coterráneos, son apenas un mínimo indicador colectivo de cuan endeudados estamos con su familia, de lo tanto que se le aprecia en lo personal y se le admira en lo profesional.

Los contertulios de sus homenajes alababan por igual su progenie, los siempre inolvidables Rafael Valle Meza y Olga Riaño de Valle, con quienes aún la región está en mora de reconocerles su significación pública. Es herencia de nuestra Consejera esa entrega denodada de amor y servicio a la comunidad y esa capacidad  transcendente para abrirse camino en un mundo casi inhóspito. Y no son solos sus padres los acreedores de los afectos y admiración colectivos, pues sus hermanos, cada uno en su órbita de acción, son dignos de emular y enorgullecen la vallenatía.

Estos son valores intrínsecos, desde luego, que tuvieron la virtualidad de tallar y signar la personalidad de Olguita. Mientras otros muchos tiran por la borda esos activos, nuestro personaje los capitaliza, los honra y los pone con sencillez y humildad al servicio de su comunidad: su presencia activa en la lucha contra el flagelo del cáncer así lo atestigua, amén de otros menesteres filantrópicos. Cómo no apreciar y valorar esos atributos humanísticos…

Por supuesto, esas razones precedentes no debieron incidir en el proceso de su designación; allí hubo que echar mano de una profesionalidad probada y probada por más de 30 años de ejercicio, siempre incólume de los no siempre gratos y decentes embates de la contienda judicial: ese terreno está plagado de pirañas, y quien logre sortearlo y salir robustecido, en vez de mutilado, es un héroe o una heroína. Ojalá se conserve así, por siempre, nuestra más paradigmática expresión cesarense.

Esta nota es una sencilla pero sentida y racional deferencia con una colega con quien me inicié en las lides judiciales ha tanto tiempo y a quien he seguido muy de cerca en su discurrir profesional y social, ganándose mi admiración; ya antes lo había reconocido en el brindis ofrecido con ocasión de la posesión del amigo Henry Calderón Raudales, como magistrado del Tribunal Superior de Valledupar, en el cual invitaba a los colegas a escalar los altos designios que hoy nos enorgullecen de la magistrada Valle de De La Hoz. Además de la racionalidad, me comprometen sus hermanos varones, que de ambos abrevé como su condiscípulo en las inolvidables aulas del colegio Loperena, egresando con Rafael Raúl.

Lo de Olguita Valle es un ‘startazo’ para los cesarenses, inclusive para nuestros hermanos guajiros, que hoy juntos como tantas otras veces atravesamos el Niágara en bicicleta. Como nunca en los más de 50 años de ‘autonomía’ departamental, el Cesar padece un desierto en el reconocimiento nacional. A más de nuestros cinco parlamentarios, cuatro de ellos de elección impajaritable, hoy sólo tenemos para mostrar en la esfera nacional a nuestra homenajeada consejera de estado: bien vale la pena, pues, ser perseverante, estudioso, decente y competitivo.

A propósito. Vale la pena repensarnos, ahora más que nunca cuando inmensos son los desafíos. De la abundancia pasamos a la hambruna en el reconocimiento y representación nacional, y ello no ha sido gratuito ni ha sido ojeriza ni persecución de los demás. La responsabilidad ha sido exclusiva nuestra. ¿Cómo vadear el pantano? Ojalá la enseñanza de la historia sirva para escarmentarnos del facilismo y enseñarnos perseverancia, estudio, decencia y competitividad.

[email protected]