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Columnista - 1 abril, 2012

Memoria histórica

Por: Luis Rafael Nieto Pardo Defensor público [email protected] De ninguna manera la calidez de aquel amanecer del 3 de abril de 1997, hacía presagiar a los habitantes de esta hermosa ciudad, y más concretamente a los vecinos del sector del Barrio Dangond, en donde se encuentra ubicada la ya tristemente famosa Cárcel Judicial, que su […]

Por: Luis Rafael Nieto Pardo
Defensor público
[email protected]

De ninguna manera la calidez de aquel amanecer del 3 de abril de 1997, hacía presagiar a los habitantes de esta hermosa ciudad, y más concretamente a los vecinos del sector del Barrio Dangond, en donde se encuentra ubicada la ya tristemente famosa Cárcel Judicial, que su tranquilidad se vería abruptamente truncada cuando se propaló la noticia de que un pequeño grupo de internos “peligrosos” se habían tomado las instalaciones del penal a sangre y fuego; y lo más preocupante, fue que más tarde y con la filtración de las primeras noticias de lo que estaba sucediendo al interior, se supo que los alzados en armas, además de encontrarse fuertemente armados y atrincherados, tenían en su poder a trece rehenes, entre los cuales se encontraban, entre otros, la señora Hilva Rivero de Fuentes, quien a la postre contaba con 52 años y tenía problemas coronarios, lo que mantenía en zozobra y angustia a su familia y amigos; y también recuerdo que esta abnegada mujer, por más de 15 años se había desempeñado como “todera” en dicho establecimiento, pues había hecho de pagadora, trabajadora social, enfermera, secretaria… y pare de contar.
Otro famoso rehén, en sentido figurado, lo fue nuestro gran amigo el “pollo” Israel Rodríguez, quien estuvo a punto de perder la vida en uno de los intentos de incursión de la fuerza pública, pero el “pollo” logró escabullirse a la libertad, para satisfacción y tranquilidad de sus familiares y amigos.  Recuerdo también, que como si eso fuera novedoso en este país, la causa de la protesta, o por lo menos el pretexto de los amotinados para dialogar con José Noé Ríos, Viceministro de Trabajo, y de Gobierno, en la administración de Samper, y con otros representantes del gobierno departamental, local y de la iglesia, lo eran que se les dieran las garantías de los Derechos Fundamentales, respeto de los derechos humanos, análisis de los traslados solicitados por los reclusos y de los ordenados por el Inpec, vigilancia al debido proceso y solicitud a la Fiscalía para la agilización y definición de la situación jurídica de los sindicados.
Mientras el tiempo pasaba y la toma trascurría, de aquella tranquila barriada, rodeada por un cerco militar con soldados armados de fusiles, se fueron ubicando y apoderándose del espacio público y no público, los vendedores de frutas, mango biche, raspao, helados, y otros, y para complemento, a primeras horas del amanecer y antes del canto de los gallos, los nerviosos y temerosos vecinos eran despertados por el grito “llegó el peto”, lanzado como un alarido por un moreno grueso al comando de un triciclo de carga con una gran olla y armado de cipote de cucharón.  Y por si le faltara algo al ya grotesco escenario, cada día se acrecentaba más la población flotante en los alrededores del penal con la llegada de parientes y amigos de reclusos venidos de otros lugares y de los vecinos de barrios aledaños que llegaban a relevar a los que acababan de montar guardia en espera del desarrollo de las conversaciones o del desenlace, que a la postre dejó más de tres muertos, varios heridos y daños materiales incalculables.
Y qué decir del penoso espectáculo mañanero que dejaba al descubierto y regados por las calles, latas, vasos y pañales desechables, papeles, y fétidos olores, tal y como si hubiera sido el final de un concierto de Diomedes, o del gran ruiseñor del Cesar, o de Silvestre, ahora.
De verdad que no es un grato recuerdo, pero considero que es mi responsabilidad y obligación traer a colación el tema, porque de nuevo hay hacinamiento, promiscuidad, las garantías en entredicho; en resumen, amigos lectores, la bomba sigue ahí enterrada, a pesar de todas las promesas y mentiras de los representantes de turno, que más bien deberían ser confinados al interior del mismo para que sientan en carne propia la urgente necesidad de su traslado a otro lugar distante.

Columnista
1 abril, 2012

Memoria histórica

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Luis Rafael Nieto Pardo

Por: Luis Rafael Nieto Pardo Defensor público [email protected] De ninguna manera la calidez de aquel amanecer del 3 de abril de 1997, hacía presagiar a los habitantes de esta hermosa ciudad, y más concretamente a los vecinos del sector del Barrio Dangond, en donde se encuentra ubicada la ya tristemente famosa Cárcel Judicial, que su […]


Por: Luis Rafael Nieto Pardo
Defensor público
[email protected]

De ninguna manera la calidez de aquel amanecer del 3 de abril de 1997, hacía presagiar a los habitantes de esta hermosa ciudad, y más concretamente a los vecinos del sector del Barrio Dangond, en donde se encuentra ubicada la ya tristemente famosa Cárcel Judicial, que su tranquilidad se vería abruptamente truncada cuando se propaló la noticia de que un pequeño grupo de internos “peligrosos” se habían tomado las instalaciones del penal a sangre y fuego; y lo más preocupante, fue que más tarde y con la filtración de las primeras noticias de lo que estaba sucediendo al interior, se supo que los alzados en armas, además de encontrarse fuertemente armados y atrincherados, tenían en su poder a trece rehenes, entre los cuales se encontraban, entre otros, la señora Hilva Rivero de Fuentes, quien a la postre contaba con 52 años y tenía problemas coronarios, lo que mantenía en zozobra y angustia a su familia y amigos; y también recuerdo que esta abnegada mujer, por más de 15 años se había desempeñado como “todera” en dicho establecimiento, pues había hecho de pagadora, trabajadora social, enfermera, secretaria… y pare de contar.
Otro famoso rehén, en sentido figurado, lo fue nuestro gran amigo el “pollo” Israel Rodríguez, quien estuvo a punto de perder la vida en uno de los intentos de incursión de la fuerza pública, pero el “pollo” logró escabullirse a la libertad, para satisfacción y tranquilidad de sus familiares y amigos.  Recuerdo también, que como si eso fuera novedoso en este país, la causa de la protesta, o por lo menos el pretexto de los amotinados para dialogar con José Noé Ríos, Viceministro de Trabajo, y de Gobierno, en la administración de Samper, y con otros representantes del gobierno departamental, local y de la iglesia, lo eran que se les dieran las garantías de los Derechos Fundamentales, respeto de los derechos humanos, análisis de los traslados solicitados por los reclusos y de los ordenados por el Inpec, vigilancia al debido proceso y solicitud a la Fiscalía para la agilización y definición de la situación jurídica de los sindicados.
Mientras el tiempo pasaba y la toma trascurría, de aquella tranquila barriada, rodeada por un cerco militar con soldados armados de fusiles, se fueron ubicando y apoderándose del espacio público y no público, los vendedores de frutas, mango biche, raspao, helados, y otros, y para complemento, a primeras horas del amanecer y antes del canto de los gallos, los nerviosos y temerosos vecinos eran despertados por el grito “llegó el peto”, lanzado como un alarido por un moreno grueso al comando de un triciclo de carga con una gran olla y armado de cipote de cucharón.  Y por si le faltara algo al ya grotesco escenario, cada día se acrecentaba más la población flotante en los alrededores del penal con la llegada de parientes y amigos de reclusos venidos de otros lugares y de los vecinos de barrios aledaños que llegaban a relevar a los que acababan de montar guardia en espera del desarrollo de las conversaciones o del desenlace, que a la postre dejó más de tres muertos, varios heridos y daños materiales incalculables.
Y qué decir del penoso espectáculo mañanero que dejaba al descubierto y regados por las calles, latas, vasos y pañales desechables, papeles, y fétidos olores, tal y como si hubiera sido el final de un concierto de Diomedes, o del gran ruiseñor del Cesar, o de Silvestre, ahora.
De verdad que no es un grato recuerdo, pero considero que es mi responsabilidad y obligación traer a colación el tema, porque de nuevo hay hacinamiento, promiscuidad, las garantías en entredicho; en resumen, amigos lectores, la bomba sigue ahí enterrada, a pesar de todas las promesas y mentiras de los representantes de turno, que más bien deberían ser confinados al interior del mismo para que sientan en carne propia la urgente necesidad de su traslado a otro lugar distante.