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Editorial - 30 diciembre, 2020

Mejor cualquier mujer que Ñoños y Musas

El estimado representante Eliécer Salazar metió la pata de buena fe intentando bajarle el porcentaje del 50 % de participación de la mujer, ¡y pa’ qué fue eso! Se le vinieron tirias y troyanas.

El estimado representante Eliécer Salazar  metió la pata de buena fe intentando  bajarle el porcentaje del 50 % de participación de la mujer, ¡y pa’ qué fue eso! Se le vinieron tirias y troyanas. Lo justificó diciendo que en las listas aspiraban los hombres y pocas mujeres. Pero cuál problema: mejor era escogerlas por sorteo (también los  señores senadores o representantes). Así se colige del artículo de hace 6 años de Mauricio García Villegas en El Espectador y en el portal de Dejusticia:

 “Los senadores Bernardo Ñoño Elías y Musa Besaile, de Córdoba, sacaron 140.000 y 145.000 votos respectivamente en las pasadas elecciones.(…) Les ganaron a Jorge Robledo, considerado el mejor congresista del país, y a Horacio Serpa y Antonio Navarro, dos personalidades nacionales. ¿Cómo lo lograron?

 (..) Contra las elecciones (Contre les Elections), escrito hace poco por David van Reybrouck, propone reemplazar las elecciones para Congreso por un sorteo, un Congreso aleatorio.

La idea viene de la Grecia clásica. Rousseau también habla de ella en El contrato social, y en los últimos años países como Canadá, Islandia, Holanda e Irlanda han intentado ponerla en práctica. (…)

Ya me imagino las objeciones: los escogidos no tienen la experiencia, ni los diplomas que se necesitan para cumplir bien con sus funciones, desconocen los secretos de la administración pública, no comprenden las complejidades del país, etc. Pero tal vez esos temores son infundados, como lo muestra la experiencia de los jurados de conciencia en los juicios penales (también escogidos al azar) y en donde se ve cómo ciudadanos sin ninguna preparación asumen el cargo con gran compromiso (…) Además, el argumento de la falta de conocimientos también valdría para impedir que la gente del común vote (esa era la objeción que surgió cuando el voto se amplió a las mujeres y a los campesinos). El azar y el voto son mecanismos igualmente democráticos. Ambos aceptan que las leyes deben ser hechas por el pueblo (no por los mejores del pueblo, que es la idea aristocrática). La diferencia está en que el azar conduce a que gente del común delibere seriamente en una asamblea, mientras que el voto conduce a que políticos profesionales, corrompidos por el dinero y el poder (no todos, claro) decidan sin debatir. Es más fácil que el ciudadano del común se corrompa en las elecciones, vendiendo su voto, que en una audiencia pública y solemne en donde, por un tiempo limitado, tienen que oír, opinar, argumentar y debatir.

Supongamos que Ñoño y Besaile no son políticos de profesión sino comerciantes de Montería que salen escogidos en un sorteo para ir al Congreso durante un año; supongamos que no hay partidos, ni incentivos económicos de por medio (mermelada, prebendas, compra de votos, etc.), que al llegar al Congreso están asistidos por expertos y que su participación en los debates se transmite por televisión. No sé si peco por ingenuo, pero creo que Ñoño y Besaile harían un buen trabajo y, en todo caso, un trabajo mejor del que hacen ahora”.

Entonces, sin ironía, es mejor sortear entre amas de casa que votar por los Ñoños y Musas que terminaron en la cárcel.

Editorial
30 diciembre, 2020

Mejor cualquier mujer que Ñoños y Musas

El estimado representante Eliécer Salazar metió la pata de buena fe intentando bajarle el porcentaje del 50 % de participación de la mujer, ¡y pa’ qué fue eso! Se le vinieron tirias y troyanas.


El estimado representante Eliécer Salazar  metió la pata de buena fe intentando  bajarle el porcentaje del 50 % de participación de la mujer, ¡y pa’ qué fue eso! Se le vinieron tirias y troyanas. Lo justificó diciendo que en las listas aspiraban los hombres y pocas mujeres. Pero cuál problema: mejor era escogerlas por sorteo (también los  señores senadores o representantes). Así se colige del artículo de hace 6 años de Mauricio García Villegas en El Espectador y en el portal de Dejusticia:

 “Los senadores Bernardo Ñoño Elías y Musa Besaile, de Córdoba, sacaron 140.000 y 145.000 votos respectivamente en las pasadas elecciones.(…) Les ganaron a Jorge Robledo, considerado el mejor congresista del país, y a Horacio Serpa y Antonio Navarro, dos personalidades nacionales. ¿Cómo lo lograron?

 (..) Contra las elecciones (Contre les Elections), escrito hace poco por David van Reybrouck, propone reemplazar las elecciones para Congreso por un sorteo, un Congreso aleatorio.

La idea viene de la Grecia clásica. Rousseau también habla de ella en El contrato social, y en los últimos años países como Canadá, Islandia, Holanda e Irlanda han intentado ponerla en práctica. (…)

Ya me imagino las objeciones: los escogidos no tienen la experiencia, ni los diplomas que se necesitan para cumplir bien con sus funciones, desconocen los secretos de la administración pública, no comprenden las complejidades del país, etc. Pero tal vez esos temores son infundados, como lo muestra la experiencia de los jurados de conciencia en los juicios penales (también escogidos al azar) y en donde se ve cómo ciudadanos sin ninguna preparación asumen el cargo con gran compromiso (…) Además, el argumento de la falta de conocimientos también valdría para impedir que la gente del común vote (esa era la objeción que surgió cuando el voto se amplió a las mujeres y a los campesinos). El azar y el voto son mecanismos igualmente democráticos. Ambos aceptan que las leyes deben ser hechas por el pueblo (no por los mejores del pueblo, que es la idea aristocrática). La diferencia está en que el azar conduce a que gente del común delibere seriamente en una asamblea, mientras que el voto conduce a que políticos profesionales, corrompidos por el dinero y el poder (no todos, claro) decidan sin debatir. Es más fácil que el ciudadano del común se corrompa en las elecciones, vendiendo su voto, que en una audiencia pública y solemne en donde, por un tiempo limitado, tienen que oír, opinar, argumentar y debatir.

Supongamos que Ñoño y Besaile no son políticos de profesión sino comerciantes de Montería que salen escogidos en un sorteo para ir al Congreso durante un año; supongamos que no hay partidos, ni incentivos económicos de por medio (mermelada, prebendas, compra de votos, etc.), que al llegar al Congreso están asistidos por expertos y que su participación en los debates se transmite por televisión. No sé si peco por ingenuo, pero creo que Ñoño y Besaile harían un buen trabajo y, en todo caso, un trabajo mejor del que hacen ahora”.

Entonces, sin ironía, es mejor sortear entre amas de casa que votar por los Ñoños y Musas que terminaron en la cárcel.