Publicidad
Categorías
Categorías
Crónica - 9 octubre, 2016

“Maté a mi mejor amigo por orden de los paracos”: Excombatiente de las Auc

Un exparamilitar contó su historia de vida. Reveló detalles de su accionar delincuencial en el centro del departamento del Magdalena.

Leonardo Alvarado/EL PILÓN
Un excombatiente de las Autodefensas le contó a EL PILÓN su historia de vida empuñando fusiles.
Leonardo Alvarado/EL PILÓN Un excombatiente de las Autodefensas le contó a EL PILÓN su historia de vida empuñando fusiles.
Boton Wpp

Debajo de un frondoso árbol de almendra agria, Fernando de Jesús Almarales Bueno limpia su motocicleta con un trapo rojo y sucio de una crema para lustrar su vehículo. Lo alista para una nueva jornada laboral.

Un amanecer bajo la lluvia no lo desmotiva para ir a trabajar. El huracán Matthew parece confabularse con las nubes grises y amenazantes como queriendo arrinconar sus ganas de ir a buscar el ‘pan de cada día’.

Mira hacia el cielo, mientras el olor a gasolina invade su entorno; un juego de herramientas se confunde en el piso de la húmeda terraza de su vivienda, ubicada en algún lugar de Valledupar. No importa las pocas bondades del clima, enciende el motor, luego un cigarrillo para calmar el frío aberrante en una mañana del 1 de octubre.

Ríe cuando le preguntan por su pasado, pero llora cuando se acuerda que mató a su mejor amigo en una madrugada de velitas (8 de diciembre) por orden de los ‘paracos’ (Autodefensas Unidas de Colombia, Auc). Se aferra a su tragedia, cree que dañó su vida por “culpa de la ignorancia”. Nunca lo desveló un arma, tampoco la sangre que hizo derramar en una guerra sin sentido, como él mismo reconoce.

El motor de su vehículo deja de rugir como queriendo amalgamar la historia desalmada que quiso contar. No le da pena recordar su oscuro pasado, mucho menos darle crédito a la pena moral que lo embarga cuando mira sus dos hijos jugar en medio de la llovizna.
“Veo mis dos hijos y a veces me pregunto qué hubiera pasado si ahora estuviera muerto, porque uno en los ‘paracos’ o termina preso o en un ataúd, al menos tuve la fortuna de durar poco en la cárcel porque ‘cazaron’ a un juez, ahora tengo una familia muy linda y tuve la fortaleza de enderezar mi vida. Ando con miedo porque dejé mucho enemigo, pero de algo hay que vivir. Me puse los camuflados por ignorancia”, reconoció el hombre de 41 años, quien integró las filas paramilitares.

Fernando de Jesús Almarales Bueno, un nombre ficticio para proteger la identidad de un excombatiente, dejó muchos hogares huérfanos y familias incompletas en el centro del departamento del Magdalena, lugar en donde sembró el terror al lado de un centenar de paramilitares, en aquel entonces, al mando de alias ‘Esteban’.

Cicatrices y dolor
A un lado quedó su corte militar, el mismo que usaba al interior de las autodefensas. Una cicatriz en su brazo derecho es la prueba fehaciente del momento difícil que vivió, cuando en 2002, agentes del CTI y un escuadrón paramilitar se enfrentaron a tiros en el puente que del municipio de Pivijay comunica con Barranquilla.

Ese día una bala de fusil le penetró en el brazo del hombre corpulento y de piel exagerada. Abandonó el cruce de disparos, mientras aviones de la Fuerza Aérea trataban de apoyar el operativo emprendido por las autoridades para capturar a los cabecillas del Bloque Pivijay de los ‘paras’.
“No recuerdo qué fecha, lo cierto fue que ese día me encontré de frente con la muerte, eran como las 11:00 de la mañana, derramé mucha sangre y uno de los ‘pelaos’ me atendió la herida, me camuflé en una casa, fue una herida leve pero casi me matan, era, como 30 hombres del CTI”, dijo.

Lo que sí tiene intacto es el recuerdo del momento en que mató a su mejor amigo en un corregimiento cercano a Fundación, Magdalena, el mismo caserío de donde es oriundo el exparamilitar. “Alias ‘Esteban’ me dijo que matara a mi mejor amigo, fue la peor orden que me habían dado. Me dijo que si yo no lo mataba, él (Esteban) me mataba a mí con una motosierra y me hacía picadillos. Como a las 5:00 de la mañana el ‘objetivo’ fue a comprar una botella de ron Medellín en una de las tres tiendas que había en el pueblo, estaba amanecido y enmaicenado, le pegué tres tiros en la espalda y uno en la cabeza, quedó listo, yo tenía un pasamontaña. Estaba muy oscuro todavía, ese día el pueblo se conmovió mucho porque era un muchacho de buena familia, los ‘paracos’ lo mandaron a matar porque les dio la gana o no le caía bien al jefe, lo que cierto es que el man era pinta y tenía muchas novias, pero fue mi mejor amigo del colegio. Él no alcanzó a verme cuando le disparé, eso me tranquilizó en el momento, pero ahora me siento como la peor persona del mundo”.

¿Cómo llegó a las Auc?
Como muchos de los excombatientes de las Auc, Fernando de Jesús Almarales Bueno ingresó al comando ilegal por necesidad. “En 1994 un señor de buena apariencia llegó al billar y pidió una cerveza, yo estaba jugando buchacara, andaba sin camello y de vez en cuando tiraba mezcla.

Nos encontramos en el baño, no sé si estaba esperando el tiro para coincidir en la ‘orinada’, se me presentó y me dijo que trabajaba con un ‘teso’, me ofreció irme para los ‘paracos’. No le respondí enseguida porque me sorprendió, pero la idea me sonó. Luego le dije que me dejara arreglar unas cosas, a la semana volvió y nos pusimos de acuerdo, me dio 40.000 pesos para los pasajes y al día siguiente ya estaba entrenando en una base militar por Chivolo, Magdalena”.

Su trajinar en una vida llena de codicia divagada en medio de los excesos lo condujo a hacer parte de muchas incursiones en las que decenas de campesinos fueron sacrificados. “Yo participé en la masacre de El Playón Orozco, (9 de enero de 1999), ahí matamos a 27 personas, pero te juro por mi mamá y mis hijos que no disparé ni un solo tiro porque yo estaba en las afueras del pueblo para evitar que la gente huyera, luego hubo otra masacre en Nueva Venecia, cerca de Sitionuevo, (22 de noviembre del 2000) ese día no fui porque estaba haciéndole inteligencia a dos guerrillos que estaban por El Banco, a esos manes los mataron y los tiraron al río Magdalena”.

El 19 de junio de 2001 fue detenido con un cargamento de armas en el barrio La Luz de Barranquilla. Luego fue procesado y condenado a 14 años de prisión por porte ilegal de armas de uso privativo de las fuerzas militares, sin embargo solo pagó ocho porque “hubo un billete de por medio”, como él mismo lo asegura.

La cárcel lo hizo reflexionar. Fueron las noches y los días más largos del mundo tras las rejas, sin embargo, al salir conoció el verdadero amor, el mismo que desconoció cuando fue un miliciano de las Autodefensas porque “nada lo tomaba en serio, aprovechaba que era ‘paraco’ para enamorar a muchas jóvenes y estar con ellas”.

Hace siete años, conoció en Valledupar al amor de su vida, de cuya unión nacieron Michael y Laura, de seis y dos años, respectivamente. Jamás volvió a su tierra natal, la misma en donde sembró el terror y dejó muchas familias huérfanas. Su pena moral lo hizo olvidarse de sus ancestros. Hoy reside en una humilde vivienda en la capital del Cesar y labora como mototaxista.

Fernando de Jesús Almarales Bueno pagó ocho años de cárcel. Al salir rehízo su vida, se casó y hoy reside en algún lugar de Valledupar. Asegura que se arrepiente de haber hecho parte de las Autodefensas.

Nibaldo Bustamante/EL PILÓN

 

Crónica
9 octubre, 2016

“Maté a mi mejor amigo por orden de los paracos”: Excombatiente de las Auc

Un exparamilitar contó su historia de vida. Reveló detalles de su accionar delincuencial en el centro del departamento del Magdalena.


Leonardo Alvarado/EL PILÓN
Un excombatiente de las Autodefensas le contó a EL PILÓN su historia de vida empuñando fusiles.
Leonardo Alvarado/EL PILÓN Un excombatiente de las Autodefensas le contó a EL PILÓN su historia de vida empuñando fusiles.
Boton Wpp

Debajo de un frondoso árbol de almendra agria, Fernando de Jesús Almarales Bueno limpia su motocicleta con un trapo rojo y sucio de una crema para lustrar su vehículo. Lo alista para una nueva jornada laboral.

Un amanecer bajo la lluvia no lo desmotiva para ir a trabajar. El huracán Matthew parece confabularse con las nubes grises y amenazantes como queriendo arrinconar sus ganas de ir a buscar el ‘pan de cada día’.

Mira hacia el cielo, mientras el olor a gasolina invade su entorno; un juego de herramientas se confunde en el piso de la húmeda terraza de su vivienda, ubicada en algún lugar de Valledupar. No importa las pocas bondades del clima, enciende el motor, luego un cigarrillo para calmar el frío aberrante en una mañana del 1 de octubre.

Ríe cuando le preguntan por su pasado, pero llora cuando se acuerda que mató a su mejor amigo en una madrugada de velitas (8 de diciembre) por orden de los ‘paracos’ (Autodefensas Unidas de Colombia, Auc). Se aferra a su tragedia, cree que dañó su vida por “culpa de la ignorancia”. Nunca lo desveló un arma, tampoco la sangre que hizo derramar en una guerra sin sentido, como él mismo reconoce.

El motor de su vehículo deja de rugir como queriendo amalgamar la historia desalmada que quiso contar. No le da pena recordar su oscuro pasado, mucho menos darle crédito a la pena moral que lo embarga cuando mira sus dos hijos jugar en medio de la llovizna.
“Veo mis dos hijos y a veces me pregunto qué hubiera pasado si ahora estuviera muerto, porque uno en los ‘paracos’ o termina preso o en un ataúd, al menos tuve la fortuna de durar poco en la cárcel porque ‘cazaron’ a un juez, ahora tengo una familia muy linda y tuve la fortaleza de enderezar mi vida. Ando con miedo porque dejé mucho enemigo, pero de algo hay que vivir. Me puse los camuflados por ignorancia”, reconoció el hombre de 41 años, quien integró las filas paramilitares.

Fernando de Jesús Almarales Bueno, un nombre ficticio para proteger la identidad de un excombatiente, dejó muchos hogares huérfanos y familias incompletas en el centro del departamento del Magdalena, lugar en donde sembró el terror al lado de un centenar de paramilitares, en aquel entonces, al mando de alias ‘Esteban’.

Cicatrices y dolor
A un lado quedó su corte militar, el mismo que usaba al interior de las autodefensas. Una cicatriz en su brazo derecho es la prueba fehaciente del momento difícil que vivió, cuando en 2002, agentes del CTI y un escuadrón paramilitar se enfrentaron a tiros en el puente que del municipio de Pivijay comunica con Barranquilla.

Ese día una bala de fusil le penetró en el brazo del hombre corpulento y de piel exagerada. Abandonó el cruce de disparos, mientras aviones de la Fuerza Aérea trataban de apoyar el operativo emprendido por las autoridades para capturar a los cabecillas del Bloque Pivijay de los ‘paras’.
“No recuerdo qué fecha, lo cierto fue que ese día me encontré de frente con la muerte, eran como las 11:00 de la mañana, derramé mucha sangre y uno de los ‘pelaos’ me atendió la herida, me camuflé en una casa, fue una herida leve pero casi me matan, era, como 30 hombres del CTI”, dijo.

Lo que sí tiene intacto es el recuerdo del momento en que mató a su mejor amigo en un corregimiento cercano a Fundación, Magdalena, el mismo caserío de donde es oriundo el exparamilitar. “Alias ‘Esteban’ me dijo que matara a mi mejor amigo, fue la peor orden que me habían dado. Me dijo que si yo no lo mataba, él (Esteban) me mataba a mí con una motosierra y me hacía picadillos. Como a las 5:00 de la mañana el ‘objetivo’ fue a comprar una botella de ron Medellín en una de las tres tiendas que había en el pueblo, estaba amanecido y enmaicenado, le pegué tres tiros en la espalda y uno en la cabeza, quedó listo, yo tenía un pasamontaña. Estaba muy oscuro todavía, ese día el pueblo se conmovió mucho porque era un muchacho de buena familia, los ‘paracos’ lo mandaron a matar porque les dio la gana o no le caía bien al jefe, lo que cierto es que el man era pinta y tenía muchas novias, pero fue mi mejor amigo del colegio. Él no alcanzó a verme cuando le disparé, eso me tranquilizó en el momento, pero ahora me siento como la peor persona del mundo”.

¿Cómo llegó a las Auc?
Como muchos de los excombatientes de las Auc, Fernando de Jesús Almarales Bueno ingresó al comando ilegal por necesidad. “En 1994 un señor de buena apariencia llegó al billar y pidió una cerveza, yo estaba jugando buchacara, andaba sin camello y de vez en cuando tiraba mezcla.

Nos encontramos en el baño, no sé si estaba esperando el tiro para coincidir en la ‘orinada’, se me presentó y me dijo que trabajaba con un ‘teso’, me ofreció irme para los ‘paracos’. No le respondí enseguida porque me sorprendió, pero la idea me sonó. Luego le dije que me dejara arreglar unas cosas, a la semana volvió y nos pusimos de acuerdo, me dio 40.000 pesos para los pasajes y al día siguiente ya estaba entrenando en una base militar por Chivolo, Magdalena”.

Su trajinar en una vida llena de codicia divagada en medio de los excesos lo condujo a hacer parte de muchas incursiones en las que decenas de campesinos fueron sacrificados. “Yo participé en la masacre de El Playón Orozco, (9 de enero de 1999), ahí matamos a 27 personas, pero te juro por mi mamá y mis hijos que no disparé ni un solo tiro porque yo estaba en las afueras del pueblo para evitar que la gente huyera, luego hubo otra masacre en Nueva Venecia, cerca de Sitionuevo, (22 de noviembre del 2000) ese día no fui porque estaba haciéndole inteligencia a dos guerrillos que estaban por El Banco, a esos manes los mataron y los tiraron al río Magdalena”.

El 19 de junio de 2001 fue detenido con un cargamento de armas en el barrio La Luz de Barranquilla. Luego fue procesado y condenado a 14 años de prisión por porte ilegal de armas de uso privativo de las fuerzas militares, sin embargo solo pagó ocho porque “hubo un billete de por medio”, como él mismo lo asegura.

La cárcel lo hizo reflexionar. Fueron las noches y los días más largos del mundo tras las rejas, sin embargo, al salir conoció el verdadero amor, el mismo que desconoció cuando fue un miliciano de las Autodefensas porque “nada lo tomaba en serio, aprovechaba que era ‘paraco’ para enamorar a muchas jóvenes y estar con ellas”.

Hace siete años, conoció en Valledupar al amor de su vida, de cuya unión nacieron Michael y Laura, de seis y dos años, respectivamente. Jamás volvió a su tierra natal, la misma en donde sembró el terror y dejó muchas familias huérfanas. Su pena moral lo hizo olvidarse de sus ancestros. Hoy reside en una humilde vivienda en la capital del Cesar y labora como mototaxista.

Fernando de Jesús Almarales Bueno pagó ocho años de cárcel. Al salir rehízo su vida, se casó y hoy reside en algún lugar de Valledupar. Asegura que se arrepiente de haber hecho parte de las Autodefensas.

Nibaldo Bustamante/EL PILÓN