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Análisis - 29 junio, 2020

Maquiavelismo colombiano

Las condiciones geopolíticas de Colombian son perfectas para vislumbrar las dinámicas de poder que Maquiavelo describe.

Una de las grandes enseñanzas que pretende tal vez dejar Maquiavelo en su obra ‘’El príncipe’’, es que dentro de la lucha por obtener y mantener el poder, se dan inevitablemente dinámicas en las que actuar independientes de la moral resulta completamente necesario. De esta manera, le quita la máscara a todas aquellas instituciones que por varios siglos habían jugado con la sensibilidad moral del pueblo y su fe, haciéndoles creer que su poder estaba legitimado en sus méritos morales, en sus grandes habilidades o en el hecho de ser nombrados por Dios.

El buen gobernante entonces, entendido como aquel que sabe mantener e incrementar su poder, sería aquel que supiera obrar de manera tal que, con su prudencia y su mesura, supiera ser benevolente y liberal cuando eso conviniese, pero cuando fuera requerido lo contrario, que supiera ser cruel y despiadado también, pues un príncipe que no conozca la maldad será destronado cuando llegue alguien que si esté dispuesto a pasar por encima de los valores que el príncipe no se atreve a abandonar, y así su virtud puede convertirse en su mayor debilidad.  

‘‘Es necesario que el príncipe sea tan prudente que sepa evitar la infamia de los vicios que le harían perder el Estado, y preservarse si es posible de los que no se lo harían perder’’ (Maquiavelo, (1983), p. 98)

Es entonces cuando se introduce el concepto de ‘‘razón’’ de Estado, en el que el pueblo, si entendiese como funciona la política, pudiera también entender y perdonar ciertas atrocidades en vista de que estas son cometidas con el fin de brindar mayor bienestar, salud y estabilidad a la República, llevando así bienestar al pueblo aunque este desde su posición no sea capaz de vislumbrarlo. Pero después de todo,  en ‘‘El Principe’’, cualquier cosa que pareciese ser un coqueteo con la democracia es en realidad una estrategia más o un llamado a la prudencia para que el gobernante no suscite problemas que puedan hacerle perder el poder, y dicho concepto de razón de estado, deja cierta sensación ingenua y optimista de que la voluntad del gobernante es la misma que la del pueblo y por tanto, que el fortalecimiento de la república y el Estado es equivalente al bienestar y la felicidad del pueblo.

Pero por los mismos principios maquiavélicos: el poder y la libertad del pueblo son inversamente proporcionales a la del príncipe.  Ningún príncipe podrá solidificar su poder exaltando al pueblo más que a sí mismo. Así es como la justificación de cualquier razón de Estado se convierte en una trampa que el pueblo jamás podrá justificar.

Por más viejo y anacrónico que nos parezca el príncipe, el concepto de razón de Estado se sigue utilizando  en pro de un proyecto político u otro. El fantasma del comunismo sirvió para justificar dictaduras de extrema derecha en América latina durante la guerra fría, pues se jugaba con la idea de que dichos regímenes autoritarios impedirían desgracias mayores y mayores pérdidas de las libertades individuales. En Colombia, la guerra contra el comunismo terminó permeando el discurso político hasta el día de hoy, pues vemos como la lucha contra grupos armados comunistas sirvió para justificar masacres, asesinatos a líderes sociales y la implantación de regímenes de terror en ciertas regiones del país, además del estigma de terrorista a todo aquel que cuestionara al establecimiento. De hecho, el principio de razón de Estado es descrito casi que con milimétrica precisión por Carlos Castaño, líder de las AUC, 12 días después de la masacre del Salado en el año 2000.

‘‘yo lamento que situaciones como esta se presenten pero ante todo yo creo que se está evitando un mal mayor con una imposición como esta, dura sí, fuerte sí, difícil que la gente la entienda, no tiene justificación de ninguna manera, pero yo creo que las cosas que se impiden con acciones como esta, a largo plazo, son muchísimas.’’(Carlos Castaño en entrevista con Dario Arizmendi, año 2000)

Las condiciones geopolíticas de Colombian son perfectas para vislumbrar las dinámicas de poder que Maquiavelo describe, pues el ausentismo de Estado hace que gran parte del territorio nacional pueda ser conquistado por este o aquel grupo armado y se hace posible la privatización de pueblos enteros por parte de narcos o la toma de control con leyes propias por parte de actores armados al margen de la ley que muchas veces han llegado a funcionar como brazos oscuros del propio aparato estatal.

La ausencia y el enflaquecimiento del Estado oficial, generó para la clase política tradicional grandes problemas y enemigos como lo fue la guerrilla comunista que en muchos casos cumplía los roles que el Estado se rehusaba a cumplir. Pero la lucha frontal contra dichas guerrillas, le hizo también entender a la clase política tradicional, que el declarar un territorio como perdido les daba vía libre para llevar a cabo invasiones territoriales tipo colonización, utilizando la guerra contra el terrorismo como cortina de humo para, al mejor estilo Maquiavélico, someter a poblaciones enteras bajo el poder de un soberano, como lo hicieron los dueños de los ejércitos privados respaldados por los intereses del Estado y de los altos mandos del Ejército que en muchos casos, se habían vendido a los capos de las regiones.

Pues, en verdad, no hay ningún otro medio seguro de poseerles que la ruina. Y quien se convierte en dueño de una ciudad acostumbrada a vivir libre y no la destroza, cuente con ser destrozado por ella, porque esta siempre tiene refugio en la rebelión, el nombre de la libertad y sus antiguas leyes las cuales nunca se perderán ni por lo dilatado en el tiempo ni por los beneficios del conquistador. (Maquiavelo, (1983), Cap V, p. 48).

La clase política colombiana junto con la mafia y los empresarios, utilizaron ejércitos mercenarios para desaparecer a cualquier extranjero que pudiese capitalizar la inconformidad, aprovechando que podían homogeneizar la opinión política en los territorios, acusar de guerrilleros a los que amenazaran los intereses de quienes financiaban a los políticos de turno y además, posar  de héroes al combatir a la guerrilla que tanto daño estaba haciendo al país, sabiendo cuidar muy bien su imagen a partir del establecimiento de un enemigo mordaz, pues ‘‘el Príncipe debe hacerse temer de modo que si no se granjea el amor, evite el odio, porque puede muy bien ser temido y no odiado (…)’’

Esto se vislumbró en el asesinato de líderes sociales de la UP posterior al tratado de paz con las FARC en 1985, que no se detuvo hasta el 2005, tiempo despuésés del cual las regiones más golpeadas por el paramilitarismo parecieron volcar su opinión política en las urnas a favor de aquellos que habían patrocinado las masacres de las que fueron víctimas.  En las que cayeron lideres intelectuales pasados por guerrilleros.

Casi que dejaría de parecer una coincidencia que el partido político que defendió la política de seguridad fundada en la guerra contra la guerrilla tenga de slogan ‘‘mano firme, corazón grande’’, prototipo de mesura Maquiavélica.

La clase política Colombiana actual se vale entonces de cuatro principios Maquiavélicos:

El primer principio sería pues, el de fingir más no practicar la virtud. Así vemos que en los noticieros y en las campañas políticas hablan de guerra contra el narcotráfico, contra el aborto y contra todo aquello que no defienda los valores tradicionales, mientras que financian su campaña con dinero de la cocaína.

El segundo fue arruinar a aquellas comunidades que vivían con leyes y dinámicas distintas, pues un pueblo que siga viviendo con ideas contrarias a las de quien lo gobierna, no tardará en rebelarse. (Maquiavelo. (1983). Cap V, pag 47) Los paramilitares en complicidad con el Ejército, destruyeron colegios, aniquilaron a cualquier adversario político y sembraron el terror a quien desobedeciera, destruyeron a la comunidad física y moralmente para llevar a cabo una re-ingeniería social.

El tercero, que es mejor ser temido que amado; pues siendo quienes decidieron gobernar con la nobleza y  prescindiendo de un pueblo cada día más golpeado, es difícil hacerse amar.

El cuarto, aniquilar a cualquier opositor que tenga el poder o la influencia para poner en peligro su hegemonía y capitalizar la inconformidad.

Colombia es entonces una oligarquía, cuyo príncipe (presidente) gobierna junto a una nobleza corrupta y asesina (el narcotráfico y el sector empresarial), que cuenta con el apoyo de sus ejércitos privados en combinación con el del Estado.

Así han logrado a partir de la injerencia en la política, mantener las condiciones sociales y geográficas que sumen en la incapacidad de acción al pueblo y le permite a dicha élite asesina gobernar sin su voluntad sino con la de las armas, la mentira y el terror. Es decir, la clase política Colombiana no gobierna con el pueblo sino con la élite y el ordenamiento territorial ha creado las condiciones perfectas para que solo mediante el uso de la fuerza, de las apariencias y de la correcta administración de las necesidades del pueblo, les baste para mantener el poder.

Así pues, es mentira que el establecimiento es débil. El establecimiento político de este país está conformado por los grandes latifundistas, los narcotraficantes y los políticos con ideas afines a sus intereses que han logrado darle forma a una constitución a su medida y a un orden de cosas que garantizan su permanencia en el poder y que cuenta con fuerzas arrolladoras que o hacen parte del estado, o cuando es necesario, están fuera de cualquier regulación de este. Así que no nos sorprenda que cuando no puedan esconder su podredumbre moral, intenten restablecer el orden matando y desapareciendo de frente.

Pero ‘‘La experiencia enseña que solo los príncipes y las repúblicas con ejércitos propios hacen grandes progresos, y que los ejércitos mercenarios nunca hacen mas que daño.’’, pues ‘‘Si un príncipe apoya su estado con tropas mercenarias, nunca se hallara seguro, por tanto que esas tropas, desunidas y ambiciosas, indisciplinadas e infieles,, fanfarronas frente a los amigos y cobardes frente a los enemigos, no tienen ningún temor de Dios, ni buena fe en los hombres (…)’’ (Maquiavelo. Cap XII, (1983). pag 82).

Tal vez es ahora que comenzamos a ver cómo se les está pudriendo la manzana. ‘Además, no se puede con honestidad satisfacer a los grandes sin agraviar a los otros, pero si se puede satisfacer al pueblo; porque el fin del pueblo es más noble que el de los grandes, queriendo estos oprimir y aquel no ser oprimido’’ (Maquiavelo, (1983), p. 71)

¿Existe una razón de Estado aquí? ¿Es acaso esto justificable por parte del pueblo? Definitivamente lo es por parte de los poderosos. Lo que sí es cuestionable es decir que el fortalecimiento del establecimiento, entendido como aquellos empresarios y políticos que mueven los hilos del poder, haya significado un incremento en el bienestar de la república en general.  Después de todo el prolongar el poder, ya sea por el terror o por las armas lo único que ha hecho es profundizar el resentimiento de las clases más golpeadas y corroer a la sociedad en su totalidad con las dinámicas de lucha de clases, la creciente brecha social y la creación de una cultura del pillaje. Así, aquel concepto de razón de Estado parece imposible de comprender por el pueblo.

Maquiavelo parte precisamente del presupuesto que aquel que se proponga mantener el poder, obrará independiente de la moral y aquel que a esta se apegue a todo momento verá limitadas sus herramientas para mantenerse en el poder. Si bien la forma en la que se manejaba el poder en la época de Maquiavelo suena medieval y desactualizada, casi que inaceptable en nuestras épocas, el ver que quienes tienen el poder repiten estas estrategias deja la pregunta, de si ¿el poder algún día podrá estar en sintonía con los valores morales que nuestra propia capacidad de pensar autónomamente nos presentan como exigencias?, o si realmente, ¿esas esferas estarán siempre inherentemente desprendidas de lo ético y correcto como un fin?

Después de todo, las reflexiones sobre la modernidad pueden llevarnos a pensar que la soberanía de cualquier idea o figura, por su naturaleza subjetiva y pasajera, solo podrá inmortalizarse por la fuerza y en contra de la naturaleza cambiante del progreso de una sociedad.  Así, la razón de Estado no es más que la justificación del actuar en favor de la hegemonía de quienes manejan el poder y profesan el discurso dominante que pretende ser petrificado.

Bibliografía:

Paula andrea. Abril 14 de 2017. Entrevista a Carlos Castaño (1). Recuperado de: https://youtu.be/FtISPNDRVYI

Nicolas Maquiavelo. (1983). El Principe. Madrid, España: Ed. Bruguera S.A

Centro Nacional de Memoria Historica. Noviembre 1 de 2012. ‘’El Salado: Rostro de una masacre’’. https://www.youtube.com/watch?v=OrSbzIt0-Us

Andrea Paola Zuleta.  (Enero de 2015). LA CORRUPCIÓN SU HISTORIA Y SUS CONSECUENCIAS EN COLOMBIA. Recuperado el 14 de Marzo de 2020 de: https://repository.unimilitar.edu.co/bitstream/handle/10654/13973/LA%20CORRUPCION,%20SU%20HISTORIA%20Y%20SUS%20CONSECUENCIAS%20EN%20COLOMBIA.pdf;jsessionid=E8CB070A5989BA41CDA028ACE44D5B95?sequence=2

Por: Daniel Villazón | EL PILÓN

Análisis
29 junio, 2020

Maquiavelismo colombiano

Las condiciones geopolíticas de Colombian son perfectas para vislumbrar las dinámicas de poder que Maquiavelo describe.


Una de las grandes enseñanzas que pretende tal vez dejar Maquiavelo en su obra ‘’El príncipe’’, es que dentro de la lucha por obtener y mantener el poder, se dan inevitablemente dinámicas en las que actuar independientes de la moral resulta completamente necesario. De esta manera, le quita la máscara a todas aquellas instituciones que por varios siglos habían jugado con la sensibilidad moral del pueblo y su fe, haciéndoles creer que su poder estaba legitimado en sus méritos morales, en sus grandes habilidades o en el hecho de ser nombrados por Dios.

El buen gobernante entonces, entendido como aquel que sabe mantener e incrementar su poder, sería aquel que supiera obrar de manera tal que, con su prudencia y su mesura, supiera ser benevolente y liberal cuando eso conviniese, pero cuando fuera requerido lo contrario, que supiera ser cruel y despiadado también, pues un príncipe que no conozca la maldad será destronado cuando llegue alguien que si esté dispuesto a pasar por encima de los valores que el príncipe no se atreve a abandonar, y así su virtud puede convertirse en su mayor debilidad.  

‘‘Es necesario que el príncipe sea tan prudente que sepa evitar la infamia de los vicios que le harían perder el Estado, y preservarse si es posible de los que no se lo harían perder’’ (Maquiavelo, (1983), p. 98)

Es entonces cuando se introduce el concepto de ‘‘razón’’ de Estado, en el que el pueblo, si entendiese como funciona la política, pudiera también entender y perdonar ciertas atrocidades en vista de que estas son cometidas con el fin de brindar mayor bienestar, salud y estabilidad a la República, llevando así bienestar al pueblo aunque este desde su posición no sea capaz de vislumbrarlo. Pero después de todo,  en ‘‘El Principe’’, cualquier cosa que pareciese ser un coqueteo con la democracia es en realidad una estrategia más o un llamado a la prudencia para que el gobernante no suscite problemas que puedan hacerle perder el poder, y dicho concepto de razón de estado, deja cierta sensación ingenua y optimista de que la voluntad del gobernante es la misma que la del pueblo y por tanto, que el fortalecimiento de la república y el Estado es equivalente al bienestar y la felicidad del pueblo.

Pero por los mismos principios maquiavélicos: el poder y la libertad del pueblo son inversamente proporcionales a la del príncipe.  Ningún príncipe podrá solidificar su poder exaltando al pueblo más que a sí mismo. Así es como la justificación de cualquier razón de Estado se convierte en una trampa que el pueblo jamás podrá justificar.

Por más viejo y anacrónico que nos parezca el príncipe, el concepto de razón de Estado se sigue utilizando  en pro de un proyecto político u otro. El fantasma del comunismo sirvió para justificar dictaduras de extrema derecha en América latina durante la guerra fría, pues se jugaba con la idea de que dichos regímenes autoritarios impedirían desgracias mayores y mayores pérdidas de las libertades individuales. En Colombia, la guerra contra el comunismo terminó permeando el discurso político hasta el día de hoy, pues vemos como la lucha contra grupos armados comunistas sirvió para justificar masacres, asesinatos a líderes sociales y la implantación de regímenes de terror en ciertas regiones del país, además del estigma de terrorista a todo aquel que cuestionara al establecimiento. De hecho, el principio de razón de Estado es descrito casi que con milimétrica precisión por Carlos Castaño, líder de las AUC, 12 días después de la masacre del Salado en el año 2000.

‘‘yo lamento que situaciones como esta se presenten pero ante todo yo creo que se está evitando un mal mayor con una imposición como esta, dura sí, fuerte sí, difícil que la gente la entienda, no tiene justificación de ninguna manera, pero yo creo que las cosas que se impiden con acciones como esta, a largo plazo, son muchísimas.’’(Carlos Castaño en entrevista con Dario Arizmendi, año 2000)

Las condiciones geopolíticas de Colombian son perfectas para vislumbrar las dinámicas de poder que Maquiavelo describe, pues el ausentismo de Estado hace que gran parte del territorio nacional pueda ser conquistado por este o aquel grupo armado y se hace posible la privatización de pueblos enteros por parte de narcos o la toma de control con leyes propias por parte de actores armados al margen de la ley que muchas veces han llegado a funcionar como brazos oscuros del propio aparato estatal.

La ausencia y el enflaquecimiento del Estado oficial, generó para la clase política tradicional grandes problemas y enemigos como lo fue la guerrilla comunista que en muchos casos cumplía los roles que el Estado se rehusaba a cumplir. Pero la lucha frontal contra dichas guerrillas, le hizo también entender a la clase política tradicional, que el declarar un territorio como perdido les daba vía libre para llevar a cabo invasiones territoriales tipo colonización, utilizando la guerra contra el terrorismo como cortina de humo para, al mejor estilo Maquiavélico, someter a poblaciones enteras bajo el poder de un soberano, como lo hicieron los dueños de los ejércitos privados respaldados por los intereses del Estado y de los altos mandos del Ejército que en muchos casos, se habían vendido a los capos de las regiones.

Pues, en verdad, no hay ningún otro medio seguro de poseerles que la ruina. Y quien se convierte en dueño de una ciudad acostumbrada a vivir libre y no la destroza, cuente con ser destrozado por ella, porque esta siempre tiene refugio en la rebelión, el nombre de la libertad y sus antiguas leyes las cuales nunca se perderán ni por lo dilatado en el tiempo ni por los beneficios del conquistador. (Maquiavelo, (1983), Cap V, p. 48).

La clase política colombiana junto con la mafia y los empresarios, utilizaron ejércitos mercenarios para desaparecer a cualquier extranjero que pudiese capitalizar la inconformidad, aprovechando que podían homogeneizar la opinión política en los territorios, acusar de guerrilleros a los que amenazaran los intereses de quienes financiaban a los políticos de turno y además, posar  de héroes al combatir a la guerrilla que tanto daño estaba haciendo al país, sabiendo cuidar muy bien su imagen a partir del establecimiento de un enemigo mordaz, pues ‘‘el Príncipe debe hacerse temer de modo que si no se granjea el amor, evite el odio, porque puede muy bien ser temido y no odiado (…)’’

Esto se vislumbró en el asesinato de líderes sociales de la UP posterior al tratado de paz con las FARC en 1985, que no se detuvo hasta el 2005, tiempo despuésés del cual las regiones más golpeadas por el paramilitarismo parecieron volcar su opinión política en las urnas a favor de aquellos que habían patrocinado las masacres de las que fueron víctimas.  En las que cayeron lideres intelectuales pasados por guerrilleros.

Casi que dejaría de parecer una coincidencia que el partido político que defendió la política de seguridad fundada en la guerra contra la guerrilla tenga de slogan ‘‘mano firme, corazón grande’’, prototipo de mesura Maquiavélica.

La clase política Colombiana actual se vale entonces de cuatro principios Maquiavélicos:

El primer principio sería pues, el de fingir más no practicar la virtud. Así vemos que en los noticieros y en las campañas políticas hablan de guerra contra el narcotráfico, contra el aborto y contra todo aquello que no defienda los valores tradicionales, mientras que financian su campaña con dinero de la cocaína.

El segundo fue arruinar a aquellas comunidades que vivían con leyes y dinámicas distintas, pues un pueblo que siga viviendo con ideas contrarias a las de quien lo gobierna, no tardará en rebelarse. (Maquiavelo. (1983). Cap V, pag 47) Los paramilitares en complicidad con el Ejército, destruyeron colegios, aniquilaron a cualquier adversario político y sembraron el terror a quien desobedeciera, destruyeron a la comunidad física y moralmente para llevar a cabo una re-ingeniería social.

El tercero, que es mejor ser temido que amado; pues siendo quienes decidieron gobernar con la nobleza y  prescindiendo de un pueblo cada día más golpeado, es difícil hacerse amar.

El cuarto, aniquilar a cualquier opositor que tenga el poder o la influencia para poner en peligro su hegemonía y capitalizar la inconformidad.

Colombia es entonces una oligarquía, cuyo príncipe (presidente) gobierna junto a una nobleza corrupta y asesina (el narcotráfico y el sector empresarial), que cuenta con el apoyo de sus ejércitos privados en combinación con el del Estado.

Así han logrado a partir de la injerencia en la política, mantener las condiciones sociales y geográficas que sumen en la incapacidad de acción al pueblo y le permite a dicha élite asesina gobernar sin su voluntad sino con la de las armas, la mentira y el terror. Es decir, la clase política Colombiana no gobierna con el pueblo sino con la élite y el ordenamiento territorial ha creado las condiciones perfectas para que solo mediante el uso de la fuerza, de las apariencias y de la correcta administración de las necesidades del pueblo, les baste para mantener el poder.

Así pues, es mentira que el establecimiento es débil. El establecimiento político de este país está conformado por los grandes latifundistas, los narcotraficantes y los políticos con ideas afines a sus intereses que han logrado darle forma a una constitución a su medida y a un orden de cosas que garantizan su permanencia en el poder y que cuenta con fuerzas arrolladoras que o hacen parte del estado, o cuando es necesario, están fuera de cualquier regulación de este. Así que no nos sorprenda que cuando no puedan esconder su podredumbre moral, intenten restablecer el orden matando y desapareciendo de frente.

Pero ‘‘La experiencia enseña que solo los príncipes y las repúblicas con ejércitos propios hacen grandes progresos, y que los ejércitos mercenarios nunca hacen mas que daño.’’, pues ‘‘Si un príncipe apoya su estado con tropas mercenarias, nunca se hallara seguro, por tanto que esas tropas, desunidas y ambiciosas, indisciplinadas e infieles,, fanfarronas frente a los amigos y cobardes frente a los enemigos, no tienen ningún temor de Dios, ni buena fe en los hombres (…)’’ (Maquiavelo. Cap XII, (1983). pag 82).

Tal vez es ahora que comenzamos a ver cómo se les está pudriendo la manzana. ‘Además, no se puede con honestidad satisfacer a los grandes sin agraviar a los otros, pero si se puede satisfacer al pueblo; porque el fin del pueblo es más noble que el de los grandes, queriendo estos oprimir y aquel no ser oprimido’’ (Maquiavelo, (1983), p. 71)

¿Existe una razón de Estado aquí? ¿Es acaso esto justificable por parte del pueblo? Definitivamente lo es por parte de los poderosos. Lo que sí es cuestionable es decir que el fortalecimiento del establecimiento, entendido como aquellos empresarios y políticos que mueven los hilos del poder, haya significado un incremento en el bienestar de la república en general.  Después de todo el prolongar el poder, ya sea por el terror o por las armas lo único que ha hecho es profundizar el resentimiento de las clases más golpeadas y corroer a la sociedad en su totalidad con las dinámicas de lucha de clases, la creciente brecha social y la creación de una cultura del pillaje. Así, aquel concepto de razón de Estado parece imposible de comprender por el pueblo.

Maquiavelo parte precisamente del presupuesto que aquel que se proponga mantener el poder, obrará independiente de la moral y aquel que a esta se apegue a todo momento verá limitadas sus herramientas para mantenerse en el poder. Si bien la forma en la que se manejaba el poder en la época de Maquiavelo suena medieval y desactualizada, casi que inaceptable en nuestras épocas, el ver que quienes tienen el poder repiten estas estrategias deja la pregunta, de si ¿el poder algún día podrá estar en sintonía con los valores morales que nuestra propia capacidad de pensar autónomamente nos presentan como exigencias?, o si realmente, ¿esas esferas estarán siempre inherentemente desprendidas de lo ético y correcto como un fin?

Después de todo, las reflexiones sobre la modernidad pueden llevarnos a pensar que la soberanía de cualquier idea o figura, por su naturaleza subjetiva y pasajera, solo podrá inmortalizarse por la fuerza y en contra de la naturaleza cambiante del progreso de una sociedad.  Así, la razón de Estado no es más que la justificación del actuar en favor de la hegemonía de quienes manejan el poder y profesan el discurso dominante que pretende ser petrificado.

Bibliografía:

Paula andrea. Abril 14 de 2017. Entrevista a Carlos Castaño (1). Recuperado de: https://youtu.be/FtISPNDRVYI

Nicolas Maquiavelo. (1983). El Principe. Madrid, España: Ed. Bruguera S.A

Centro Nacional de Memoria Historica. Noviembre 1 de 2012. ‘’El Salado: Rostro de una masacre’’. https://www.youtube.com/watch?v=OrSbzIt0-Us

Andrea Paola Zuleta.  (Enero de 2015). LA CORRUPCIÓN SU HISTORIA Y SUS CONSECUENCIAS EN COLOMBIA. Recuperado el 14 de Marzo de 2020 de: https://repository.unimilitar.edu.co/bitstream/handle/10654/13973/LA%20CORRUPCION,%20SU%20HISTORIA%20Y%20SUS%20CONSECUENCIAS%20EN%20COLOMBIA.pdf;jsessionid=E8CB070A5989BA41CDA028ACE44D5B95?sequence=2

Por: Daniel Villazón | EL PILÓN