Publicidad
Categorías
Categorías
Columnista - 26 junio, 2025

Los profanadores

Mi larga trayectoria vital, 31.025 días vividos, me ha enseñado muchas cosas. Una de ellas: que el hombre que jura para reafirmar algo es embustero y, más aún, cínico, peligroso e indolente con sus seres queridos.

Boton Wpp

Mi larga trayectoria vital, 31.025 días vividos, me ha enseñado muchas cosas. Una de ellas: que el hombre que jura para reafirmar algo es embustero y, más aún, cínico, peligroso e indolente con sus seres queridos. Y más grave todavía, con Dios, a quien irrespeta y profana cada vez que echa una mentira y, para remacharla, evoca la memoria de sus padres, hijos y familiares muertos y, con más frecuencia —repito—, al Ser Supremo.

Se vuelve en ellos un vicio esa insana costumbre, y juran a diestra y siniestra. Cuando los veo —y los he visto muchas veces— me da risa, pero a la vez me da rabia verlos tan frescos, jurando y requetejurando que no han dicho eso o que no son los autores del ilícito del que se les acusa, por insignificante que sea. El juramento los delata: es una confesión, pero creen que es la única forma de que les crean. Y los oyes decir: “Te juro por la honra de mi mamá o mi papá que están muertos, o de mi hijo que está enterrado, que yo no dije eso, o yo no fui”.

Quizás con Dios sean más cuidadosos, por temor y recelo —porque de pronto una vaina—, y acuden a frases como “que me mate Dios si yo he dicho o hecho eso”. Pero lo hacen como único recurso para tratar de convencer a los demás de que son unos santos varones, que nunca han hecho nada mal hecho, que jamás han dicho una mentira y que son los más honrados de los seres humanos, cuando en el fondo saben que su vida está llena de mentiras y vainas mal hechas a tutiplén, y que cada vez que juran hacen el papel de hipócritas ante quienes conocemos sus antecedentes. Esos mismos antecedentes que tratan de borrar, como si los demás fuéramos unos pendejos, con un simple, corto y mentiroso juramento. 

Concluyo que no hay personas que juren más que los embusteros y los delincuentes, porque para ellos la honra de los seres queridos vale huevo, y juegan con Dios, con quien nunca han tenido buenas relaciones. Y como está tan ocupado, Él se da cuenta de sus falacias, pero los perdona, porque esa es su consigna: el perdón. Sin embargo, va a tener que adoptar una política más drástica y tirar dos o tres patas arriba a esos que, con tanta facilidad y frescura, dicen: “que me mate Dios si yo he participado en eso o he dicho algo al respecto”, y le pican el ojo furtivamente al amigo o conocido que los ve jurar en vano, profanando los Mandamientos de la Ley de Dios. 

La señora Carmen González viene a mi casa cada 20 días, a veces 30, a planchar. Lo hace de forma impecable; es polémica, frentera, se expresa muy bien. Hace dos días vino, pero no había luz y tuvo que irse. Le pedí que viniera al día siguiente y me dijo que no podía, porque ya tenía ese día comprometido. Entonces le sugerí que dijera que no podía y echara una “mentirita piadosa”. Me contestó que le daba pena, que a ella no le gustaba —aunque a veces las decía, pequeñitas— decir mentiras. Y me agregó: no se lo juro, porque casi siempre el que jura es un embusterazo. “Yo le aviso cuando pueda venir”, me dijo. 

Le respondí: “Mire, señora Carmen, venga rápido porque ya las pijamas —que son mi smoking, según mi hermana Dina— se agotaron, y tengo que ponérmelas ajadas y sin planchar”. A lo que, muy fresca, refutó: “¿Quién lo manda a andar empiyamado todo el día? No le da pena. Compre otras, porque ya algunas no aguantan más lavadas ni planchadas; están lullías, descosidas y descoloridas”.

Que me parta un rayo, pensé, si la vuelvo a llamar, sabiendo que eso no va a pasar. Porque ella lo hace muy bien, es buena persona y la estimo bastante. Juré en vano. Porque —como todo el mundo— echo mis mentiras, y a veces muy bochornosas, pero nunca dañinas, siempre piadosas.

Por: José Manuel Aponte Martínez.

Columnista
26 junio, 2025

Los profanadores

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
José M. Aponte Martínez

Mi larga trayectoria vital, 31.025 días vividos, me ha enseñado muchas cosas. Una de ellas: que el hombre que jura para reafirmar algo es embustero y, más aún, cínico, peligroso e indolente con sus seres queridos.


Mi larga trayectoria vital, 31.025 días vividos, me ha enseñado muchas cosas. Una de ellas: que el hombre que jura para reafirmar algo es embustero y, más aún, cínico, peligroso e indolente con sus seres queridos. Y más grave todavía, con Dios, a quien irrespeta y profana cada vez que echa una mentira y, para remacharla, evoca la memoria de sus padres, hijos y familiares muertos y, con más frecuencia —repito—, al Ser Supremo.

Se vuelve en ellos un vicio esa insana costumbre, y juran a diestra y siniestra. Cuando los veo —y los he visto muchas veces— me da risa, pero a la vez me da rabia verlos tan frescos, jurando y requetejurando que no han dicho eso o que no son los autores del ilícito del que se les acusa, por insignificante que sea. El juramento los delata: es una confesión, pero creen que es la única forma de que les crean. Y los oyes decir: “Te juro por la honra de mi mamá o mi papá que están muertos, o de mi hijo que está enterrado, que yo no dije eso, o yo no fui”.

Quizás con Dios sean más cuidadosos, por temor y recelo —porque de pronto una vaina—, y acuden a frases como “que me mate Dios si yo he dicho o hecho eso”. Pero lo hacen como único recurso para tratar de convencer a los demás de que son unos santos varones, que nunca han hecho nada mal hecho, que jamás han dicho una mentira y que son los más honrados de los seres humanos, cuando en el fondo saben que su vida está llena de mentiras y vainas mal hechas a tutiplén, y que cada vez que juran hacen el papel de hipócritas ante quienes conocemos sus antecedentes. Esos mismos antecedentes que tratan de borrar, como si los demás fuéramos unos pendejos, con un simple, corto y mentiroso juramento. 

Concluyo que no hay personas que juren más que los embusteros y los delincuentes, porque para ellos la honra de los seres queridos vale huevo, y juegan con Dios, con quien nunca han tenido buenas relaciones. Y como está tan ocupado, Él se da cuenta de sus falacias, pero los perdona, porque esa es su consigna: el perdón. Sin embargo, va a tener que adoptar una política más drástica y tirar dos o tres patas arriba a esos que, con tanta facilidad y frescura, dicen: “que me mate Dios si yo he participado en eso o he dicho algo al respecto”, y le pican el ojo furtivamente al amigo o conocido que los ve jurar en vano, profanando los Mandamientos de la Ley de Dios. 

La señora Carmen González viene a mi casa cada 20 días, a veces 30, a planchar. Lo hace de forma impecable; es polémica, frentera, se expresa muy bien. Hace dos días vino, pero no había luz y tuvo que irse. Le pedí que viniera al día siguiente y me dijo que no podía, porque ya tenía ese día comprometido. Entonces le sugerí que dijera que no podía y echara una “mentirita piadosa”. Me contestó que le daba pena, que a ella no le gustaba —aunque a veces las decía, pequeñitas— decir mentiras. Y me agregó: no se lo juro, porque casi siempre el que jura es un embusterazo. “Yo le aviso cuando pueda venir”, me dijo. 

Le respondí: “Mire, señora Carmen, venga rápido porque ya las pijamas —que son mi smoking, según mi hermana Dina— se agotaron, y tengo que ponérmelas ajadas y sin planchar”. A lo que, muy fresca, refutó: “¿Quién lo manda a andar empiyamado todo el día? No le da pena. Compre otras, porque ya algunas no aguantan más lavadas ni planchadas; están lullías, descosidas y descoloridas”.

Que me parta un rayo, pensé, si la vuelvo a llamar, sabiendo que eso no va a pasar. Porque ella lo hace muy bien, es buena persona y la estimo bastante. Juré en vano. Porque —como todo el mundo— echo mis mentiras, y a veces muy bochornosas, pero nunca dañinas, siempre piadosas.

Por: José Manuel Aponte Martínez.