Cuando la suerte toma el camino de la intuición y se ampara en la fe, aunque haya falta de conocimientos adecuados, casi siempre aparece el milagro. Somos hijos de las estrellas dicen los toltecas, pero nuestros sentimientos indígenas nos indican también, que somos hijos de los confines de la naturaleza, somos hijos de la selva, […]
Cuando la suerte toma el camino de la intuición y se ampara en la fe, aunque haya falta de conocimientos adecuados, casi siempre aparece el milagro.
Somos hijos de las estrellas dicen los toltecas, pero nuestros sentimientos indígenas nos indican también, que somos hijos de los confines de la naturaleza, somos hijos de la selva, por ello le tememos, respetamos y buscamos en ella nuestro origen que como prueba le llamamos “la madre selva”.
La creación de Dios es tan grande, que antes de que hiciera la luz ya había aflorado la naturaleza, la naturaleza de las variedades de vida con las facetas y variedades de los seres hermosos de las especies, en donde ese genio de la creación invirtió millones y millones de años para que supuestamente su realización, que sin eufemismo llamó seres vivientes, y que con otras maravillas hacían el espectáculo más grande y fabuloso que para el mismo fue tanta la impresión que le causó esta realidad, que la llamó la madre naturaleza, dotándola de todos los privilegios de su inventiva, que le daban la oportunidad de indicarle el albergue a la vida perpetua, sino hubiere sido por un simple hecho llamado pecado mortal.
Ya después, y entonces, le nació la idea de crear la luz a través de las estrellas, para ver mejor a su maravilla universal que estoy seguro por intuición divina la organizó en múltiples puntos del infinito a los que llamó mundos o planetas dentro de ese espacio etéreo y monumental que a su vez denominó universo.
Ahora empiezo a comprender porque los que habitan en ese mundo y que le llaman la “madre tierra” entre las comunidades indígenas, la respetan, veneran y la defienden tanto, que a diferencia del hombre civilizado, aquel que se llama inteligente y dotado de la luz de la civilización, la maltrata tanto, y hasta tal punto, que esas mentalidades insolidarias con los inventos de Dios, solo se satisfacen con su destrucción para abastecerse de beneficios absurdos en pro de la destrucción de su entorno y de sí mismos.
Aquí me nace la expresión que, solo los primarios hijos de la naturaleza son los verdaderos hijos de la humildad y el silencio y que sus privilegios naturales permiten decir que en ellos está la verdadera esencia de la vida.
La naturaleza conoce a sus verdaderos hijos, por eso cuando la siniestra nave que hace no pocos días, bajo los designios de la tragedia en las selvas del Guaviare descendió sobre su seno, sobre lo inhóspito y desconocido, en forma premeditada sometió a prueba su propia creación bajo el espíritu de cuatro pequeños sobrevivientes, ahora hijos de la suerte, para cerciorarse que su invento llamado hijos de la selva, hubieren de encontrar el camino de la vida y que sirviera este hecho de ejemplo para que con algunas lágrimas en los ojos, todos nos percataramos del poder de la selva y se metan en la mente que allí está el verdadero sentido de la humanidad, de la vida, de la convivencia, del remedio infalible para todos los males y en donde se dan las hierbas cuyas raíces erradican del todo el odio que destruye en especial a aquellos civilizados que se creen los dueños de la tierra y hasta amos del universo.
Estoy seguro que los buenos hijos de la naturaleza que hicieron parte del grupo protagonista de este milagro del hallazgo, como soldados de la patria, los propios indígenas entre otros y aquel perro rastreador hijo privilegiado de la creación, cuyo rastro, en manos de una incertidumbre que aún no da muestra de esperanzas, no se desea que haga parte de una vorágine de sentimientos encontrados en el corazón para que al fin se puede depositar también dentro del regazo de unos brazos amparados por el milagro.
No sé si un perro valga menos o más que los cuatro hijos de la selva, solo sé que es un buen hijo de la vida. También vale la pena, como un acto de solidaridad y patriotismo por este héroe anónimo, que se den los esfuerzos por su rescate como hijo de la madre tierra.
También pido por él en mis oraciones, como lo estuve haciendo durante cuarenta días por los cuatro hijos de la madre selva.
En una selva, sin rumbo, nunca sabes con qué maravillas y batallas te vas a tropezar a sabiendas que un encuentro con lo desconocido es como descifrar un misterio profundo; también en la selva es rey quien devora al más débil, pero el más astuto siempre impondrá monarcas.
Los niños con su ingenuidad enemiga del mal, nunca sienten temor por lo misterioso, desconocen la otra cara del mundo y la curiosidad les domina, y ello sirvió para que la selva sintiera temor por ellos. Quien nunca ha practicado el mal jamás se dejará vencer por el temor y esta es la gran característica de la naturaleza indígena aún en su estado silvestre.
Cuando la suerte toma el camino de la intuición y se ampara en la fe, aunque haya falta de conocimientos adecuados, casi siempre aparece el milagro. Somos hijos de las estrellas dicen los toltecas, pero nuestros sentimientos indígenas nos indican también, que somos hijos de los confines de la naturaleza, somos hijos de la selva, […]
Cuando la suerte toma el camino de la intuición y se ampara en la fe, aunque haya falta de conocimientos adecuados, casi siempre aparece el milagro.
Somos hijos de las estrellas dicen los toltecas, pero nuestros sentimientos indígenas nos indican también, que somos hijos de los confines de la naturaleza, somos hijos de la selva, por ello le tememos, respetamos y buscamos en ella nuestro origen que como prueba le llamamos “la madre selva”.
La creación de Dios es tan grande, que antes de que hiciera la luz ya había aflorado la naturaleza, la naturaleza de las variedades de vida con las facetas y variedades de los seres hermosos de las especies, en donde ese genio de la creación invirtió millones y millones de años para que supuestamente su realización, que sin eufemismo llamó seres vivientes, y que con otras maravillas hacían el espectáculo más grande y fabuloso que para el mismo fue tanta la impresión que le causó esta realidad, que la llamó la madre naturaleza, dotándola de todos los privilegios de su inventiva, que le daban la oportunidad de indicarle el albergue a la vida perpetua, sino hubiere sido por un simple hecho llamado pecado mortal.
Ya después, y entonces, le nació la idea de crear la luz a través de las estrellas, para ver mejor a su maravilla universal que estoy seguro por intuición divina la organizó en múltiples puntos del infinito a los que llamó mundos o planetas dentro de ese espacio etéreo y monumental que a su vez denominó universo.
Ahora empiezo a comprender porque los que habitan en ese mundo y que le llaman la “madre tierra” entre las comunidades indígenas, la respetan, veneran y la defienden tanto, que a diferencia del hombre civilizado, aquel que se llama inteligente y dotado de la luz de la civilización, la maltrata tanto, y hasta tal punto, que esas mentalidades insolidarias con los inventos de Dios, solo se satisfacen con su destrucción para abastecerse de beneficios absurdos en pro de la destrucción de su entorno y de sí mismos.
Aquí me nace la expresión que, solo los primarios hijos de la naturaleza son los verdaderos hijos de la humildad y el silencio y que sus privilegios naturales permiten decir que en ellos está la verdadera esencia de la vida.
La naturaleza conoce a sus verdaderos hijos, por eso cuando la siniestra nave que hace no pocos días, bajo los designios de la tragedia en las selvas del Guaviare descendió sobre su seno, sobre lo inhóspito y desconocido, en forma premeditada sometió a prueba su propia creación bajo el espíritu de cuatro pequeños sobrevivientes, ahora hijos de la suerte, para cerciorarse que su invento llamado hijos de la selva, hubieren de encontrar el camino de la vida y que sirviera este hecho de ejemplo para que con algunas lágrimas en los ojos, todos nos percataramos del poder de la selva y se metan en la mente que allí está el verdadero sentido de la humanidad, de la vida, de la convivencia, del remedio infalible para todos los males y en donde se dan las hierbas cuyas raíces erradican del todo el odio que destruye en especial a aquellos civilizados que se creen los dueños de la tierra y hasta amos del universo.
Estoy seguro que los buenos hijos de la naturaleza que hicieron parte del grupo protagonista de este milagro del hallazgo, como soldados de la patria, los propios indígenas entre otros y aquel perro rastreador hijo privilegiado de la creación, cuyo rastro, en manos de una incertidumbre que aún no da muestra de esperanzas, no se desea que haga parte de una vorágine de sentimientos encontrados en el corazón para que al fin se puede depositar también dentro del regazo de unos brazos amparados por el milagro.
No sé si un perro valga menos o más que los cuatro hijos de la selva, solo sé que es un buen hijo de la vida. También vale la pena, como un acto de solidaridad y patriotismo por este héroe anónimo, que se den los esfuerzos por su rescate como hijo de la madre tierra.
También pido por él en mis oraciones, como lo estuve haciendo durante cuarenta días por los cuatro hijos de la madre selva.
En una selva, sin rumbo, nunca sabes con qué maravillas y batallas te vas a tropezar a sabiendas que un encuentro con lo desconocido es como descifrar un misterio profundo; también en la selva es rey quien devora al más débil, pero el más astuto siempre impondrá monarcas.
Los niños con su ingenuidad enemiga del mal, nunca sienten temor por lo misterioso, desconocen la otra cara del mundo y la curiosidad les domina, y ello sirvió para que la selva sintiera temor por ellos. Quien nunca ha practicado el mal jamás se dejará vencer por el temor y esta es la gran característica de la naturaleza indígena aún en su estado silvestre.