¿Quién fue primero, el huevo o la gallina? Es una pregunta filosófica hecha hasta la saciedad. Esta pregunta tiene connotaciones religiosas, pero ese no es el caso que queremos resaltar. La misma pregunta deberíamos hacer acerca de quién fue primero: si el derecho o la ley.
¿Quién fue primero, el huevo o la gallina? Es una pregunta filosófica hecha hasta la saciedad. Esta pregunta tiene connotaciones religiosas, pero ese no es el caso que queremos resaltar. La misma pregunta deberíamos hacer acerca de quién fue primero: si el derecho o la ley.
Podemos afirmar que cuando el sapiens comenzó a elaborar leyes o normas de convivencia, los derechos ya estaban allí, pues nacieron con el ser viviente. Quizás el primer tratado normativo es el Código de Hammurabi, publicado en el año 1776 a. C., unos 200 años antes de Abraham, aproximadamente. Con este código nacería la división de clases, ya que Marduk (dios caldeo) le dijo a su escribiente que clasificara a la humanidad en clases superiores, plebeyas y esclavas. Esta fue, tal vez, la primera división clasista reglada y, por lo tanto, la primera matriz de odio.
En la antigua Roma, ya como república, ya como imperio, se jerarquizaban los conceptos de ley y derecho. En la Biblia se habla de la ley del talión (ley del desquite, como “ojo por ojo”) para recompensar las ofensas de igual manera: una legalización de la venganza. En aquellos tiempos, la gente hacía lo que su dios le ordenara, incluso beber sangre del enemigo, como le ordenó Yahvé a Josué en la conquista de Canaán (Números 22:24), mandato que hoy parece repetirse contra Gaza por parte del mismo “pueblo de Dios”.
Durante las monarquías no existían los órganos de contrapeso ni estándares para gobernar, cada monarca decidía a su manera, “el Estado soy yo”, dijo Luis XIV. Las leyes aparecieron cuando la humanidad crecía y se hacía necesario regular los derechos naturales porque los intereses de los particulares y de las sociedades ya entraban en conflicto y se requería establecer unos convenios mínimos de convivencia que no estuvieran por encima de los derechos generales.
Los fenicios, precursores del comercio, no tenían normas, pero establecieron principios para mantener esta actividad. En la antigua Grecia las decisiones generales se tomaban en el ágora donde todos podían participar y solo más tarde, por funcionalidad, el ágora decidió designar unas personas que representara los derechos colectivos dándole nacimiento al poder constituido o parlamento que comenzó a elaborar leyes acordes con las necesidades del poder constituyente. Puede afirmarse que la normatividad en el mundo es relativamente joven.
A los teóricos de la democracia les pareció razonable esta instancia de poder que, finalmente Montesquieu consolidó con posterioridad a la revolución francesa. Instalado este modelo de poder constituido, en el mundo occidental ha funcionado por algún tiempo; más, toda actividad requiere revisión y mantenimiento que a la democracia muy poco se le ha hecho.
En Colombia, después de 100 años regulándose con una normatividad obsoleta, en 1991 el constituyente primario dio luz a una nueva forma de regular los procesos de toda la sociedad. A los congresistas de todo el mundo hay que recordarles que ellos están cumpliendo una función transitoria delegada por el pueblo y que no pueden extralimitarse como delegatarios. Sin embargo, han burlado esta encomienda y ahora se creen dueños de las decisiones del soberano; esto equivale a que un testaferro decida quedarse con el bien que en confianza algún mafioso le entregó.
¿Serán testaferros los dueños transitorios del poder legislativo? El derecho es inalienable e imprescriptible, la ley es transitoria, relativa y coyuntural y siempre debe adaptarse al derecho; el derecho es absoluto. La ley depende de su hermenéutica, pero debería reducir al máximo la brecha entre esta y el derecho; mientras menos interpretaciones tenga una ley más se acercará al derecho. Cuando esto suceda, el ejercicio de la jurisprudencia será más eficaz.
Fíjense el galimatías que se ha presentado con la intención del gobierno de convocar una asamblea constituyente: muchos especialistas en la materia dicen que es posible, otros dicen lo contrario y cada uno convence a un sector de la población porque la ley no es un axioma, es un teorema. Si no hay identidad de criterios para proceder no implica que el derecho no exista, la que falla es la ley.
Por: Luis Napoleón de Armas P.
¿Quién fue primero, el huevo o la gallina? Es una pregunta filosófica hecha hasta la saciedad. Esta pregunta tiene connotaciones religiosas, pero ese no es el caso que queremos resaltar. La misma pregunta deberíamos hacer acerca de quién fue primero: si el derecho o la ley.
¿Quién fue primero, el huevo o la gallina? Es una pregunta filosófica hecha hasta la saciedad. Esta pregunta tiene connotaciones religiosas, pero ese no es el caso que queremos resaltar. La misma pregunta deberíamos hacer acerca de quién fue primero: si el derecho o la ley.
Podemos afirmar que cuando el sapiens comenzó a elaborar leyes o normas de convivencia, los derechos ya estaban allí, pues nacieron con el ser viviente. Quizás el primer tratado normativo es el Código de Hammurabi, publicado en el año 1776 a. C., unos 200 años antes de Abraham, aproximadamente. Con este código nacería la división de clases, ya que Marduk (dios caldeo) le dijo a su escribiente que clasificara a la humanidad en clases superiores, plebeyas y esclavas. Esta fue, tal vez, la primera división clasista reglada y, por lo tanto, la primera matriz de odio.
En la antigua Roma, ya como república, ya como imperio, se jerarquizaban los conceptos de ley y derecho. En la Biblia se habla de la ley del talión (ley del desquite, como “ojo por ojo”) para recompensar las ofensas de igual manera: una legalización de la venganza. En aquellos tiempos, la gente hacía lo que su dios le ordenara, incluso beber sangre del enemigo, como le ordenó Yahvé a Josué en la conquista de Canaán (Números 22:24), mandato que hoy parece repetirse contra Gaza por parte del mismo “pueblo de Dios”.
Durante las monarquías no existían los órganos de contrapeso ni estándares para gobernar, cada monarca decidía a su manera, “el Estado soy yo”, dijo Luis XIV. Las leyes aparecieron cuando la humanidad crecía y se hacía necesario regular los derechos naturales porque los intereses de los particulares y de las sociedades ya entraban en conflicto y se requería establecer unos convenios mínimos de convivencia que no estuvieran por encima de los derechos generales.
Los fenicios, precursores del comercio, no tenían normas, pero establecieron principios para mantener esta actividad. En la antigua Grecia las decisiones generales se tomaban en el ágora donde todos podían participar y solo más tarde, por funcionalidad, el ágora decidió designar unas personas que representara los derechos colectivos dándole nacimiento al poder constituido o parlamento que comenzó a elaborar leyes acordes con las necesidades del poder constituyente. Puede afirmarse que la normatividad en el mundo es relativamente joven.
A los teóricos de la democracia les pareció razonable esta instancia de poder que, finalmente Montesquieu consolidó con posterioridad a la revolución francesa. Instalado este modelo de poder constituido, en el mundo occidental ha funcionado por algún tiempo; más, toda actividad requiere revisión y mantenimiento que a la democracia muy poco se le ha hecho.
En Colombia, después de 100 años regulándose con una normatividad obsoleta, en 1991 el constituyente primario dio luz a una nueva forma de regular los procesos de toda la sociedad. A los congresistas de todo el mundo hay que recordarles que ellos están cumpliendo una función transitoria delegada por el pueblo y que no pueden extralimitarse como delegatarios. Sin embargo, han burlado esta encomienda y ahora se creen dueños de las decisiones del soberano; esto equivale a que un testaferro decida quedarse con el bien que en confianza algún mafioso le entregó.
¿Serán testaferros los dueños transitorios del poder legislativo? El derecho es inalienable e imprescriptible, la ley es transitoria, relativa y coyuntural y siempre debe adaptarse al derecho; el derecho es absoluto. La ley depende de su hermenéutica, pero debería reducir al máximo la brecha entre esta y el derecho; mientras menos interpretaciones tenga una ley más se acercará al derecho. Cuando esto suceda, el ejercicio de la jurisprudencia será más eficaz.
Fíjense el galimatías que se ha presentado con la intención del gobierno de convocar una asamblea constituyente: muchos especialistas en la materia dicen que es posible, otros dicen lo contrario y cada uno convence a un sector de la población porque la ley no es un axioma, es un teorema. Si no hay identidad de criterios para proceder no implica que el derecho no exista, la que falla es la ley.
Por: Luis Napoleón de Armas P.