“Yo nací una mañana cualquiera allá por mi tierra día de carnaval, pero ya yo venía con mi estrella de componer y cantar a mi mal, y cuando flaquear siento que Dios no me deja, luego me pongo a cantar”.
Tuvieron el acierto Poncho y Emilianito de incluir en el corte número 4 del Lado B, LP titulado ‘Tierra de Cantores’, la canción de Leandro Díaz que lleva por título ‘Dios no me deja’, que desde el día de su lanzamiento el 16 de agosto de 1978 se ha constituido en referente obligado para referirnos a esas canciones que se hicieron con el alma, en esos tiempos cuando los juglares hacían sus cantos por convicción, con el alma, por complacencia o autocomplacencia o para “picarle la lengua” a algún colega, y tuvo la fortuna de hacer parte de aquellos álbumes musicales inmortales porque no tienen presa mala, allí vinieron éxitos que se mantienen como ‘Rio Badillo’ de Octavio Daza, ‘Tierra de cantores’ de Carlos Huertas, ‘El gallo fino’ de Edilberto Daza, ‘La profecía’ de Julio Oñate, y el himno oficial de las fiestas del 16 de julio ‘La virgen del Carmen’, y trajo como fresa sobre el postre un hecho sorpresivo y trascendental, que en todas esas canciones hizo los coros el Joe Arroyo quien por primera vez cantó música vallenata.
Recordamos esa canción al cumplirse los primeros cuatro años de la inmortalidad de Leandro Díaz, seguramente estará absorto y lleno de bienaventuranzas cantándole a quien iluminó su mente para que no le hiciera falta la luz de sus ojos, y emocionado en su reencuentro con sus viejos amigos de travesuras musicales y amorosas por las sierras y sabanas de La Guajira y el Cesar.
Reflexionando sobre Leandro y su obra, y recordando que obtuvo el Premio Nobel de Literatura un señor de quien se dice que es afamado compositor y cantante de cosas que yo no entiendo, me refiero a Bob Dylan, quien como buen bollón se regodeó para recibirlo, hoy no dudo en afirmar que a ese tipo que hace cantos enredados se lo dieron porque los suecos no han escuchado bien las canciones de Leandro, esas si bien explicadas y se entienden y de ñapa se pueden bailar, sus obras musicales son crónicas agrarias y del corazón, y un derroche de narración literaria, por eso una de ellas fue objeto de reconocimiento por parte de García Márquez en ‘El amor en los tiempos del cólera’. Como será de intrascendente el aporte literario de ese Nobel a la literatura, que a pesar de que soy coleccionista de música con más de mil discos de acetato, casetes y CD nunca había visto el nombre de ese carajo en ninguna parte.
Si hacemos un repaso de algunas de las canciones del hijo epónimo de Hatonuevo podemos darnos cuenta de su profundo contenido histórico, humanista, folclórico y literario, por ejemplo en la canción ‘Dos papeles’, que le grabaron los Hermanos López con Oñate, cuando critica que en la sociedad “al bueno lo premian con cobre y al malo con mil maravillas”; en ‘Matilde Lina’ al decir “Cuando Matilde camina hasta sonríe la sabana” hace un cálido elogio descriptivo del coqueto caminar de la mujer elegante y bella; en ‘La contra’ que le grabó Oñate con Juancho, critica a los deudores incumplidos cuando dice “el pícaro tiene esa propaganda, que coge el dinero pero no lo paga”; hace una acida critica a los malos amigos en ‘El hombre de malas’, que si la memoria no me falla la grabaron los Playoneros del Cesar, en esta dice: “Cuando el hombre está salao hasta el amigo más cercano se le aleja, muchas veces la mujer también lo deja y le toca a el sufrir ese martirio”; en ‘Dios no me deja” a la cual corresponde el aparte preliminarmente mencionado y trascrito, deja extendida su profunda gratitud con Dios de quien dice: “El la vista me negó para que yo no mirara, en recompensa me dio los ojos bellos del alma”, y en ‘Horas felices’, que le grabaron los Zuleta, describe su encuentro con la chica que lo hizo erizar en el parque sobre lo cual dice “Allá en la esquina del parque me saludó una mujer desde que charlé con ella tengo ganas de cantar, desde entonces no la he podido olvidar hoy mis horas son felices como ayer”.
Por todo lo anterior sigo pensando que como los premios nobel de literatura no solo se le otorgan ahora a los escritores convencionales sino a quienes escriben en el pentagrama musical con el canto y con el corazón, con más razón póstumo a quien escribía, cantaba y -como dijo Adolfo Pacheco- pintaba hasta “lo que no se ve”.