Es bueno elogiar a los ciudadanos que se destacan en el servicio a los demás, en el ejemplo que dan con sus vidas rectas y productivas, en el engrandecimiento del folclor, en el trabajo cultural, en el civismo, en fin, en los diferentes campos en que el espectáculo de la vida les permite actuar.
Resaltar valores es un acto de generosidad siempre y cuando no lleve un interés, que la mayoría de las veces adivinamos o que sólo el autor del elogio lo alberga.
De los cantos y alabanzas nació la literatura: la épica, con la aparición del héroe, sentó las bases para el elogio al grande, al liberador o salvador de pueblos. Es apasionante leer los cantos y cantares épicos y conocer la magia del narrador o del juglar que cuenta las acciones valientes o las desalmadas de los agonistas sin comparar, solo deja al lector o al escucha la tarea de calificar, según su criterio, quién actuó bien y quién no.
En esta era, cuando pululan los héroes con pie de barro, se acrecientan los elogios, especialmente a los políticos; aunque todo el mundo es libre de elogiar a quien le parezca, hay que tener cuidado para no caer en la desmesura, especialmente si se es periodista, columnista, orientador de la opinión pública.
Una regla de oro en el elogio es no comparar. Es inadmisible subir a uno a costas de bajar a otro; horripilante táctica que no habla bien de los sentimientos de quien escribe. Humillar a un personaje, con nombre propio, que nos cae mal o que no ha llenado nuestras expectativas en su accionar público o simplemente porque la gente lo critica o por lo que sea, es inaceptable
Se creían superadas las épocas de fulgurantes diatribas en las que se echaban por tierra honores, famas, y demás con tal de subir a la persona o personaje de nuestros afectos. Nadie es tan malo ni nadie es tan extraordinario para que nuestro dedo se levante sin ecuanimidad y lo señale y lo condene o glorifique.
La comparación en las alabanzas, esa que nos lleva a derramar el rencor escondido sobre un ser al que no se le ha escuchado, condenándolo sin juicio previo, o a excedernos en nuestra simpatía o admiración al ensalzar a quien nos hizo un favor o simplemente nos embeleza porque lo vemos maravilloso, sin contemplar la posibilidad de que los lectores nos califiquen de aduladores y hasta de serviles.
Todo en su justa medida. Un escritor, periodista o columnista no se puede dar el lujo de deshacerse en lisonjas para alguien si paralelamente infama a otro. Si es tan fuerte su enojo dedíquele su escrito completo y critíquelo, fustíguelo, pero no lo compare con sus héroes o con los santos de su devoción, y hágalo con el mismo valor que usa para el ataque comparativo. A un país que arde atizado por el odio y la intolerancia, no le hace ningún bien que los comunicadores o columnistas impongan la moda de hacer paralelos entre el que, según ellos, sirve o no sirve. Cuando se nos da ese retazo de papel en la página de un periódico o revista es para que la utilicemos en bien de nuestro entorno y de nosotros mismos; y vale la crítica a todo lo malo a lo no correcto, claro que sí, pero no la comparación que siempre claudica.
Por Mary Daza Orozco