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Crónica - 1 junio, 2020

Las bondades de la vida nos alejan de la muerte

Lorenzo Miguel Morales Herrera vivió pensando en la vida y en las virtudes que Dios le concedió a su espíritu para cultivar la música. Anduvo haciendo camino para regar las semillas de su canto; creó un estilo, una escuela musical en las notas del acordeón y en la composición vallenata.

Lorenzo Miguel Morales.
Lorenzo Miguel Morales.

Dicen muchas personas que han vivido largos años, que pensar en la vida: en las bellezas del amor, del paisaje, de la música, de la alegría y en las virtudes del espíritu, los mantiene alejado de la muerte. Con razón, afirma un poeta,  que  “la vida es un eterno embellecimiento de la muerte”. Como nadie sabe el instante letal de la partida, vivir en la sublime condición de hacer el bien nos protege y nos premia de bendiciones.

Lorenzo Miguel Morales Herrera (19-junio-1914- 26-agosto-2011) vivió pensando en la vida y en las virtudes que Dios le concedió a su espíritu para cultivar la música. Anduvo haciendo camino para regar las semillas de su canto; creó un estilo, una escuela musical en las notas del acordeón y en la composición vallenata. Entre los que reconocen su talento como autor, están dos maestros compositores del canto vallenato: Leandro Díaz Duarte y Dagoberto López Mieles; ambos iniciaron su afición por la música vallenata interpretando las canciones de Morales y de él también alimentaron sus venas de compositores. En su estilo en el acordeón, su alumno más aventajado fue el rey de reyes, Nicolás Elías ‘Colacho’ Mendoza.

Desde 1938, año de la legendaria piqueria de la ´Gota Fría’, Lorenzo Morales y Emiliano Zuleta son los dos músicos de acordeón de mayor reconocimiento en la región de Valledupar por sus habilidades sonoras para las notas del teclado y el repentismo de los versos de cuatro palabras.  

 


Leandro Díaz y Lorenzo Morales.

Morales quizás fue uno de los juglares más andariego. Cierto día de 1945 el maestro Rafael Escalona fue a buscarlo a Guacoche; varias mujeres que llevaban en su cabeza tinajas llenas de agua le dijeron que lo buscara en Valencia o en Caracolí, en Codazzi, Badillo o Patillal; entonces le escribió el canto ‘Buscando a Morales’, cuyo estribillo dice:

Porque Moralito es hombre andariego/

que cambia de nido ni el cucarachero/

porque Moralito es una enfermadá/

está en todas partes y en ninguna está.

La Fundación Festival de la Leyenda vallenata, en 2011, edición 44 del Festival, le rinde homenaje a la vida y obra musical de Lorenzo Morales ‘Moralito’ y Leandro Díaz. Y cuatro meses después, el 26 de agosto, el cuerpo de Lorenzo Morales se abraza a la penumbra silente de la muerte; pero su espíritu andariego, como un ángel intangible ronda con las melodías de sus canciones por el cielo de la región del Valle de Upar. Aunque su primera muerte la anunció el maestro Leandro Díaz, en 1960, en una hermosa canción (grabada por Ovidio Granados y sus Playoneros del Cesar).  Era la muerte poética, por el silencio prolongado de su acordeón y la larga ausencia en la montaña:

Si fuera un mejicano que acabara de morir/

corridos y rancheras todo mundo cantaría/

pero murió Morales ninguno lo oyó decir/

murió poéticamente dentro de la serranía.

                  ///

EL JUGLAR LORENZO MORALES

(Por José Atuesta Mindiola)

                I

En la tierra de Guacoche,

ese palenque famoso,

nació un juglar portentoso

con el color de la noche,

y trinaba como un toche

con su garganta sonora,

igual que el ave canora

en los floridos rosales;

era Lorenzo Morales

el cantador de las horas.

               II  

Espigas de melodías

regó por esta región,

las notas de su acordeón

iban sembrando alegría.

Él no tuvo dinastía

de músicos y cantores

para extender los honores,

grandeza de su talento;

su cantar está en el viento

como perfume de flores. 

              III 

Negro de los Cardonales,

dijo Emiliano Zuleta,

el músico se respeta

porque su talento vale.

Al gran Lorenzo Morales,

también yo recodaré,

una noche le escuché

cantándole a una doncella:

“Yo siempre dejo la huella,

antes de poner el pie”.   

Por José Atuesta Mindiola

Crónica
1 junio, 2020

Las bondades de la vida nos alejan de la muerte

Lorenzo Miguel Morales Herrera vivió pensando en la vida y en las virtudes que Dios le concedió a su espíritu para cultivar la música. Anduvo haciendo camino para regar las semillas de su canto; creó un estilo, una escuela musical en las notas del acordeón y en la composición vallenata.


Lorenzo Miguel Morales.
Lorenzo Miguel Morales.

Dicen muchas personas que han vivido largos años, que pensar en la vida: en las bellezas del amor, del paisaje, de la música, de la alegría y en las virtudes del espíritu, los mantiene alejado de la muerte. Con razón, afirma un poeta,  que  “la vida es un eterno embellecimiento de la muerte”. Como nadie sabe el instante letal de la partida, vivir en la sublime condición de hacer el bien nos protege y nos premia de bendiciones.

Lorenzo Miguel Morales Herrera (19-junio-1914- 26-agosto-2011) vivió pensando en la vida y en las virtudes que Dios le concedió a su espíritu para cultivar la música. Anduvo haciendo camino para regar las semillas de su canto; creó un estilo, una escuela musical en las notas del acordeón y en la composición vallenata. Entre los que reconocen su talento como autor, están dos maestros compositores del canto vallenato: Leandro Díaz Duarte y Dagoberto López Mieles; ambos iniciaron su afición por la música vallenata interpretando las canciones de Morales y de él también alimentaron sus venas de compositores. En su estilo en el acordeón, su alumno más aventajado fue el rey de reyes, Nicolás Elías ‘Colacho’ Mendoza.

Desde 1938, año de la legendaria piqueria de la ´Gota Fría’, Lorenzo Morales y Emiliano Zuleta son los dos músicos de acordeón de mayor reconocimiento en la región de Valledupar por sus habilidades sonoras para las notas del teclado y el repentismo de los versos de cuatro palabras.  

 


Leandro Díaz y Lorenzo Morales.

Morales quizás fue uno de los juglares más andariego. Cierto día de 1945 el maestro Rafael Escalona fue a buscarlo a Guacoche; varias mujeres que llevaban en su cabeza tinajas llenas de agua le dijeron que lo buscara en Valencia o en Caracolí, en Codazzi, Badillo o Patillal; entonces le escribió el canto ‘Buscando a Morales’, cuyo estribillo dice:

Porque Moralito es hombre andariego/

que cambia de nido ni el cucarachero/

porque Moralito es una enfermadá/

está en todas partes y en ninguna está.

La Fundación Festival de la Leyenda vallenata, en 2011, edición 44 del Festival, le rinde homenaje a la vida y obra musical de Lorenzo Morales ‘Moralito’ y Leandro Díaz. Y cuatro meses después, el 26 de agosto, el cuerpo de Lorenzo Morales se abraza a la penumbra silente de la muerte; pero su espíritu andariego, como un ángel intangible ronda con las melodías de sus canciones por el cielo de la región del Valle de Upar. Aunque su primera muerte la anunció el maestro Leandro Díaz, en 1960, en una hermosa canción (grabada por Ovidio Granados y sus Playoneros del Cesar).  Era la muerte poética, por el silencio prolongado de su acordeón y la larga ausencia en la montaña:

Si fuera un mejicano que acabara de morir/

corridos y rancheras todo mundo cantaría/

pero murió Morales ninguno lo oyó decir/

murió poéticamente dentro de la serranía.

                  ///

EL JUGLAR LORENZO MORALES

(Por José Atuesta Mindiola)

                I

En la tierra de Guacoche,

ese palenque famoso,

nació un juglar portentoso

con el color de la noche,

y trinaba como un toche

con su garganta sonora,

igual que el ave canora

en los floridos rosales;

era Lorenzo Morales

el cantador de las horas.

               II  

Espigas de melodías

regó por esta región,

las notas de su acordeón

iban sembrando alegría.

Él no tuvo dinastía

de músicos y cantores

para extender los honores,

grandeza de su talento;

su cantar está en el viento

como perfume de flores. 

              III 

Negro de los Cardonales,

dijo Emiliano Zuleta,

el músico se respeta

porque su talento vale.

Al gran Lorenzo Morales,

también yo recodaré,

una noche le escuché

cantándole a una doncella:

“Yo siempre dejo la huella,

antes de poner el pie”.   

Por José Atuesta Mindiola