En la región tropical del Caribe colombiano es placentera la contemplación de la biodiversidad vegetal. Vivir rodeado de árboles es ser afortunado porque la vida gira en torno a ellos: además de ser sustento capital de alimentos, son los guardianes del aire y de los ríos, albergues protectores de los pájaros y monumentos de la […]
En la región tropical del Caribe colombiano es placentera la contemplación de la biodiversidad vegetal. Vivir rodeado de árboles es ser afortunado porque la vida gira en torno a ellos: además de ser sustento capital de alimentos, son los guardianes del aire y de los ríos, albergues protectores de los pájaros y monumentos de la policromía del paisaje.
El ser humano que habita en el campo es por naturaleza un amante del paisaje. Nuestros juglares vallenatos fueron poetas de los árboles y en sus versos resaltaron el silencio frondoso de sus ramas por ser testigo de encuentros y promesas de sus amoríos. Miguel Yanet en las sabanas de Mariangola para agraciarse con su enamorada compuso la canción ‘El palo de matarratón’.
Calixto Ochoa evocaba un idílico romance de su adolescencia, y cantó ‘Los sabanales’. Alejo Durán recordaba el diálogo amoroso debajo de ´Los campanales’ y Leandro Díaz para inmortalizar a una esquiva dama ‘El palo de mango’. No hay duda, si el poeta Jorge Luis Borges quiso expresar la alianza de los recuerdos de una enamorada con este original verso: “una mujer me duele en todo el cuerpo”. Para estos cantores, “un árbol le dolía en todo el cuerpo”.
Este árbol que nos duele en la piel, es ese que vive atado a nuestra infancia o de otra estancia gratificante de la vida. Cuando el ser humano vive en contacto permanente con la naturaleza vegetal tiene preferencia por un árbol en particular que cautivó algunos instantes de su existencia y alimenta los recuerdos por el aroma y el sabor de sus frutos, por el esplendor fascinante de sus flores, por la verde frescura de sus ramas, por la lejana nostalgia del patio materno o por cualesquiera otras circunstancias de gratas remembranzas.
Los árboles son sensibles a las manos amorosas que lo riegan y lo cuidan; se ven alegres por las voces sonrientes de sus protectores y se entristecen por la arrogancia de las motosierras de los arboricidas. Los árboles además de sembrarlos, y protegerlos, debemos identificar cuál es el árbol que llevamos simbólicamente con nosotros. Por ejemplo, una mujer bondadosa, serena en sus modales debe tener en el fértil jardín de su alma el árbol de azucena, porque éste con sus flores blancas exhala ternura y ensoñación.
Una mujer que haya nacido y crecido en un pueblo a la orilla del mar Caribe donde los rumores de tambores cimbrean la plasticidad de las palmeras; no hay duda, esa mujer lleva consigo la palmera y disfruta bailando con la armonía de sus caderas. El Croto, arbusto que emana todos los colores de la primavera, es el preferido de muchas mujeres jóvenes que viven radiantes en el arco iris de la juventud. De las mujeres que viven sonrientes y adornan sus labios con los suaves tonos de color morado, su árbol es el Roble, porque sus flores parecen arreboles regando sonrisas en el viento.
Las mujeres seductoras que hipnotizan con sus secretos encantos a los incautos enamorados, deben identificarse con el arbusto Yateví, una exótica especie silvestre que produce ciertos bálsamos que adormecen a los caminantes y los confunden hasta el punto de hacerles perderse en los caminos.
Por José Atuesta Mindiola
En la región tropical del Caribe colombiano es placentera la contemplación de la biodiversidad vegetal. Vivir rodeado de árboles es ser afortunado porque la vida gira en torno a ellos: además de ser sustento capital de alimentos, son los guardianes del aire y de los ríos, albergues protectores de los pájaros y monumentos de la […]
En la región tropical del Caribe colombiano es placentera la contemplación de la biodiversidad vegetal. Vivir rodeado de árboles es ser afortunado porque la vida gira en torno a ellos: además de ser sustento capital de alimentos, son los guardianes del aire y de los ríos, albergues protectores de los pájaros y monumentos de la policromía del paisaje.
El ser humano que habita en el campo es por naturaleza un amante del paisaje. Nuestros juglares vallenatos fueron poetas de los árboles y en sus versos resaltaron el silencio frondoso de sus ramas por ser testigo de encuentros y promesas de sus amoríos. Miguel Yanet en las sabanas de Mariangola para agraciarse con su enamorada compuso la canción ‘El palo de matarratón’.
Calixto Ochoa evocaba un idílico romance de su adolescencia, y cantó ‘Los sabanales’. Alejo Durán recordaba el diálogo amoroso debajo de ´Los campanales’ y Leandro Díaz para inmortalizar a una esquiva dama ‘El palo de mango’. No hay duda, si el poeta Jorge Luis Borges quiso expresar la alianza de los recuerdos de una enamorada con este original verso: “una mujer me duele en todo el cuerpo”. Para estos cantores, “un árbol le dolía en todo el cuerpo”.
Este árbol que nos duele en la piel, es ese que vive atado a nuestra infancia o de otra estancia gratificante de la vida. Cuando el ser humano vive en contacto permanente con la naturaleza vegetal tiene preferencia por un árbol en particular que cautivó algunos instantes de su existencia y alimenta los recuerdos por el aroma y el sabor de sus frutos, por el esplendor fascinante de sus flores, por la verde frescura de sus ramas, por la lejana nostalgia del patio materno o por cualesquiera otras circunstancias de gratas remembranzas.
Los árboles son sensibles a las manos amorosas que lo riegan y lo cuidan; se ven alegres por las voces sonrientes de sus protectores y se entristecen por la arrogancia de las motosierras de los arboricidas. Los árboles además de sembrarlos, y protegerlos, debemos identificar cuál es el árbol que llevamos simbólicamente con nosotros. Por ejemplo, una mujer bondadosa, serena en sus modales debe tener en el fértil jardín de su alma el árbol de azucena, porque éste con sus flores blancas exhala ternura y ensoñación.
Una mujer que haya nacido y crecido en un pueblo a la orilla del mar Caribe donde los rumores de tambores cimbrean la plasticidad de las palmeras; no hay duda, esa mujer lleva consigo la palmera y disfruta bailando con la armonía de sus caderas. El Croto, arbusto que emana todos los colores de la primavera, es el preferido de muchas mujeres jóvenes que viven radiantes en el arco iris de la juventud. De las mujeres que viven sonrientes y adornan sus labios con los suaves tonos de color morado, su árbol es el Roble, porque sus flores parecen arreboles regando sonrisas en el viento.
Las mujeres seductoras que hipnotizan con sus secretos encantos a los incautos enamorados, deben identificarse con el arbusto Yateví, una exótica especie silvestre que produce ciertos bálsamos que adormecen a los caminantes y los confunden hasta el punto de hacerles perderse en los caminos.
Por José Atuesta Mindiola