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Crónica - 7 agosto, 2019

La última noche del Virreinato

Ocho de agosto de 1819, nueve de la noche. Dos jinetes a galope entran por el norte hasta la Plaza Mayor de Santafé de Bogotá. Tuercen a la derecha y desmontan frente a una casa de azotea que servía de palacio al Virrey.

CORTESÍA
CORTESÍA

Ocho de agosto de 1819, nueve de la noche. Dos jinetes a galope entran por el norte hasta la Plaza Mayor de Santafé de Bogotá. Tuercen a la derecha y desmontan frente a una casa de azotea que servía de palacio al Virrey.

Don Juan Sámano y Uribarri se encontraba despierto jugando chaquete con un oidor de la Real Audiencia. Los dos jinetes pasaron aprisa por la fila de la guardia.

Juan Sámano

El Virrey al oír el ruido del latón de los sables y de pasos apresurados que entraban a su gabinete, se puso de pie y pálido de emoción preguntó: “¿Qué hay?” Uno de los que llegaban contestó: “El ejército del Rey ha sido aniquilado a dos jornadas de aquí, en el puente del río Teatinos que llaman de Boyacá; el general Barreiro está cautivo de los insurgentes. A duras penas escapamos.”

Sámano se desplomó en su butaca. Quienes traían la noticia eran don Juan Barrera y el capitán Manuel Martínez Aparicio, asistente del propio Barreiro. La duda cruzó por la mente del Virrey. Se encaró en el Oidor y le dijo: “Recíbales Usía declaración jurada. ¡Veremos si aseguran tal mentira bajo juramento!”.

El oidor hizo con los dedos la señal de la cruz y pronunció las palabras sacramentales, a las que contestaron los emisarios ratificándose en lo dicho. Martínez añadió: “Si todavía duda Vuestra Excelencia, aguarde a que amanezca y oirá la noticia de la boca de Bolívar”. Sin despedirse salió de la estancia.

El Virrey hizo una especie de ruido inarticulado, se echó de espalda en su butaca y se quedó inmóvil. El Oidor dijo: ¡Huyamos! El Virrey repitió: “¡Si, huyamos!”. Dio las órdenes del caso haciéndose a la ligera tres cargas de ropa y mucho dinero.

Los cronistas de la época bocetan al Virrey diciendo que era proverbial su marcado odio a los americanos. Lo describen como un militar brusco y de carácter irascible viejo y cojo, algo jorobado, regañón y cruel con los prisioneros patriotas a quienes pateaba y escupía. Lo cierto es que a su haber tenía como militar una excelente hoja de servicios. Pertenecía a una distinguida familia y su salud era de hierro.

Desde su época de cadete en 1771 había escalado peldaño a peldaño en la pirámide castrense por méritos labrados con sacrificios: sentó plaza en Puerto Rico y Cartagena de Indias y vuelto a Navarra se enfrentó con los franceses bajo órdenes del general Ventura Caro y fue herido en batalla por dos ocasiones. Para 1806 se encontraba en Riohacha donde le correspondió rechazar un ataque inglés en la noche del 20 de octubre.

Don Juan Sámano, sin embargo de su cuerpo viejo, era un persistente enamorado. Estaba prendado de la viuda de Jorge Tadeo Lozano, llamada María Tadea Lozano.

Muchos comentarios y rumores corrían sobre tan singular situación puesto que aún estaba la sangre fresca de aquel fusilado por la causa libertaria y no resultaba ni lógico ni moral que ella pudiere corresponder a sus galanteos y requerimientos. Lo cierto fue que doña María tenía acceso al Palacio dizque para interceder y aliviar la represión contra los patriotas cautivos ante su añoso galán.

La viuda era ya jamona, madre de ocho hijos, poseedora de títulos y de cuantiosos bienes y que aceptó que el Virrey senil le arrastrara el ala sólo en apariencia pues tenía compromiso matrimonial con Joaquín Gómez Hoyos, oriundo de Marinilla, con quien se casó finalmente en diciembre.

Pero el Virrey, con todo y estar alocado por el toque de Cupido, no se acordó de decir adiós a su “dulce paloma” cuando entraron a la ciudad los chasquis militares Manuel Martínez de Aparicio y Juan Barrera, portadores de las malas nuevas del desastre ocurrido en Boyacá, reventado cinchas en aquel anochecer de agosto de 1819.

Plaza Mayor de Bogotá CORTESÍA

Sabida pues la mala noticia de la derrota de su ejército en Boyacá, el virrey Sámano, huyó a la media noche con un piquete de caballería que le hacía de guardia personal. La prisa con que salió fue tal que se quedaron abiertas varias gavetas llenas de monedas y seiscientos mil patacones de oro en Tesorería.

Sin detenerse en ninguna parte, tomó el camino de Honda sin amparar a sus partidarios que quedaban al garete en la ciudad. Después tomó almadía y río abajo se fue para Cartagena.

Los emisarios Martínez Aparicio y Barrera dieron aviso esa noche a sus deudos y amigos para que pusieran pies en polvorosa. La gente a medio vestir salía llevada de pánico. Se escuchaban requiebros y gritos, golpes en los aldabones de las casas. La noticia corría con pies de terror. Las familias patriotas ante el bullicio y carrera de sus contrarios averiguaban lo que ya sospechaban.

Pronto una multitud a pie o en lomo de burro tomaba camino dejando casi todas sus pertenencias abandonadas. Algunos enterraron sus cofres en los traspatios.

Era tanta la confusión que trajo la huida que de aquellos tiempos se recordaba a un comerciante que huyó llevando debajo del brazo un gallo que dormía en un catabre de tela en el corredor de su vivienda, quien creyendo que era una talega con dinero que acababa de poner al cerrar la puerta, se vino a percatar de la equivocación cuando el plumífero cantó en el camino de Facatativá.

En un convento se depositó en guarda, un baúl con trapos de cocina en vez de un arca con joyas de una matrona española.

Los percances del camino de aquellos que huían fueron descritos con sorna por el médico y poeta Gualberto Gutiérrez, tunjano, a quien en la Época del Terror el Gobierno español le obligó a servir gratis en un cuartel realista ante la sospecha de que simpatizaba con los patriotas.

Helo aquí: “Anoche a la media noche / Santafé estaba sin juicio / por las noticias que trajo / el capitán Aparicio. Ya salen los emigrados / ya salen todos llorando / detrás de todas las tropas / de su amado rey Fernando. Los oidores a caballo / y un alcalde en alpargates / huían detrás del Virrey / hablando mil disparates. Yo también vide salir / a las señoras Gonzales / con pollos y sus gallinas / detrás de los oficiales. Ya sale el viejo Virrey / con sus tropas y los frailes / atisban a ver si viene / Bolívar con sus cobardes. Sámano juntó a su grey / para Honda marchó / y en el camino gritó / ya el diablo se llevó al Rey”.

Por: Rodolfo Ortega Montero

Crónica
7 agosto, 2019

La última noche del Virreinato

Ocho de agosto de 1819, nueve de la noche. Dos jinetes a galope entran por el norte hasta la Plaza Mayor de Santafé de Bogotá. Tuercen a la derecha y desmontan frente a una casa de azotea que servía de palacio al Virrey.


CORTESÍA
CORTESÍA

Ocho de agosto de 1819, nueve de la noche. Dos jinetes a galope entran por el norte hasta la Plaza Mayor de Santafé de Bogotá. Tuercen a la derecha y desmontan frente a una casa de azotea que servía de palacio al Virrey.

Don Juan Sámano y Uribarri se encontraba despierto jugando chaquete con un oidor de la Real Audiencia. Los dos jinetes pasaron aprisa por la fila de la guardia.

Juan Sámano

El Virrey al oír el ruido del latón de los sables y de pasos apresurados que entraban a su gabinete, se puso de pie y pálido de emoción preguntó: “¿Qué hay?” Uno de los que llegaban contestó: “El ejército del Rey ha sido aniquilado a dos jornadas de aquí, en el puente del río Teatinos que llaman de Boyacá; el general Barreiro está cautivo de los insurgentes. A duras penas escapamos.”

Sámano se desplomó en su butaca. Quienes traían la noticia eran don Juan Barrera y el capitán Manuel Martínez Aparicio, asistente del propio Barreiro. La duda cruzó por la mente del Virrey. Se encaró en el Oidor y le dijo: “Recíbales Usía declaración jurada. ¡Veremos si aseguran tal mentira bajo juramento!”.

El oidor hizo con los dedos la señal de la cruz y pronunció las palabras sacramentales, a las que contestaron los emisarios ratificándose en lo dicho. Martínez añadió: “Si todavía duda Vuestra Excelencia, aguarde a que amanezca y oirá la noticia de la boca de Bolívar”. Sin despedirse salió de la estancia.

El Virrey hizo una especie de ruido inarticulado, se echó de espalda en su butaca y se quedó inmóvil. El Oidor dijo: ¡Huyamos! El Virrey repitió: “¡Si, huyamos!”. Dio las órdenes del caso haciéndose a la ligera tres cargas de ropa y mucho dinero.

Los cronistas de la época bocetan al Virrey diciendo que era proverbial su marcado odio a los americanos. Lo describen como un militar brusco y de carácter irascible viejo y cojo, algo jorobado, regañón y cruel con los prisioneros patriotas a quienes pateaba y escupía. Lo cierto es que a su haber tenía como militar una excelente hoja de servicios. Pertenecía a una distinguida familia y su salud era de hierro.

Desde su época de cadete en 1771 había escalado peldaño a peldaño en la pirámide castrense por méritos labrados con sacrificios: sentó plaza en Puerto Rico y Cartagena de Indias y vuelto a Navarra se enfrentó con los franceses bajo órdenes del general Ventura Caro y fue herido en batalla por dos ocasiones. Para 1806 se encontraba en Riohacha donde le correspondió rechazar un ataque inglés en la noche del 20 de octubre.

Don Juan Sámano, sin embargo de su cuerpo viejo, era un persistente enamorado. Estaba prendado de la viuda de Jorge Tadeo Lozano, llamada María Tadea Lozano.

Muchos comentarios y rumores corrían sobre tan singular situación puesto que aún estaba la sangre fresca de aquel fusilado por la causa libertaria y no resultaba ni lógico ni moral que ella pudiere corresponder a sus galanteos y requerimientos. Lo cierto fue que doña María tenía acceso al Palacio dizque para interceder y aliviar la represión contra los patriotas cautivos ante su añoso galán.

La viuda era ya jamona, madre de ocho hijos, poseedora de títulos y de cuantiosos bienes y que aceptó que el Virrey senil le arrastrara el ala sólo en apariencia pues tenía compromiso matrimonial con Joaquín Gómez Hoyos, oriundo de Marinilla, con quien se casó finalmente en diciembre.

Pero el Virrey, con todo y estar alocado por el toque de Cupido, no se acordó de decir adiós a su “dulce paloma” cuando entraron a la ciudad los chasquis militares Manuel Martínez de Aparicio y Juan Barrera, portadores de las malas nuevas del desastre ocurrido en Boyacá, reventado cinchas en aquel anochecer de agosto de 1819.

Plaza Mayor de Bogotá CORTESÍA

Sabida pues la mala noticia de la derrota de su ejército en Boyacá, el virrey Sámano, huyó a la media noche con un piquete de caballería que le hacía de guardia personal. La prisa con que salió fue tal que se quedaron abiertas varias gavetas llenas de monedas y seiscientos mil patacones de oro en Tesorería.

Sin detenerse en ninguna parte, tomó el camino de Honda sin amparar a sus partidarios que quedaban al garete en la ciudad. Después tomó almadía y río abajo se fue para Cartagena.

Los emisarios Martínez Aparicio y Barrera dieron aviso esa noche a sus deudos y amigos para que pusieran pies en polvorosa. La gente a medio vestir salía llevada de pánico. Se escuchaban requiebros y gritos, golpes en los aldabones de las casas. La noticia corría con pies de terror. Las familias patriotas ante el bullicio y carrera de sus contrarios averiguaban lo que ya sospechaban.

Pronto una multitud a pie o en lomo de burro tomaba camino dejando casi todas sus pertenencias abandonadas. Algunos enterraron sus cofres en los traspatios.

Era tanta la confusión que trajo la huida que de aquellos tiempos se recordaba a un comerciante que huyó llevando debajo del brazo un gallo que dormía en un catabre de tela en el corredor de su vivienda, quien creyendo que era una talega con dinero que acababa de poner al cerrar la puerta, se vino a percatar de la equivocación cuando el plumífero cantó en el camino de Facatativá.

En un convento se depositó en guarda, un baúl con trapos de cocina en vez de un arca con joyas de una matrona española.

Los percances del camino de aquellos que huían fueron descritos con sorna por el médico y poeta Gualberto Gutiérrez, tunjano, a quien en la Época del Terror el Gobierno español le obligó a servir gratis en un cuartel realista ante la sospecha de que simpatizaba con los patriotas.

Helo aquí: “Anoche a la media noche / Santafé estaba sin juicio / por las noticias que trajo / el capitán Aparicio. Ya salen los emigrados / ya salen todos llorando / detrás de todas las tropas / de su amado rey Fernando. Los oidores a caballo / y un alcalde en alpargates / huían detrás del Virrey / hablando mil disparates. Yo también vide salir / a las señoras Gonzales / con pollos y sus gallinas / detrás de los oficiales. Ya sale el viejo Virrey / con sus tropas y los frailes / atisban a ver si viene / Bolívar con sus cobardes. Sámano juntó a su grey / para Honda marchó / y en el camino gritó / ya el diablo se llevó al Rey”.

Por: Rodolfo Ortega Montero