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Columnista - 2 agosto, 2019

La religión y la moral, en Augusto Comte

El tema del título de esta columna corresponde al último período filosófico de Comte, quien no desconoce que por encima de la sociología está la ciencia de la moral, que regula las interrelaciones de la conducta humana. Pero fiel a su intelección de sociólogo considera que sólo un conocimiento científico, esto es, experimental, del hombre, […]

El tema del título de esta columna corresponde al último período filosófico de Comte, quien no desconoce que por encima de la sociología está la ciencia de la moral, que regula las interrelaciones de la conducta humana.

Pero fiel a su intelección de sociólogo considera que sólo un conocimiento científico, esto es, experimental, del hombre, puede establecer las bases de unas normas morales correctas. Pensaba que el progreso científico podría producir una religión para la humanidad, en la que el amor y la solidaridad serían los valores supremos.

Este remedo de religión positiva de Comte tendría templos, su liturgia y también un santoral, integrado por los hombres sobresalientes, científicos, artistas, benefactores, en lugar del santoral católico. En esta utopía, la humanidad alcanzaría su felicidad, por la ciencia redentora, sepulturera, según él, de las tinieblas teológicas-metafísicas. En esta religión atea, Dios es sustituido por la humanidad, como un Absoluto, al que se le debe rendir culto.

Comte es pensado como el padre de la filosofía positiva, de la cual hizo un papel equivalente al de la religión, si reflexionamos que en la religión podemos observar una cosmovisión del mundo. Pero si bien la filosofía positiva no es realmente una religión, sí podemos afirmar que es una ideología más de las que se cultivaron en el siglo XIX, y, como toda ideología, reduccionista de la realidad completa del ansia de trascendencia del hombre.

Al lado del positivismo de Comte, surge otra corriente de pensamiento pseudofilosófico, el Evolucionismo, muy influyente en los círculos intelectuales de Occidente, hacia finales del siglo XIX, especialmente por los trabajos de campo del inglés Charles Darwin (1.809- 1.882), con la teoría de la Selección Natural, aupada paralelamente con la del Evolucionismo de Herbert Spencer (1.820 – 1.903).

La teoría Darwiniana que tiene como antecedente la del naturalista francés Jean-Baptiste Lamarck (1.741 – 1.829), afirma que toda especie animal, incluida la humana, se transforma evolutivamente, hasta cambiar de especie, para mejorar.

En 1.871 Darwin publica su obra El Origen del Hombre, quien habría descendido de un simio, lo que aprovecharon los cientista como arma intelectual contra la revelación y la fe, y así lo que se presentaba como una mera hipótesis científica se convertía en un elemento de lucha del positivismo militante, considerándose que habría llegado el momento de derrotar definitivamente lo que los positivistas cavilaban habían sido las tinieblas medievales de la teología.

La tergiversación de apenas una hipótesis tomó una fuerza política, hasta el punto de llegar a utilizarse por algunos para justificar la victoria por la fuerza de los hombres más dotados racialmente, pensabase en los blancos, sobre los de otros colores de la piel, considerados inferiores.

Para terminar esta columna y como comienzo de la próxima, escribo lo siguiente. El evolucionismo fue sistematizado filosóficamente por el sociólogo ingles Herbert Spencer (1.820 – 1.903). Quien no fue un universitario, sino un autodidacta ayudado al respecto por su padre. Se dedicó a la filosofía, y sus más destacadas ideas están consignadas en sus libros denominados: Principios de Biología; Principios de Psicología; Principios de Sociología y Principios de Etica, a manera de un sistema filosófico completo.

Continuará…
RODRIGO LOPEZ BARROS
[email protected]

Columnista
2 agosto, 2019

La religión y la moral, en Augusto Comte

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Rodrigo López Barros

El tema del título de esta columna corresponde al último período filosófico de Comte, quien no desconoce que por encima de la sociología está la ciencia de la moral, que regula las interrelaciones de la conducta humana. Pero fiel a su intelección de sociólogo considera que sólo un conocimiento científico, esto es, experimental, del hombre, […]


El tema del título de esta columna corresponde al último período filosófico de Comte, quien no desconoce que por encima de la sociología está la ciencia de la moral, que regula las interrelaciones de la conducta humana.

Pero fiel a su intelección de sociólogo considera que sólo un conocimiento científico, esto es, experimental, del hombre, puede establecer las bases de unas normas morales correctas. Pensaba que el progreso científico podría producir una religión para la humanidad, en la que el amor y la solidaridad serían los valores supremos.

Este remedo de religión positiva de Comte tendría templos, su liturgia y también un santoral, integrado por los hombres sobresalientes, científicos, artistas, benefactores, en lugar del santoral católico. En esta utopía, la humanidad alcanzaría su felicidad, por la ciencia redentora, sepulturera, según él, de las tinieblas teológicas-metafísicas. En esta religión atea, Dios es sustituido por la humanidad, como un Absoluto, al que se le debe rendir culto.

Comte es pensado como el padre de la filosofía positiva, de la cual hizo un papel equivalente al de la religión, si reflexionamos que en la religión podemos observar una cosmovisión del mundo. Pero si bien la filosofía positiva no es realmente una religión, sí podemos afirmar que es una ideología más de las que se cultivaron en el siglo XIX, y, como toda ideología, reduccionista de la realidad completa del ansia de trascendencia del hombre.

Al lado del positivismo de Comte, surge otra corriente de pensamiento pseudofilosófico, el Evolucionismo, muy influyente en los círculos intelectuales de Occidente, hacia finales del siglo XIX, especialmente por los trabajos de campo del inglés Charles Darwin (1.809- 1.882), con la teoría de la Selección Natural, aupada paralelamente con la del Evolucionismo de Herbert Spencer (1.820 – 1.903).

La teoría Darwiniana que tiene como antecedente la del naturalista francés Jean-Baptiste Lamarck (1.741 – 1.829), afirma que toda especie animal, incluida la humana, se transforma evolutivamente, hasta cambiar de especie, para mejorar.

En 1.871 Darwin publica su obra El Origen del Hombre, quien habría descendido de un simio, lo que aprovecharon los cientista como arma intelectual contra la revelación y la fe, y así lo que se presentaba como una mera hipótesis científica se convertía en un elemento de lucha del positivismo militante, considerándose que habría llegado el momento de derrotar definitivamente lo que los positivistas cavilaban habían sido las tinieblas medievales de la teología.

La tergiversación de apenas una hipótesis tomó una fuerza política, hasta el punto de llegar a utilizarse por algunos para justificar la victoria por la fuerza de los hombres más dotados racialmente, pensabase en los blancos, sobre los de otros colores de la piel, considerados inferiores.

Para terminar esta columna y como comienzo de la próxima, escribo lo siguiente. El evolucionismo fue sistematizado filosóficamente por el sociólogo ingles Herbert Spencer (1.820 – 1.903). Quien no fue un universitario, sino un autodidacta ayudado al respecto por su padre. Se dedicó a la filosofía, y sus más destacadas ideas están consignadas en sus libros denominados: Principios de Biología; Principios de Psicología; Principios de Sociología y Principios de Etica, a manera de un sistema filosófico completo.

Continuará…
RODRIGO LOPEZ BARROS
[email protected]