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Crónica - 14 enero, 2021

La reina de los trovadores

La princesa Leonor fue una mujer vital, heredera del ducado de Aquitania, al suroeste de Francia. Tierra templada, acogedora y fértil (cualquier parecido por acá es mera coincidencia), y cuna de una cultura refinada.

Leonor de Aquitania, amante de la trova.
Leonor de Aquitania, amante de la trova.

En la antigüedad la mujer había sido discriminada. Pero la situación comenzó a cambiar desde los siglos XII, XIII y XIV, destacándose en la piedad religiosa, la creación literaria y la política.

He aquí a Leonor de Aquitania en el siglo XII. Como ascendiente cultural tenía a su abuelo Guillermo IX de Aquitania, poeta libertino y anticlerical que lideró el viraje de los trovadores provenzales hacia el amor cortés.  Y con alguna licencia podemos decir que estos son los antepasados de los trovadores vallenatos.

La princesa Leonor fue una mujer vital, heredera del ducado de Aquitania, al suroeste de Francia. Tierra templada, acogedora y fértil (cualquier parecido por acá es mera coincidencia), y cuna de una cultura refinada.

 A muy temprana edad contrajo matrimonio con el príncipe Luis, luego rey de Francia con el nombre de Luis VII,  más bien de temperamento discreto, al paso que ella amaba las artes y los banquetes.

 Rápidamente trocó la severidad de la corte parisina con la alegría de los trovadores. Eso mismo le ocurrió al club social de Valledupar cuando tuvo que rendirse ante la caja, la guacharaca y el acordeón. Ante la incompatibilidad de caracteres con su esposo y las persistentes desavenencias entre ellos, que se profundizaron a través de las circunstancias propias de una “cruzada” que él había promovido en el Oriente, su separación no se hizo esperar. Finalmente, las riendas de su vida eran totalmente suyas.

Vuelta a su Aquitania, desechó múltiples pretendientes y ella misma seleccionó su nuevo consorte: el conde de Anjou y duque de Normandía, dueño de vastos territorios del oeste de Francia, acrecidos ahora con los de su esposa. El conde tenía el derecho de sucesión a la corona inglesa y con la audaz ayuda de su mujer se convirtió en el monarca más importante de Europa  con el nombre de Enrique II Plantagenet.

Los próximos diez años fueron los más plenos de Leonor. Enrique era un hombre vital como ella, y ambicioso. Su corte relucía entre las de Europa. Con su anterior esposo en 15 años no procreó sino a dos hijas, y con el nuevo siete hijos.

 Pronto apareció a sus pies el más importante trovador de entonces, Bernand Ventadour, quien constituyó la obra lírica más célebre de su tiempo, atribuyendo toda su inspiración a la Soberana Leonor, a quien dedicó su éxito poético.

Los reyes llevaron a su corte, inclusive, las leyendas míticas del rey Arturo. Todo brillaba en su firmamento social y cultural, cuando la posesión de una tentación puso punto final a aquella felicidad: el rey tomó a una amante. Ella olvidó Inglaterra y se fue a Aquitania. Se estableció en la ciudad de Plottiers  con sus hijos y súbditos fieles, y con los recuerdos de sus trovadores. En esta ciudad volvió a florecer la música, la poesía amorosa, las cortes y tribunales de amor, los banquetes.

Para Leonor el amor constituía una ciencia que se ventilaba en esos tribunales, donde ella y sus damas se proponían como doctoras y jurisconsultas. En ellos se sometían a consideración los temas de diversas situaciones amorosas.

Pero nada de lo dicho sirvió para curar el alma despechada de Leonor, quien fue capaz inclusive de organizar una rebelión armada en los territorios de su exmarido, lo cual le mereció un fuerte llamado de atención de un prelado de la iglesia. Aquel se le opuso, le dio captura y la mantuvo en Inglaterra, alejada de la corte, de la política y de sus hijos.

Pero cuando el rey murió, recobró su libertad, contaba solo con 53 años de edad y renovadas ilusiones. Como reina recorrió nuevamente Inglaterra y a sus 70 años era la misma de siempre. Logró coronar a su hijo Ricardo, ‘Corazón de León’, como rey de Inglaterra, quien murió joven y sin herederos. Esta fue la última de sus amarguras, pero tampoco la quebrantó. Fue a España en busca de su nieta Blanca con el objeto de desposarla con el príncipe heredero del reino de Francia, Luis VIII; más adelante, su descendiente sería Blanca de Castilla, la madre de San Luis, rey de Francia.

Finalmente, Leonor se retiró a pasar sus últimos años en la abadía de Fontevrault, donde murió en 1204. Para los trovadores, a los que tanto amó, se hizo de noche. Por ella se dice que en el sur de Francia se inventó el amor. Siglo y medio después fue exaltada por los cantores medievales Petrarca y Dante Alighieri. 

Desde los montes de Pueblo Bello.               

Crónica
14 enero, 2021

La reina de los trovadores

La princesa Leonor fue una mujer vital, heredera del ducado de Aquitania, al suroeste de Francia. Tierra templada, acogedora y fértil (cualquier parecido por acá es mera coincidencia), y cuna de una cultura refinada.


Leonor de Aquitania, amante de la trova.
Leonor de Aquitania, amante de la trova.

En la antigüedad la mujer había sido discriminada. Pero la situación comenzó a cambiar desde los siglos XII, XIII y XIV, destacándose en la piedad religiosa, la creación literaria y la política.

He aquí a Leonor de Aquitania en el siglo XII. Como ascendiente cultural tenía a su abuelo Guillermo IX de Aquitania, poeta libertino y anticlerical que lideró el viraje de los trovadores provenzales hacia el amor cortés.  Y con alguna licencia podemos decir que estos son los antepasados de los trovadores vallenatos.

La princesa Leonor fue una mujer vital, heredera del ducado de Aquitania, al suroeste de Francia. Tierra templada, acogedora y fértil (cualquier parecido por acá es mera coincidencia), y cuna de una cultura refinada.

 A muy temprana edad contrajo matrimonio con el príncipe Luis, luego rey de Francia con el nombre de Luis VII,  más bien de temperamento discreto, al paso que ella amaba las artes y los banquetes.

 Rápidamente trocó la severidad de la corte parisina con la alegría de los trovadores. Eso mismo le ocurrió al club social de Valledupar cuando tuvo que rendirse ante la caja, la guacharaca y el acordeón. Ante la incompatibilidad de caracteres con su esposo y las persistentes desavenencias entre ellos, que se profundizaron a través de las circunstancias propias de una “cruzada” que él había promovido en el Oriente, su separación no se hizo esperar. Finalmente, las riendas de su vida eran totalmente suyas.

Vuelta a su Aquitania, desechó múltiples pretendientes y ella misma seleccionó su nuevo consorte: el conde de Anjou y duque de Normandía, dueño de vastos territorios del oeste de Francia, acrecidos ahora con los de su esposa. El conde tenía el derecho de sucesión a la corona inglesa y con la audaz ayuda de su mujer se convirtió en el monarca más importante de Europa  con el nombre de Enrique II Plantagenet.

Los próximos diez años fueron los más plenos de Leonor. Enrique era un hombre vital como ella, y ambicioso. Su corte relucía entre las de Europa. Con su anterior esposo en 15 años no procreó sino a dos hijas, y con el nuevo siete hijos.

 Pronto apareció a sus pies el más importante trovador de entonces, Bernand Ventadour, quien constituyó la obra lírica más célebre de su tiempo, atribuyendo toda su inspiración a la Soberana Leonor, a quien dedicó su éxito poético.

Los reyes llevaron a su corte, inclusive, las leyendas míticas del rey Arturo. Todo brillaba en su firmamento social y cultural, cuando la posesión de una tentación puso punto final a aquella felicidad: el rey tomó a una amante. Ella olvidó Inglaterra y se fue a Aquitania. Se estableció en la ciudad de Plottiers  con sus hijos y súbditos fieles, y con los recuerdos de sus trovadores. En esta ciudad volvió a florecer la música, la poesía amorosa, las cortes y tribunales de amor, los banquetes.

Para Leonor el amor constituía una ciencia que se ventilaba en esos tribunales, donde ella y sus damas se proponían como doctoras y jurisconsultas. En ellos se sometían a consideración los temas de diversas situaciones amorosas.

Pero nada de lo dicho sirvió para curar el alma despechada de Leonor, quien fue capaz inclusive de organizar una rebelión armada en los territorios de su exmarido, lo cual le mereció un fuerte llamado de atención de un prelado de la iglesia. Aquel se le opuso, le dio captura y la mantuvo en Inglaterra, alejada de la corte, de la política y de sus hijos.

Pero cuando el rey murió, recobró su libertad, contaba solo con 53 años de edad y renovadas ilusiones. Como reina recorrió nuevamente Inglaterra y a sus 70 años era la misma de siempre. Logró coronar a su hijo Ricardo, ‘Corazón de León’, como rey de Inglaterra, quien murió joven y sin herederos. Esta fue la última de sus amarguras, pero tampoco la quebrantó. Fue a España en busca de su nieta Blanca con el objeto de desposarla con el príncipe heredero del reino de Francia, Luis VIII; más adelante, su descendiente sería Blanca de Castilla, la madre de San Luis, rey de Francia.

Finalmente, Leonor se retiró a pasar sus últimos años en la abadía de Fontevrault, donde murió en 1204. Para los trovadores, a los que tanto amó, se hizo de noche. Por ella se dice que en el sur de Francia se inventó el amor. Siglo y medio después fue exaltada por los cantores medievales Petrarca y Dante Alighieri. 

Desde los montes de Pueblo Bello.