La imagen del Papa Francisco permanecerá en Colombia como una fresca cicatriz en la memoria, porque sus palabras reveladoras, con exquisita sencillez y suprema convicción humana, son agua viva de esperanza para todos aquellos que viven lejos de los fanatismos, del poder dinero y la sinrazón de la violencia.
Los mensajes del Papa son una doctrina universal de la fe vivificante y una permanente invitación a la convivencia, la honestidad, el respeto por las diferencias y la importancia de los encuentros entre familias, vecinos, paisanos y compañeros de estudios o de trabajo para fortalecer las alianzas de amistad y solidaridad en la celebración de la vida para que los caminos de luz sean más extensos que los atajos de la oscuridad.
Inspirado en esa invitación de enaltecer los encuentros, en la celebración de las fiestas patronales del Santo Cristo de Mariangola, el 14 de septiembre, el párroco Miguel Ángel Rincón y monseñor Óscar José Vélez en el sagrado momento de la eucaristía me permitieron leer estas palabras, que comparto con mis lectores.
La fiesta del Santo Cristo nos brinda la maravillosa oportunidad de celebrar este encuentro piadoso con la fe y la veneración a Dios por los dones y el milagro de la vida. También nos permite sentir en los abrazos la radiante alegría de la amistad. Este encuentro es para los mayores una vigilia a la nostalgia, a la mansedumbre de manantiales, al aroma florecido en el patio del origen y a los cuentos de los abuelos que hoy son jardines en la memoria.
La poesía: fiesta de la imaginación y armonía de las palabras, es con estética razón la sonrisa de la luna en el preludio de la noche y el miedo a los fantasmas en las calles oscuras de la infancia. También es el viento arcoíris que se detiene en las alas abiertas de las guacamayas, es el verdor del cerro gigante que custodia a Mariangola, es aquella flor blanca que se perdió en los ojos de los viajeros y de las manos galopantes de los jinetes.
La poesía: ensoñación suprema, liturgia de la vida. Es también la luz perdurable de la historia. Es recordar aquella maestra que cerró sus ojos a la incredulidad de muchos y caminó la primera procesión con sus alumnos, es la soledad del corazón cuando percibe en las sillas el vacío por la ausencia de seres queridos. Es también testimonio de aquel grito lejano que anunciaba que un ganadero enamorado había regalado un Cristo, y de la sombra del corazónfino donde la belleza de una mujer se hizo canto en la mente de un poeta.
La poesía es el sol de los sueños que aún sigue soñando con la vida. Es también suspiro de Dios y con generosidad pedimos bendiciones por este encuentro que cada año se repite. Y celebremos siempre con la honradez suprema del respeto: cuna inmortal para el amor y la esperanza.
Por José Atuesta Mindiola