Publicidad
Categorías
Categorías
Leer es nuestro cuento - 31 julio, 2019

La niña y el anciano

Por las calles de mi barrio, deambulaba un anciano descuidado y maloliente, desamparado por su familia, que no lo querían y que por vergüenza ante la sociedad preferían mantenerlo encerrado; pero, él en el menor descuido se les escapaba y aburridos de andarlo buscando por todas partes, lo abandonaron a su suerte sin importarles su destino.

Por las calles de mi barrio, deambulaba un anciano descuidado y maloliente, desamparado por su familia, que no lo querían y que por vergüenza ante la sociedad preferían mantenerlo encerrado; pero, él en el menor descuido se les escapaba y aburridos de andarlo buscando por todas partes, lo abandonaron a su suerte sin importarles su destino. El pobre anciano sufría de una llaga en una de  sus piernas que le imposibilitaba  caminar normalmente.

Un día, el anciano salió con un perro que le servía de mascota, su fiel acompañante, que lo seguía cabizbajo por todas partes, y se complacía en lamerle la llaga.  Esa tarde caminó tanto hasta cansarse, cuando llegó al parque, cayó desmayado al suelo. Una niña que venía del colegio, corrió a auxiliarlo, pero, al darse cuenta que ella sola no podía levantarlo porque pesaba demasiado, llamó a un muchacho que en esos momentos iba pasando para que la ayudara.  El joven se les acercó, y sin ninguna demostración de asco, como pudieron le prestaron los cuidados necesarios. Luego, después de restablecido el anciano, lo llevaron hasta una casa que él les señaló con el dedo. Ya frente a los familiares, la niña les hizo ver que a los ancianos hay que brindarles amor, ternura y cariño, y no tratarlos mal como animales sin amos.

-Algún día seremos como ellos  –les hizo saber la niña.

Desde entonces la familia comenzó a prodigarle los cuidados necesarios y ya no se volvió a ver al pobre anciano deambulando por las calles del barrio.

Una semana después, la niña,  parada en la puerta de la casa, vio pasar por el frente un cortejo de unos hombres vestidos de negro que llevaban en hombros  una caja funeraria. Primero, pasaron unas niñas con coronas de flores, después el ataúd,  y detrás  una mujeres vestidas de negros dando alaridos de dolor, y finalmente vio al perro color cenizo que seguía el cortejo, cabizbajo y con las orejas caídas a lado y lado de los ojos.

-¡Pobre viejo! –expresó la niña apesadumbrada.

POR: VANESSA CAROLINA PERALTA TORRESInst. Educ. Prudencia Daza

Leer es nuestro cuento
31 julio, 2019

La niña y el anciano

Por las calles de mi barrio, deambulaba un anciano descuidado y maloliente, desamparado por su familia, que no lo querían y que por vergüenza ante la sociedad preferían mantenerlo encerrado; pero, él en el menor descuido se les escapaba y aburridos de andarlo buscando por todas partes, lo abandonaron a su suerte sin importarles su destino.


Por las calles de mi barrio, deambulaba un anciano descuidado y maloliente, desamparado por su familia, que no lo querían y que por vergüenza ante la sociedad preferían mantenerlo encerrado; pero, él en el menor descuido se les escapaba y aburridos de andarlo buscando por todas partes, lo abandonaron a su suerte sin importarles su destino. El pobre anciano sufría de una llaga en una de  sus piernas que le imposibilitaba  caminar normalmente.

Un día, el anciano salió con un perro que le servía de mascota, su fiel acompañante, que lo seguía cabizbajo por todas partes, y se complacía en lamerle la llaga.  Esa tarde caminó tanto hasta cansarse, cuando llegó al parque, cayó desmayado al suelo. Una niña que venía del colegio, corrió a auxiliarlo, pero, al darse cuenta que ella sola no podía levantarlo porque pesaba demasiado, llamó a un muchacho que en esos momentos iba pasando para que la ayudara.  El joven se les acercó, y sin ninguna demostración de asco, como pudieron le prestaron los cuidados necesarios. Luego, después de restablecido el anciano, lo llevaron hasta una casa que él les señaló con el dedo. Ya frente a los familiares, la niña les hizo ver que a los ancianos hay que brindarles amor, ternura y cariño, y no tratarlos mal como animales sin amos.

-Algún día seremos como ellos  –les hizo saber la niña.

Desde entonces la familia comenzó a prodigarle los cuidados necesarios y ya no se volvió a ver al pobre anciano deambulando por las calles del barrio.

Una semana después, la niña,  parada en la puerta de la casa, vio pasar por el frente un cortejo de unos hombres vestidos de negro que llevaban en hombros  una caja funeraria. Primero, pasaron unas niñas con coronas de flores, después el ataúd,  y detrás  una mujeres vestidas de negros dando alaridos de dolor, y finalmente vio al perro color cenizo que seguía el cortejo, cabizbajo y con las orejas caídas a lado y lado de los ojos.

-¡Pobre viejo! –expresó la niña apesadumbrada.

POR: VANESSA CAROLINA PERALTA TORRESInst. Educ. Prudencia Daza