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Columnista - 21 marzo, 2023

La nave del cambio                

Romper el desgastado paradigma de la individualidad, para integrarnos como parte activa del entorno. 

Por deferencia del maestro Emiro Zuleta, autor de reconocidas canciones de nuestro emblemático folclor vallenato, ya hoy convertidas en clásicos, llegó a mis manos el libro ‘La conspiración de acuario’, de Marilyn Ferguson, cuyo contenido se basa en una novedosa manera de pensar y enfrentar los problemas viejos. Romper el desgastado paradigma de la individualidad, para integrarnos como parte activa del entorno. 

En sentido literal conspirar significa ‘respirar juntos’, esa unión es la que necesitamos para cambiar la sociedad, para que todos, desde nuestras potencialidades y limitaciones enfrentemos el reto de transformar nuestro entorno a favor de nuestro bienestar. La silenciosa expansión del potencial humano cultiva la actitud de perpetua exploración, imprescindible en el reto que plantean las carencias del siglo XXI.

A pesar de que no es un libro de reciente edición hoy cobra mucha actualidad, sobre todo ahora que enfrentamos un proceso transformatorio aclamado por las bases populares y que bajo la iniciativa del gobierno nacional se quiere implementar en nuestro país. Regionalmente estamos en deuda.

En nuestro departamento, políticamente un poco más rezagado frente a la media nacional por mantenernos en el feudalismo democrático de un yugo familiar, es impostergable apegarnos estrictamente a estas letras, si realmente queremos que los irregulares beneficios económicos de la gestión pública salgan de los mismos cuatro bolsillos y el de algunos de sus áulicos, para engrosar los colectivos beneficios hasta ahora negados a las bases sociales. Ese desvío, por decirlo elegantemente, es el promotor de los márgenes de inequidad y exclusión que nos condenan a la pobreza.     

Si queremos cambiar esta malévola ecuación, la idea entonces debe ser confrontar democráticamente a las hoy desgastadas estructuras familiares dedicadas a la política, solo como mecanismo para saciar su ambición por la riqueza económica y de paso promoviendo maquiavélicamente la ignorancia y la pobreza generalizada, en la estratégica intención de seguir manipulando voluntades. En nuestras manos está el futuro de todos. 

Es decir que nuestra complicidad individual se reflejará obligatoriamente en una mal interpretada decisión social. Allí ganan los que deberían perder. 

He ahí la importancia de participar libremente, con decisiones de fondo, sin ataduras económicas ni clientelistas, haciendo valer la máxima instancia de evaluación en la rendición de cuentas frente a una gestión de gobierno, como lo es la contienda electoral. Debemos cambiar. 

Cuando aprendemos a perder el miedo y a rendirle culto a la responsabilidad particular, como sensación de estar conectados con los demás, en nuestras prioridades se fomenta el interés social. Ahí nos damos cuenta que tenemos poder, el cual basamos en nuestra ciudadanía, lo tenemos desde que nacimos y no es un lujo. La meta es aprender a usarlo adecuadamente.  

Dice la escritora Ferguson que “El sistema político está necesitando de transformación, no de reformas. Necesitamos algo distinto, no meramente algo más”. En una clara alusión a la muy habilidosa práctica de presentarnos bonachones candidatos, con algunos atributos administrativos y sin aparente mácula ética o moral, lo cual nos hace confiar en un cambio de prácticas frente a lo público, pero que al final solo traen decepción por obedecer o ser más de los mismo.   

Entonces amigos, asumamos nuestro rol vanguardista frente a lo público. La trillada frase de que, ‘si no participamos, otros lo hacen por nosotros’ es cierta. Si no hacemos nada las generaciones venideras nos cuestionarán como cómplices de un desgreño que ha beneficiado a muy pocos. Oportunamente dijo el filósofo y sociólogo canadiense, Marshall Mcluhan, “En la nave espacial Tierra no hay pasajeros, todos somos tripulación”. Conviértete en estrella del equipo. Fuerte abrazo.

Por Antonio María Araújo Calderón

Columnista
21 marzo, 2023

La nave del cambio                

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Antonio María Araujo

Romper el desgastado paradigma de la individualidad, para integrarnos como parte activa del entorno. 


Por deferencia del maestro Emiro Zuleta, autor de reconocidas canciones de nuestro emblemático folclor vallenato, ya hoy convertidas en clásicos, llegó a mis manos el libro ‘La conspiración de acuario’, de Marilyn Ferguson, cuyo contenido se basa en una novedosa manera de pensar y enfrentar los problemas viejos. Romper el desgastado paradigma de la individualidad, para integrarnos como parte activa del entorno. 

En sentido literal conspirar significa ‘respirar juntos’, esa unión es la que necesitamos para cambiar la sociedad, para que todos, desde nuestras potencialidades y limitaciones enfrentemos el reto de transformar nuestro entorno a favor de nuestro bienestar. La silenciosa expansión del potencial humano cultiva la actitud de perpetua exploración, imprescindible en el reto que plantean las carencias del siglo XXI.

A pesar de que no es un libro de reciente edición hoy cobra mucha actualidad, sobre todo ahora que enfrentamos un proceso transformatorio aclamado por las bases populares y que bajo la iniciativa del gobierno nacional se quiere implementar en nuestro país. Regionalmente estamos en deuda.

En nuestro departamento, políticamente un poco más rezagado frente a la media nacional por mantenernos en el feudalismo democrático de un yugo familiar, es impostergable apegarnos estrictamente a estas letras, si realmente queremos que los irregulares beneficios económicos de la gestión pública salgan de los mismos cuatro bolsillos y el de algunos de sus áulicos, para engrosar los colectivos beneficios hasta ahora negados a las bases sociales. Ese desvío, por decirlo elegantemente, es el promotor de los márgenes de inequidad y exclusión que nos condenan a la pobreza.     

Si queremos cambiar esta malévola ecuación, la idea entonces debe ser confrontar democráticamente a las hoy desgastadas estructuras familiares dedicadas a la política, solo como mecanismo para saciar su ambición por la riqueza económica y de paso promoviendo maquiavélicamente la ignorancia y la pobreza generalizada, en la estratégica intención de seguir manipulando voluntades. En nuestras manos está el futuro de todos. 

Es decir que nuestra complicidad individual se reflejará obligatoriamente en una mal interpretada decisión social. Allí ganan los que deberían perder. 

He ahí la importancia de participar libremente, con decisiones de fondo, sin ataduras económicas ni clientelistas, haciendo valer la máxima instancia de evaluación en la rendición de cuentas frente a una gestión de gobierno, como lo es la contienda electoral. Debemos cambiar. 

Cuando aprendemos a perder el miedo y a rendirle culto a la responsabilidad particular, como sensación de estar conectados con los demás, en nuestras prioridades se fomenta el interés social. Ahí nos damos cuenta que tenemos poder, el cual basamos en nuestra ciudadanía, lo tenemos desde que nacimos y no es un lujo. La meta es aprender a usarlo adecuadamente.  

Dice la escritora Ferguson que “El sistema político está necesitando de transformación, no de reformas. Necesitamos algo distinto, no meramente algo más”. En una clara alusión a la muy habilidosa práctica de presentarnos bonachones candidatos, con algunos atributos administrativos y sin aparente mácula ética o moral, lo cual nos hace confiar en un cambio de prácticas frente a lo público, pero que al final solo traen decepción por obedecer o ser más de los mismo.   

Entonces amigos, asumamos nuestro rol vanguardista frente a lo público. La trillada frase de que, ‘si no participamos, otros lo hacen por nosotros’ es cierta. Si no hacemos nada las generaciones venideras nos cuestionarán como cómplices de un desgreño que ha beneficiado a muy pocos. Oportunamente dijo el filósofo y sociólogo canadiense, Marshall Mcluhan, “En la nave espacial Tierra no hay pasajeros, todos somos tripulación”. Conviértete en estrella del equipo. Fuerte abrazo.

Por Antonio María Araújo Calderón