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Columnista - 14 noviembre, 2018

La memoria urbana frente al urbanismo sentimental (segunda parte)

Decía que los vallenatos se toman la plaza Alfonso López para un evento político o musical o marchan desde la Ceiba hasta el Centro, su esparcimiento lo respalda este sitio y su aspecto simbólico. En fin, todos estos eventos se cumplen en estos lugares y no en otros, por cuanto el lugar tiene un significado […]

Decía que los vallenatos se toman la plaza Alfonso López para un evento político o musical o marchan desde la Ceiba hasta el Centro, su esparcimiento lo respalda este sitio y su aspecto simbólico. En fin, todos estos eventos se cumplen en estos lugares y no en otros, por cuanto el lugar tiene un significado para sus habitantes, porque sienten que es allí donde su manifestación tiene sentido y no en otra parte.

Una manifestación política que llene la plaza Alfonso López no tendría la misma importancia si se celebrara aun con una concurrencia en la plaza del Primero de Mayo.

La memoria urbana, constituida por los hechos construidos que nos recuerdan nuestra historia, que hacen parte de ella, que nos identifican con nuestras ciudades, que nos dan el sentido de pertenencia, no tienen necesariamente un significado monumental. La casa de los Castro Monsalvo, la casa de Hernando Molina, donde se proclamó la Independencia, la casa donde vivió Manuel Torres, prócer de la Independencia, la casa donde vivió José Félix Blanco, secretario privado de Simón Bolívar y finalmente, la casa de los Murgas (plaza Alfonso López) donde habitó María Concepción Loperena de Fernández de Castro, son ejemplo de “piezas únicas” que reúnen características especiales, que entran definitivamente en la categoría de memoria urbana.

Esta sutil condición que nos califica, hace que la intervención de los arquitectos planificadores tenga que hacerse con enorme cuidado y responsabilidad con nuestra ciudad y con las futuras generaciones.

Se trata, además, de que estudiemos las posibles soluciones que permitan conservar, al menos en parte, la índole peculiar del centro de la ciudad; ese conjunto de callejuelas y casas antiguas que, además de significado histórico tiene una calidad arquitectónica y urbanística que muchas ciudades no han logrado tener.

En este caso, estamos obligados a recomendar medidas reglamentarias urbanísticas y arquitectónicas más sentimentales que técnicas, con el fin de que Valledupar no pierda lo poco que tiene de su carácter histórico, a mano de lo que se ha llamado “el empuje arrollador del progreso contemporáneo”.

Y como es mi costumbre, trataré otros temitas: Se escucha que son muchos los funcionarios que han resultado siendo unos “paquetes”. No convencen. En esta ciudad abundan los “paquetes” y son unos señorones ineptos que se pasan de genio. Lastimosamente, centenas de esos “paquetes” han llegado a esos puestos por amiguismo o politiquería.

Sigo insistiendo que a los agentes de tránsito (que son pocos) deben de dotarlos de motos para que ejerzan su labor. Esto va para el secretario de tránsito que ni oye, ni escucha, ni ve.
Corrección: En mi columna pasada, por un error de transcripción donde debió decir Casa de los Maestres, apareció Casa de los Maestros. Pido excusas.

Por Alberto Herazo Palmera

Columnista
14 noviembre, 2018

La memoria urbana frente al urbanismo sentimental (segunda parte)

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Alberto Herazo P.

Decía que los vallenatos se toman la plaza Alfonso López para un evento político o musical o marchan desde la Ceiba hasta el Centro, su esparcimiento lo respalda este sitio y su aspecto simbólico. En fin, todos estos eventos se cumplen en estos lugares y no en otros, por cuanto el lugar tiene un significado […]


Decía que los vallenatos se toman la plaza Alfonso López para un evento político o musical o marchan desde la Ceiba hasta el Centro, su esparcimiento lo respalda este sitio y su aspecto simbólico. En fin, todos estos eventos se cumplen en estos lugares y no en otros, por cuanto el lugar tiene un significado para sus habitantes, porque sienten que es allí donde su manifestación tiene sentido y no en otra parte.

Una manifestación política que llene la plaza Alfonso López no tendría la misma importancia si se celebrara aun con una concurrencia en la plaza del Primero de Mayo.

La memoria urbana, constituida por los hechos construidos que nos recuerdan nuestra historia, que hacen parte de ella, que nos identifican con nuestras ciudades, que nos dan el sentido de pertenencia, no tienen necesariamente un significado monumental. La casa de los Castro Monsalvo, la casa de Hernando Molina, donde se proclamó la Independencia, la casa donde vivió Manuel Torres, prócer de la Independencia, la casa donde vivió José Félix Blanco, secretario privado de Simón Bolívar y finalmente, la casa de los Murgas (plaza Alfonso López) donde habitó María Concepción Loperena de Fernández de Castro, son ejemplo de “piezas únicas” que reúnen características especiales, que entran definitivamente en la categoría de memoria urbana.

Esta sutil condición que nos califica, hace que la intervención de los arquitectos planificadores tenga que hacerse con enorme cuidado y responsabilidad con nuestra ciudad y con las futuras generaciones.

Se trata, además, de que estudiemos las posibles soluciones que permitan conservar, al menos en parte, la índole peculiar del centro de la ciudad; ese conjunto de callejuelas y casas antiguas que, además de significado histórico tiene una calidad arquitectónica y urbanística que muchas ciudades no han logrado tener.

En este caso, estamos obligados a recomendar medidas reglamentarias urbanísticas y arquitectónicas más sentimentales que técnicas, con el fin de que Valledupar no pierda lo poco que tiene de su carácter histórico, a mano de lo que se ha llamado “el empuje arrollador del progreso contemporáneo”.

Y como es mi costumbre, trataré otros temitas: Se escucha que son muchos los funcionarios que han resultado siendo unos “paquetes”. No convencen. En esta ciudad abundan los “paquetes” y son unos señorones ineptos que se pasan de genio. Lastimosamente, centenas de esos “paquetes” han llegado a esos puestos por amiguismo o politiquería.

Sigo insistiendo que a los agentes de tránsito (que son pocos) deben de dotarlos de motos para que ejerzan su labor. Esto va para el secretario de tránsito que ni oye, ni escucha, ni ve.
Corrección: En mi columna pasada, por un error de transcripción donde debió decir Casa de los Maestres, apareció Casa de los Maestros. Pido excusas.

Por Alberto Herazo Palmera