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La limosna

La palabra griega “eleemosyne” proviene de “éleos”, que quiere decir compasión y misericordia; inicialmente indicaba la actitud del hombre misericordioso y, luego, todas las obras de caridad hacia los necesitados. Limosna significa, pues, apertura hacia el otro, a sus necesidades y carencias materiales, pero también a sus necesidades y carencias más profundas.

En efecto, la verdadera “limosna” no está solamente en dar sino en darse, ya que, aunque dar es un acto de generosidad, podría quedarse vacío y carente de sentido si no viene acompañado de la donación de sí mismo. Así lo afirma San Pablo cuando dice: “Aunque repartiera todos mis bienes, si no tengo caridad, de nada me sirve”.

El fin último de un cristiano no debe ser solo llenar los estómagos de las millones de personas que en el mundo sufren hambre, sino principalmente llenar el corazón de aquellos que lo tienen vacío de amor. Lo uno no excluye lo otro, lo uno y lo otro se exigen mutuamente, y es lo que no han entendido muchos que se han apartado de la idea de Dios y de la religión, argumentando que es un instrumento de represión y que impide luchar contra la desigualdad y el progreso material de la humanidad.

El verdadero Cristianismo no debe sustraerse – ¡y no lo ha hecho nunca! – de luchar contra males como la pobreza, las enfermedades o la desnutrición que hay en el mundo, pero entendamos que el mundo no se arregla sólo con dinero, sino que las dádivas materiales deben ir acompañadas con la donación sincera, generosa y personal de uno mismo. Grandes limosnas y acciones podrían resultar vacías y, en contraposición, dos moneditas acompañadas de la actitud correcta de donación de sí mismo pueden resultar un vivo ejemplo de lo que debe ser la limosna. Volvamos sobre el pasaje de Lucas 21, 1-4.

Es aquí donde el hecho de dar, de donar a los demás, se extiende a todos los hombres, y no se restringe a la gente pudiente y de buena condición económica, ni siquiera a los creyentes y religiosos. El agnóstico, el ateo y el indiferente pueden con su filantropía expresar esta actitud profundamente humana; todos, y hasta el mendigo más abandonado, hasta el más pobre de los pobres, pueden “dar limosna a sus hermanos”, incluso a aquellos que parecen poseer todos los bienes.

Consideremos, además, lo que afirma San Agustín: “Dar de comer, al que tiene hambre, de beber al que tiene sed, vestir al desnudo, dar posada al pasajero, refugiar a un fugitivo, visitar a un enfermo o a un preso, rescatar un esclavo, sostener a un débil, guiar a un ciego, consolar a un afligido, curar a un herido, enseñar el camino al que se pierde, dar un consejo al que lo necesita y el alimento a un pobre no son las únicas especies de limosna, sino perdonar al que peca o corregir cuando hay autoridad para ello, olvidar la injuria que se recibió pidiendo a Dios que le dispense favores al que se la hizo; éstas son obras de misericordia que se pueden mirar también como limosnas”.

Finalmente recordemos aquella bella frase de la Escritura: “La limosna cubre multitud de pecados”. Ya sé que no faltará el “religioso” cuya principal motivación para dar sea recibir a cambio algo de Dios o de los demás. A quien así piense, le recuerdo que el Dios del cristianismo no es un Dios negociante ni, dicho sea de paso, un perverso inquisidor como lo considera determinado grupo religioso muy popular por estos días.

Marlon_Javier_Dominguez: