Por Rodrigo López Barros.
Los seres humanos somos libres solo relativamente. Sin embargo, debemos posar como si lo fuéramos plenamente, pues nos conviene por una necesidad práctica. Crear esa ficción. Crear esa creencia. Si no fuera así, no podríamos asignarnos responsabilidades, porque estas nacen de la idea de libertad.
Otras muchas ficciones ha construido el hombre y tiene necesidad de continuar haciéndolo, pues sin ellas no podría sobrevivir, ni individual ni socialmente, como una especie inteligente. Por ello, las creencias le son sustanciales. Parafraseando a Henrik Ibsen en su novela ‘El pato silvestre’, podemos afirmar, que la Libertad es “una mentira vital”.
Los acuerdos políticos, verbigracia, están plagados solo de suposiciones, y no obstante, hay necesidad de crearlos y creerlos. No nombro la institución en la que más se requieren las creencias, en cambio, me refiero a las teorías filosóficas, las que no son más que un sistema de ideas, sin comprobación alguna.
De modo que el fenómeno de la libertad humana se me presenta con una doble faz, la de la creencia necesaria y la de la realidad falsa. ¿Qué nos aconseja un buen juicio de la razón al respecto? Integrar, por conveniente, a nuestra naturaleza, el concepto de libertad. ¿Se torna por esto una realidad? No.
Por ejemplo, ¿qué real pudiera ser el concepto de libertad humana en una relación en la que una de las partes tenga necesidad de cualquier asunto cuya respuesta dependa de la otra parte dominante y determinante del vínculo contractual o de un hecho?
La materia en que mejor se observa esta desbalanza, por la ausencia de libertad real, es en las relaciones económicas en general y en especial, en las relaciones obrero patronales, y en el sector de la miseria humana, que es donde más escoce. Y también suele haber falta de libertad real, en contra de la mujer, en las relaciones conyugales. Abundan los maridos furiosos, irrespetuosos y limitadores de la quasi libertad femenina.
Y nos podemos imaginar muchas otras relaciones humanas en las que el concepto de libertad queda hecho añicos, ante el desequilibrio de las relaciones humanas en las que la voluntad de poder de una de las partes es preponderante respecto de la otra.
Lo precedente es expresado respecto de las relaciones entre sí de las personas como individuos. ¿Y qué poder decir acerca de la de los particulares de frente a la inmensa y avasalladora voluntad de poder de los burócratas oficiales, de los representantes del Estado, ordinariamente opresor, de frente a los cuales el particular generalmente repite el papel de los antiguos integrantes de la gleba, ahora vestidos de ciudadanos, pero igualmente sometidos a la voluntad, muchas veces ridícula, de la tramitología?
Evidentemente, la cuestión de la libertad humana suele hacer crisis precisamente ante la realidad de la presencia injusta de la voluntad de poder superior de uno de los extremos de la relación, quien temerariamente puede contestar al otro, si no te sirve déjalo.
Los defensores retóricos de la idea de libertad, desde algunas corrientes del pensamiento, pero sobre todo, los más optimistas, están dispuestas a consentir la precariedad de dicho concepto, siempre y cuando se les admita otro, el de la perfectibilidad humana, como un escudo de salvaguardia de aquella, lo cual me parece un buen acuerdo.
La libertad humana, ni ninguna otra cosa existente es causa de sí. Su existencia le es participada por la naturaleza. Por consiguiente, su ser es contingente.
Ahora bien, siendo la libertad un atributo de la naturaleza, la que es, igualmente, interdependiente en su ser constitutivo, aquella no tendría por qué aspirar a un tratamiento superior con respecto a los demás valores morales humanos. Y esto no es ninguna degradación de su elevado estatus. Desconocer esta realidad, nacida de su naturaleza mundana, sería concederle una extraña condición extraterrena. Es verdad que la misión liberadora del espíritu es un constante elevarse a cimas de pensamientos cada vez más altos con el objeto de alcanzar un mayor grado de libertad, precisamente porque cuando lo logra, debe elevarse aún más para poder llegar a otro superior. Y así sucesivamente.
¿Y por qué? Porque el hombre no es libre, y, sin embargo,
debe buscar serlo. Igualmente, parafraseando a Samuel Beckett en su novela ‘Esperando a Godot’, la libertad humana, siempre esperará su realización plena, sin poder lograrlo. Y ese es su drama. Desde los montes de Pueblo Bello. rodrigolopezbarros@hotmail.com