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Columnista - 28 septiembre, 2018

La humildad

“Nadie tenga un concepto de sí más alto que el que debe tener…”. Romanos 12,3 Pensamos en la humildad como la capacidad de ser modestos y respetuosos, también la relacionamos con la pobreza y la carencia. Pero, más bien sugiere la idea de dejarse enseñar, de ser flexible, capaz de aceptar una remodelación o transformación, […]

“Nadie tenga un concepto de sí más alto que el que debe tener…”. Romanos 12,3
Pensamos en la humildad como la capacidad de ser modestos y respetuosos, también la relacionamos con la pobreza y la carencia. Pero, más bien sugiere la idea de dejarse enseñar, de ser flexible, capaz de aceptar una remodelación o transformación, de reconocer los yerros y equivocaciones y estar dispuesto a cambiar de rumbo.

Lo contrario a la humildad es el orgullo, la envidia, la ambición egoísta y el deseo de aparentar ser o tener aquello que no tenemos o somos. El orgullo significa que tenemos una visión inflada de nosotros mismos. Es confiar en sí mismos para tomar decisiones en vez de confiar en Dios primero. Tampoco es pensar de nosotros menos de lo que Dios piensa. No es despreciarnos y desfavorecernos. No es permitir que nos ultrajen y maltraten. No es negar nuestros derechos y aceptar el rechazo. Estas son normas falsas de humildad que nos atan y esclavizan sostenidas por una baja autoestima y traen como resultado la decepción y el fracaso.

Amados amigos: Somos personas valiosas, creados a imagen de Dios y dotados con una dosis de grandeza, el deseo de Dios es que disfrutemos siendo nosotros mismos y sirvamos a otros con alegría. Una de las trampas de destrucción más eficaces del enemigo es hacernos creer que somos pequeños e insignificantes, sembrando dudas e incredulidad sobre nuestros talentos y habilidades.

Recuerdo dos ejemplos Bíblicos de superación: David fue despreciado por todos. Incluso para su propio padre era un bueno para nada. Cuando el profeta Samuel quiso tomar de sus hijos un rey, ni siquiera lo presentó como candidato. Sus hermanos lo desatendieron, el rey Saúl lo descartó. Pero Dios mismo levantó a David, se agradó de su humildad, sencillez y dedicación.
Moisés, pensó que con su juventud, fuerza e influencia podía ayudar a liberar a los judíos de la esclavitud. Pero cuando mató al egipcio y huyó al desierto para esconderse, allí Dios estaba esperándolo. Y fue allí con el paso del tiempo que fue trasformado en un hombre humilde y dependiente de Dios.

Cuando me siento superior, caigo en el orgullo malsano. El patrón o la medida de comparación debo ser yo mismo en la imagen de Jesús, superándome cada día. ¡Hoy debo ser mejor que ayer! ¿Nos hemos hecho confiables para Dios? ¿Llevamos en nuestros corazones la revelación de su persona y los secretos de su palabra? ¿Tenemos la humildad suficiente para representarlo son dignidad?

Hoy invito a que seamos auténticos, serviciales, no haciendo nada por contienda o vanagloria, sino con humildad, estimando a los demás como superiores a nosotros mismos. Recordando que Dios es excelso y atiende al humilde, pero al altivo mira de lejos.

Finalmente, somos los humildes representantes de un Maestro singular. Somos el vehículo a través del cual, Dios se mueve, lo representamos en medio de la adversidad y el dolor de este mundo entristecido. ¡Revistámonos de humildad!
Un fuerte abrazo en Cristo…

Por Valerio Mejía 

Columnista
28 septiembre, 2018

La humildad

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Valerio Mejía Araújo

“Nadie tenga un concepto de sí más alto que el que debe tener…”. Romanos 12,3 Pensamos en la humildad como la capacidad de ser modestos y respetuosos, también la relacionamos con la pobreza y la carencia. Pero, más bien sugiere la idea de dejarse enseñar, de ser flexible, capaz de aceptar una remodelación o transformación, […]


“Nadie tenga un concepto de sí más alto que el que debe tener…”. Romanos 12,3
Pensamos en la humildad como la capacidad de ser modestos y respetuosos, también la relacionamos con la pobreza y la carencia. Pero, más bien sugiere la idea de dejarse enseñar, de ser flexible, capaz de aceptar una remodelación o transformación, de reconocer los yerros y equivocaciones y estar dispuesto a cambiar de rumbo.

Lo contrario a la humildad es el orgullo, la envidia, la ambición egoísta y el deseo de aparentar ser o tener aquello que no tenemos o somos. El orgullo significa que tenemos una visión inflada de nosotros mismos. Es confiar en sí mismos para tomar decisiones en vez de confiar en Dios primero. Tampoco es pensar de nosotros menos de lo que Dios piensa. No es despreciarnos y desfavorecernos. No es permitir que nos ultrajen y maltraten. No es negar nuestros derechos y aceptar el rechazo. Estas son normas falsas de humildad que nos atan y esclavizan sostenidas por una baja autoestima y traen como resultado la decepción y el fracaso.

Amados amigos: Somos personas valiosas, creados a imagen de Dios y dotados con una dosis de grandeza, el deseo de Dios es que disfrutemos siendo nosotros mismos y sirvamos a otros con alegría. Una de las trampas de destrucción más eficaces del enemigo es hacernos creer que somos pequeños e insignificantes, sembrando dudas e incredulidad sobre nuestros talentos y habilidades.

Recuerdo dos ejemplos Bíblicos de superación: David fue despreciado por todos. Incluso para su propio padre era un bueno para nada. Cuando el profeta Samuel quiso tomar de sus hijos un rey, ni siquiera lo presentó como candidato. Sus hermanos lo desatendieron, el rey Saúl lo descartó. Pero Dios mismo levantó a David, se agradó de su humildad, sencillez y dedicación.
Moisés, pensó que con su juventud, fuerza e influencia podía ayudar a liberar a los judíos de la esclavitud. Pero cuando mató al egipcio y huyó al desierto para esconderse, allí Dios estaba esperándolo. Y fue allí con el paso del tiempo que fue trasformado en un hombre humilde y dependiente de Dios.

Cuando me siento superior, caigo en el orgullo malsano. El patrón o la medida de comparación debo ser yo mismo en la imagen de Jesús, superándome cada día. ¡Hoy debo ser mejor que ayer! ¿Nos hemos hecho confiables para Dios? ¿Llevamos en nuestros corazones la revelación de su persona y los secretos de su palabra? ¿Tenemos la humildad suficiente para representarlo son dignidad?

Hoy invito a que seamos auténticos, serviciales, no haciendo nada por contienda o vanagloria, sino con humildad, estimando a los demás como superiores a nosotros mismos. Recordando que Dios es excelso y atiende al humilde, pero al altivo mira de lejos.

Finalmente, somos los humildes representantes de un Maestro singular. Somos el vehículo a través del cual, Dios se mueve, lo representamos en medio de la adversidad y el dolor de este mundo entristecido. ¡Revistámonos de humildad!
Un fuerte abrazo en Cristo…

Por Valerio Mejía