Voy a describirles, mis queridos lectores, a Valledupar un sábado a las 11.30 p.m. Los ubico: calle ancha de La Nevada reducida en su movilidad y paso, a un solo carril por la cantidad de motos parqueadas en toda la vía, inusual mi tránsito a esas horas por estos sectores, pero pasó. El río humano […]
Voy a describirles, mis queridos lectores, a Valledupar un sábado a las 11.30 p.m. Los ubico: calle ancha de La Nevada reducida en su movilidad y paso, a un solo carril por la cantidad de motos parqueadas en toda la vía, inusual mi tránsito a esas horas por estos sectores, pero pasó. El río humano era impresionante. Jóvenes de entre 13 y 20 años desbordaban los negocios y su estridente música hacia eco por toda esa zona y en la humanidad de esa cantidad de muchachos. La música, esa música que escuchan hoy por hoy, lleva mensajes especiales que incitan al desorden en todos sus niveles. Hice un recorrido largo: desde La cuarta, bordeando la avenida del parque Los Algarrobillos, la avenida Simón Bolívar, en toda su extensión; a mi paso, motos por doquier con tres y hasta cuatro pasajeros. La adrenalina de los jóvenes da para todo eso, hombres y mujeres; ya el nivel de imprudencia se mide por igual. Incluso nos asombra ver que las mujeres están pisando más fuerte en estos menesteres: abuso del alcohol, la droga y el sexo. No estoy exagerando, ni siendo machista. Para nada. Bajé el vidrio del carro, les confieso que con temor. Me intimidó la mirada desafiante que por decenas se posaron en mí, obviamente yo era el bicho raro en la situación. Entonces llega a mi mente la desenfrenada inseguridad que vive la ciudad y pienso en los contraste. Qué carajo le va a importar a estos jóvenes de la nevada y sus alrededores las casitas de bahareques del viejo Valle de la señora Alba Luz; ellos están en otro viaje. Y sigo pensando y preguntándome ¿Cuántos de estos muchachos trabajan? ¿Tendrán acaso cómo costearse todo un fin de semana de juerga? El análisis me lleva a pensar en la muerte del joven instructor de natación, Steven Valencia, que fue vilmente asesinado por robarle un celular. Y como él, muchos más que han elevado las estadísticas de infortunadas muertes. El consumismo y las trochas del facilismo por donde transitan muchos de estos jóvenes los lleva a delinquir y a llevarse por delante todo lo que huela a normas, a principios y valores. ¿Dónde están los padres de esas niñas que deambulan sin temor a altas horas de la noche? ¿Habrá acaso un padre que le patrocine a su hijo este tipo de diversión? De todo hay en la viña del señor pero me cuesta creerlo. Definitivamente hace falta “Martín Moreno” que saca lo malo y mete lo bueno. Mano dura en casa con esta muchachera desenfrenada. Si usted padre de familia, no está atento de sus hijos y los corrige, tenga la plena seguridad que en la calle tendremos un potencial malandro que habrá de corregirse de otra manera. Señor alcalde, señor secretario de gobierno, señor comandante de Policía, ¿Es necesario acaso sufrir la pena de más muertes de gente inocente y sana? Menos baile, menos cantos y más acción. “Que la violencia se vaya del Valle” es lo mínimo que deseamos. Sólo Eso.
Voy a describirles, mis queridos lectores, a Valledupar un sábado a las 11.30 p.m. Los ubico: calle ancha de La Nevada reducida en su movilidad y paso, a un solo carril por la cantidad de motos parqueadas en toda la vía, inusual mi tránsito a esas horas por estos sectores, pero pasó. El río humano […]
Voy a describirles, mis queridos lectores, a Valledupar un sábado a las 11.30 p.m. Los ubico: calle ancha de La Nevada reducida en su movilidad y paso, a un solo carril por la cantidad de motos parqueadas en toda la vía, inusual mi tránsito a esas horas por estos sectores, pero pasó. El río humano era impresionante. Jóvenes de entre 13 y 20 años desbordaban los negocios y su estridente música hacia eco por toda esa zona y en la humanidad de esa cantidad de muchachos. La música, esa música que escuchan hoy por hoy, lleva mensajes especiales que incitan al desorden en todos sus niveles. Hice un recorrido largo: desde La cuarta, bordeando la avenida del parque Los Algarrobillos, la avenida Simón Bolívar, en toda su extensión; a mi paso, motos por doquier con tres y hasta cuatro pasajeros. La adrenalina de los jóvenes da para todo eso, hombres y mujeres; ya el nivel de imprudencia se mide por igual. Incluso nos asombra ver que las mujeres están pisando más fuerte en estos menesteres: abuso del alcohol, la droga y el sexo. No estoy exagerando, ni siendo machista. Para nada. Bajé el vidrio del carro, les confieso que con temor. Me intimidó la mirada desafiante que por decenas se posaron en mí, obviamente yo era el bicho raro en la situación. Entonces llega a mi mente la desenfrenada inseguridad que vive la ciudad y pienso en los contraste. Qué carajo le va a importar a estos jóvenes de la nevada y sus alrededores las casitas de bahareques del viejo Valle de la señora Alba Luz; ellos están en otro viaje. Y sigo pensando y preguntándome ¿Cuántos de estos muchachos trabajan? ¿Tendrán acaso cómo costearse todo un fin de semana de juerga? El análisis me lleva a pensar en la muerte del joven instructor de natación, Steven Valencia, que fue vilmente asesinado por robarle un celular. Y como él, muchos más que han elevado las estadísticas de infortunadas muertes. El consumismo y las trochas del facilismo por donde transitan muchos de estos jóvenes los lleva a delinquir y a llevarse por delante todo lo que huela a normas, a principios y valores. ¿Dónde están los padres de esas niñas que deambulan sin temor a altas horas de la noche? ¿Habrá acaso un padre que le patrocine a su hijo este tipo de diversión? De todo hay en la viña del señor pero me cuesta creerlo. Definitivamente hace falta “Martín Moreno” que saca lo malo y mete lo bueno. Mano dura en casa con esta muchachera desenfrenada. Si usted padre de familia, no está atento de sus hijos y los corrige, tenga la plena seguridad que en la calle tendremos un potencial malandro que habrá de corregirse de otra manera. Señor alcalde, señor secretario de gobierno, señor comandante de Policía, ¿Es necesario acaso sufrir la pena de más muertes de gente inocente y sana? Menos baile, menos cantos y más acción. “Que la violencia se vaya del Valle” es lo mínimo que deseamos. Sólo Eso.