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Columnista - 30 enero, 2011

I Pod, presupuestos, infancia

Por: Antonio Hernández G. Debo a la constancia de mis hijos el no andar tan atrasado en el uso de las tecnologías de la información y de las telecomunicaciones. De allí que no me sorprendiera cuando el pasado diciembre uno de sus regalos incluyó un nuevo iPod y un dispositivo que me permite disfrutar, con […]

Por: Antonio Hernández G.

Debo a la constancia de mis hijos el no andar tan atrasado en el uso de las tecnologías de la información y de las telecomunicaciones. De allí que no me sorprendiera cuando el pasado diciembre uno de sus regalos incluyó un nuevo iPod y un dispositivo que me permite disfrutar, con mucha comodidad, la música en mi sitio habitual de trabajo.
Para hacer más eficaz su uso, el regalo tuvo como condición que debía “llenar” todo el iPod con la música de mis preferencias. Al aceptar la propuesta, e iniciar la tarea, caí rápidamente en la cuenta de que cada vez que decidía incluir una preferencia, las posibilidades de incluir otras iban disminuyendo.
Al principio del ejercicio las cosas fueron bastante fáciles. Allí quedaron almacenadas las variaciones Golberg de Juan Sebastián Bach interpretadas por Glen Gould; los seis conciertos de Brandenburgo; todas las canciones que en vida interpretó Alejo Durán; Edith Piaf musitando non, je ne regrette rien; unos poemas de León De Greiff en su propia voz; las tonadas de Martín Fierro trovadas –más que cantadas- por Soledad Bravo; Matilde Díaz dándole especial brillo a los porros de Lucho Bermúdez; April in París en la voz de Ella Fitzgerald; todos los cantos de Rafael Escalona que Daniel Samper Pizano y Pilar Tafur escogieron alguna vez para rendirle especial tributo al Maestro; los cantares de Leonardo Gamarra sobre Sincé y su gente; los versos de Miguel Hernández divulgados por Joan Manuel Serrat; Pablo Flórez haciéndonos sentir los sabores del porro; Adolfo Cortés, los amigos y el abuelo; Lorenzo Morales cantándole su amor a Carmen Bracho; Abel Antonio Villa enseñándonos lo importante que es no sufrir de engaño y reclamando sus cuatro noches de velorio; y así sucesivamente, hasta casi completar cuatro mil poemas y canciones.
Como se dijo, al principio el tema de la escogencia no fue muy restrictivo. Pero cuando la capacidad se empezó a agotar, escoger entre qué incluir y qué no, fue una decisión que alcanzó niveles de dramatismo. Por ejemplo, si acaso hubiese un espacio para el tango, ¿a quién se excluye entre Carlos Gardel y Susana Rinaldi?
Ese ejercicio, al mismo tiempo nostálgico y lúdico, pone en evidencia que como los recursos no son ilimitados la asignación de ellos a los fines prioritarios se vuelve crucial para evitar frustraciones de toda índole. Una enseñanza que hoy más que nunca deben tener en cuenta los responsables de programar los recursos del Plan de Reconstrucción.
Por lo que a mí respecta, si se me preguntase cuál es la finalidad última de dicho Plan tendría que repetir –por enésima vez- que ella no es otra que la lucha contra la pobreza. La prueba ácida de la política de reconstrucción se medirá cuando dentro de cinco o más años veamos si el Caribe de entonces sufre más penurias que el de hoy, o si por el contrario se ha avanzado para disminuir la pobreza y la desigualdad.
Esa prioridad pasa por tener como eje central de la política pública el tratamiento que se le dé a la primera infancia. Si ese segmento de la población es en verdad prioritario, se debe desterrar la malnutrición de los infantes y cuidar su salud; ningún niño a los siete años debería ser analfabeto, y la igualdad de oportunidades sería preocupación central de todos los gobernantes. Por razones humanitarias, económicas y políticas Primero la Infancia debería ser nuestro primer grito de guerra contra la pobreza.

Columnista
30 enero, 2011

I Pod, presupuestos, infancia

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Antonio Hernandez Gamarra

Por: Antonio Hernández G. Debo a la constancia de mis hijos el no andar tan atrasado en el uso de las tecnologías de la información y de las telecomunicaciones. De allí que no me sorprendiera cuando el pasado diciembre uno de sus regalos incluyó un nuevo iPod y un dispositivo que me permite disfrutar, con […]


Por: Antonio Hernández G.

Debo a la constancia de mis hijos el no andar tan atrasado en el uso de las tecnologías de la información y de las telecomunicaciones. De allí que no me sorprendiera cuando el pasado diciembre uno de sus regalos incluyó un nuevo iPod y un dispositivo que me permite disfrutar, con mucha comodidad, la música en mi sitio habitual de trabajo.
Para hacer más eficaz su uso, el regalo tuvo como condición que debía “llenar” todo el iPod con la música de mis preferencias. Al aceptar la propuesta, e iniciar la tarea, caí rápidamente en la cuenta de que cada vez que decidía incluir una preferencia, las posibilidades de incluir otras iban disminuyendo.
Al principio del ejercicio las cosas fueron bastante fáciles. Allí quedaron almacenadas las variaciones Golberg de Juan Sebastián Bach interpretadas por Glen Gould; los seis conciertos de Brandenburgo; todas las canciones que en vida interpretó Alejo Durán; Edith Piaf musitando non, je ne regrette rien; unos poemas de León De Greiff en su propia voz; las tonadas de Martín Fierro trovadas –más que cantadas- por Soledad Bravo; Matilde Díaz dándole especial brillo a los porros de Lucho Bermúdez; April in París en la voz de Ella Fitzgerald; todos los cantos de Rafael Escalona que Daniel Samper Pizano y Pilar Tafur escogieron alguna vez para rendirle especial tributo al Maestro; los cantares de Leonardo Gamarra sobre Sincé y su gente; los versos de Miguel Hernández divulgados por Joan Manuel Serrat; Pablo Flórez haciéndonos sentir los sabores del porro; Adolfo Cortés, los amigos y el abuelo; Lorenzo Morales cantándole su amor a Carmen Bracho; Abel Antonio Villa enseñándonos lo importante que es no sufrir de engaño y reclamando sus cuatro noches de velorio; y así sucesivamente, hasta casi completar cuatro mil poemas y canciones.
Como se dijo, al principio el tema de la escogencia no fue muy restrictivo. Pero cuando la capacidad se empezó a agotar, escoger entre qué incluir y qué no, fue una decisión que alcanzó niveles de dramatismo. Por ejemplo, si acaso hubiese un espacio para el tango, ¿a quién se excluye entre Carlos Gardel y Susana Rinaldi?
Ese ejercicio, al mismo tiempo nostálgico y lúdico, pone en evidencia que como los recursos no son ilimitados la asignación de ellos a los fines prioritarios se vuelve crucial para evitar frustraciones de toda índole. Una enseñanza que hoy más que nunca deben tener en cuenta los responsables de programar los recursos del Plan de Reconstrucción.
Por lo que a mí respecta, si se me preguntase cuál es la finalidad última de dicho Plan tendría que repetir –por enésima vez- que ella no es otra que la lucha contra la pobreza. La prueba ácida de la política de reconstrucción se medirá cuando dentro de cinco o más años veamos si el Caribe de entonces sufre más penurias que el de hoy, o si por el contrario se ha avanzado para disminuir la pobreza y la desigualdad.
Esa prioridad pasa por tener como eje central de la política pública el tratamiento que se le dé a la primera infancia. Si ese segmento de la población es en verdad prioritario, se debe desterrar la malnutrición de los infantes y cuidar su salud; ningún niño a los siete años debería ser analfabeto, y la igualdad de oportunidades sería preocupación central de todos los gobernantes. Por razones humanitarias, económicas y políticas Primero la Infancia debería ser nuestro primer grito de guerra contra la pobreza.