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Columnista - 12 julio, 2011

Homenaje a la Buena Ciudadanía

ESCALPELO Por: Dickson E. Quiroz Torres [email protected] Por supuesto, la cita era inexcusable. Más que un homenaje a un hombre, o a un sobresaliente ejercicio profesional, se le rendía homenaje a la buena ciudadanía, actitud ya exótica en nuestras calendas. La cita era un martes cualquiera, en el restaurante Varadero, que esa noche traslucía un […]

ESCALPELO

Por: Dickson E. Quiroz Torres
[email protected]

Por supuesto, la cita era inexcusable. Más que un homenaje a un hombre, o a un sobresaliente ejercicio profesional, se le rendía homenaje a la buena ciudadanía, actitud ya exótica en nuestras calendas.

La cita era un martes cualquiera, en el restaurante Varadero, que esa noche traslucía un aroma, un sabor y un sentimiento inconfundible de amistad, de fraternidad, de orgullo, como si el homenaje a tributarse fuera para todo el colectivo allí presente. Yo particularmente lo experimenté al entrar. Se respiraba en el ambiente, acaso por las sonrisas felices visibles en los rostros del casi centenar de personas que ya rodeaban al agasajado.

Lo que de entrada me llamó la atención fue la expresión de incredulidad, de sorpresa, del propio homenajeado. Era una expresión de “discúlpame, yo no programé esto; a mi mismo me han asaltado”. No podía creer que eso le estuviera pasando precisamente a él, tan recatado y discrepante de los homenajes; a él, caracterizado por una excesiva modestia y humildad que prueba justamente su valía…

En contraste, los asistentes estaban exuberantes. Nada más merecido y enorgullecedor que rendirle testimonio de admiración, aprecio y reconocimiento  a una vida sesentona; no por sesentona, que muchos desacreditados la alcanzan, y también muchos desaliñados, sino por impoluta pese a ser propositiva, crítica, comprometida, cáustica con la corrupción, sobre todo de su pueblo Chiriguaná, hoy en el fango en discrepancia con el esplendor ético e intelectual de épocas no tan lejanas.

La prueba de fuego, sin embargo, lo que acrisola su pulcritud, es el ejercicio de una profesión como el derecho, ‘donde muchos nacen pero poquísimos conservan incólume su prestigio’. Quien lo logre, luego de un trajinar litigioso de cuarenta años, ese es un berraco. Litigar es pelear, altercar, querellar, denunciar, y en ese trasegar muy pocos son los que preservan siempre su madurez y caballerosidad. En el caso de Oscar, con lo crítico que ha sido, con lo ‘peleador’ que ha sido, aún así hasta los vencidos en juicio lo respetan y reverencian por su bonhomía.

Los más exuberantes eran sus familiares, los Argote, los Royero, los Paba, todos henchidos del orgullo que les merece una vida ejemplar; no se trataba solamente de lo exitosa de una carrera profesional, sino sobre todo de lo irradiable y generosísima de una vida como hijo, como hermano, como padre, como esposo, como abuelo, como suegro, como amigo, que esas virtudes suele desparramarlas para todos.

Quizás hoy todavía Oscar Argote Royero, el Maestro, no ha podido espabilarse del sublime pero sencillo – sencillez, no fastuosidad – acto de amor organizado y prodigado con esplendidez por su esposa Ana Isabel, secundada con entusiasmo por sus hijos, que encontraron un buen pretexto – sus 40 años de ejercicio profesional – para reiterarle su amor y admiración y para reconocerle y corresponderle lo que él les ha brindado sin limitación alguna con su ejemplo, una muy buena educación ciudadana. Lo delataba la brillada de su mirada cuando escuchaba las sentidas palabras pronunciadas por una de sus nietas, o su emoción con el dulce y armónico canto de su hija Verónica. El ambiente, de suyo cargado de emoción, tuvo su clímax con la voz quebrada del homenajeado, al corresponder el detalle.

Me honraron con la invitación, a la que asistí a nombre propio, pero también en representación del Centro de Pensamiento Cesarense (CPCe), del cual Oscar Argote Royero es excelso miembro fundador y paradigma de la buena ciudadanía, asignatura ya casi exótica; por lo mismo su brillo es más coruscante. Honores, maestro Oscar Argote: que la Divina Providencia lo conserve como guardián de la heredad.

Columnista
12 julio, 2011

Homenaje a la Buena Ciudadanía

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Dickson E. Quiroz Torres

ESCALPELO Por: Dickson E. Quiroz Torres [email protected] Por supuesto, la cita era inexcusable. Más que un homenaje a un hombre, o a un sobresaliente ejercicio profesional, se le rendía homenaje a la buena ciudadanía, actitud ya exótica en nuestras calendas. La cita era un martes cualquiera, en el restaurante Varadero, que esa noche traslucía un […]


ESCALPELO

Por: Dickson E. Quiroz Torres
[email protected]

Por supuesto, la cita era inexcusable. Más que un homenaje a un hombre, o a un sobresaliente ejercicio profesional, se le rendía homenaje a la buena ciudadanía, actitud ya exótica en nuestras calendas.

La cita era un martes cualquiera, en el restaurante Varadero, que esa noche traslucía un aroma, un sabor y un sentimiento inconfundible de amistad, de fraternidad, de orgullo, como si el homenaje a tributarse fuera para todo el colectivo allí presente. Yo particularmente lo experimenté al entrar. Se respiraba en el ambiente, acaso por las sonrisas felices visibles en los rostros del casi centenar de personas que ya rodeaban al agasajado.

Lo que de entrada me llamó la atención fue la expresión de incredulidad, de sorpresa, del propio homenajeado. Era una expresión de “discúlpame, yo no programé esto; a mi mismo me han asaltado”. No podía creer que eso le estuviera pasando precisamente a él, tan recatado y discrepante de los homenajes; a él, caracterizado por una excesiva modestia y humildad que prueba justamente su valía…

En contraste, los asistentes estaban exuberantes. Nada más merecido y enorgullecedor que rendirle testimonio de admiración, aprecio y reconocimiento  a una vida sesentona; no por sesentona, que muchos desacreditados la alcanzan, y también muchos desaliñados, sino por impoluta pese a ser propositiva, crítica, comprometida, cáustica con la corrupción, sobre todo de su pueblo Chiriguaná, hoy en el fango en discrepancia con el esplendor ético e intelectual de épocas no tan lejanas.

La prueba de fuego, sin embargo, lo que acrisola su pulcritud, es el ejercicio de una profesión como el derecho, ‘donde muchos nacen pero poquísimos conservan incólume su prestigio’. Quien lo logre, luego de un trajinar litigioso de cuarenta años, ese es un berraco. Litigar es pelear, altercar, querellar, denunciar, y en ese trasegar muy pocos son los que preservan siempre su madurez y caballerosidad. En el caso de Oscar, con lo crítico que ha sido, con lo ‘peleador’ que ha sido, aún así hasta los vencidos en juicio lo respetan y reverencian por su bonhomía.

Los más exuberantes eran sus familiares, los Argote, los Royero, los Paba, todos henchidos del orgullo que les merece una vida ejemplar; no se trataba solamente de lo exitosa de una carrera profesional, sino sobre todo de lo irradiable y generosísima de una vida como hijo, como hermano, como padre, como esposo, como abuelo, como suegro, como amigo, que esas virtudes suele desparramarlas para todos.

Quizás hoy todavía Oscar Argote Royero, el Maestro, no ha podido espabilarse del sublime pero sencillo – sencillez, no fastuosidad – acto de amor organizado y prodigado con esplendidez por su esposa Ana Isabel, secundada con entusiasmo por sus hijos, que encontraron un buen pretexto – sus 40 años de ejercicio profesional – para reiterarle su amor y admiración y para reconocerle y corresponderle lo que él les ha brindado sin limitación alguna con su ejemplo, una muy buena educación ciudadana. Lo delataba la brillada de su mirada cuando escuchaba las sentidas palabras pronunciadas por una de sus nietas, o su emoción con el dulce y armónico canto de su hija Verónica. El ambiente, de suyo cargado de emoción, tuvo su clímax con la voz quebrada del homenajeado, al corresponder el detalle.

Me honraron con la invitación, a la que asistí a nombre propio, pero también en representación del Centro de Pensamiento Cesarense (CPCe), del cual Oscar Argote Royero es excelso miembro fundador y paradigma de la buena ciudadanía, asignatura ya casi exótica; por lo mismo su brillo es más coruscante. Honores, maestro Oscar Argote: que la Divina Providencia lo conserve como guardián de la heredad.