A raíz del fallo del Consejo de Estado sobre la devolución del Parque de La Leyenda al municipio de Valledupar, después de un largo periodo de incerteza jurídica, han surgido varias inquietudes acerca de cómo debería continuar nuestro Festival. En uno de los foros programados en la Uniandina se comenzó a debatir acerca del presente y futuro de este magno certamen; no he asistido pero a través de esta columna expresaré mis criterios al respecto. Lo que le pide al alcalde, el autor de esta demanda jurisdiccional, es que este evento lo organice la Alcaldía de Valledupar así como en otras épocas lo hizo la Gobernación del Cesar, ese es el quid. Esta solicitud ha causado pánico en algunos sectores vallenatólogos, convencidos de la indispensabilidad de quiénes rigen esta actividad.
No es para tanto. Es hora de revisar cuál ha sido el impacto del festival en la conservación de este hermoso proceso cultural, máxime ahora que la UNESCO lo ha declarado patrimonio inmaterial de la humanidad. Hay que establecer criterios acerca de si el Festival es un mero negocio o el constructor y conservador de una cultura musical o si, mejor, se pueden hacer las dos cosas. Llevamos medio siglo haciendo el festival pero hoy el “vallenato”, tal como lo conocemos, está contaminado con las llamadas mezclas modernas que exige el mercado musical. Hoy pocos componen canciones con la estirpe del vallenato; por eso, durante cada festival, los intérpretes en todas las categorías, siguen interpretando viejas canciones de hace 70 o más años, cuando la música narraba lo cuotidiano; la mayoría de ellos ha muerto y pocos conocen la historia de sus canciones; no existe una institución dedicada a fomentar la métrica de los versos octo-endecasílabos de los viejos juglares cuyos contenidos dieron elementos a Gabo para escribir una obra cumbre de la literatura universal; así es el vallenato, universal, enjundioso, pese a lo sencillo, y sus narrativas siguen vigentes; canciones como la Custodia de Badillo, la Sanandresana y muchas más, cuyas letras relatan parte de nuestra historia castellana y andaluza, no han vuelto a aparecer, y solo son recreadas en el Festival; hoy pocos componen auténticas canciones con las características del rigor “vallenato”; casi toda la música es por encargo y sin contenido, en trance al “reguenato”. Desde esta perspectiva, la FFLV ha fracasado; sus cuentas bancarias, quizás, han crecido pero el folclor se ha empobrecido. Me dirán que la sociedad ha evolucionado; también lo ha hecho la austriaca pero el vals sigue inalterado igual que la ópera. Aquí escuchamos vallenato solo en las competencias festivaleras, el resto del año oímos la música de acordeón que nos recomiendan los “payoleros”, falsos hacedores de cultura. Estamos a tiempo de hacer una revisión importante para salvar el honor que nos otorgó la UNESCO, no por “la yuca y la tajá”, “pla, pla”. ¡Qué metamorfosis ha sufrido nuestro folclor! Nuestra cultura está en manos de mercaderes, el consumismo voraz se dio un banquete, hemos involucionado.
Luis Napoleón de Armas P.