Hay un dicho popular que reza: ‘No gana el que no arriesga’, y en el periodismo a veces para ganar se pierde la vida, eso le pasó a Guzmán Quintero aquél oscuro 16 de septiembre de 1999 cuando un sicario lo mató. Lo mataron por arriesgarse a la verdad, a contar los hechos con datos […]
Hay un dicho popular que reza: ‘No gana el que no arriesga’, y en el periodismo a veces para ganar se pierde la vida, eso le pasó a Guzmán Quintero aquél oscuro 16 de septiembre de 1999 cuando un sicario lo mató. Lo mataron por arriesgarse a la verdad, a contar los hechos con datos que para algunos resultó incómodo, molesto, objeto de venganza.
Quintero, quien para aquella época de su asesinato ejercía como jefe de redacción del diario EL PILÓN desde el 98, estaba con dos colegas en la cafetería del hotel Cardones cuando le arrebataron la vida a los 36 años. El sicario le disparó y huyó en una motocicleta con otro sujeto que lo esperaba para darse a la huida aquella noche cerca de las 10:30 p.m.
El periodista se destacó por sus investigaciones y publicaciones en las que involucraba a quienes actuaban al margen de la ley y del Estado. Eso no les gustó a los militares, a las Autodefensas Unidas de Colombia, AUC, ni al resto de los grupos armados a los que llegó a indagar. Investigaciones que iniciaron cuando trabajó como corresponsal en Valledupar para El Heraldo de Barranquilla.
Aunque 22 años después de su asesinato, el exjefe paramilitar Salvatore Mancuso resolvió asumir responsabilidad del caso en audiencia del 9 de junio de 2021, también hay otras versiones que mencionan a Jorge 40, Rodrigo Tovar Pupo, jefe del bloque norte de las AUC, que también operaban en el departamento cesarense en el 99.
De hecho, en audiencias anteriores se llegó a decir que ‘Jorge 40’ dio la orden de dar de ‘baja’ al periodista Guzmán Quintero porque formaba parte del frente 59 de las Farc.
Guzmán Quintero perdió la vida por decir la verdad en sus escritos publicados, lo mataron por ser un buen periodista. La Fiscalía General de la Nación declaró su muerte de lesa humanidad en 2019. Hasta ahora ese ha sido el único acto de justicia a su memoria, además del que sus amigos, excompañeros y colegas hacen año tras año durante su aniversario de muerte.
La muerte duele, asusta, abruma. Quintero no merecía que le dispararan, esos cuatro balazos aún resuenan en la memoria. Como una ironía de la vida, su última portada para EL PILÓN fue una gran foto de una bandera blanca y una frase que rezaba: “¡Quiero la paz!”. Así murió, deseando lo que aún hoy millones de colombianos piden al gobierno de turno, la paz.
El periodismo es pasión, se lleva en la sangre y Quintero lo tenía en las venas, cuando estaba en noveno grado ya mostraba su interés pero no fue hasta graduarse de periodista en la Universidad Autónoma del Caribe, en 1990, que dio sus primeros y firmes pasos.
Comenzó a destacarse por ser un periodista comprometido con quienes lo buscaban para ser su voz, quería cumplirle a esas personas que denunciaban y en especial los casos sobre violación de derechos humanos.
Previo a su muerte inició en 1995 una investigación de la Serranía de Perijá, acerca de grupos armados ilegales relacionados con el Ejercito Militar; en las páginas de El Heraldo se entendía una aparente relación entre Estado y la ilegalidad de los grupos existentes que operaban en aquella zona.
En principio se conoció que un grupo de militares lo interceptó al regresar de uno de sus viajes al Perijá, le exigieron que no publicara más sobre eso, pero él continuó.
En el diario EL PILÓN, los titulares de Quintero resonaron en todo el Cesar: ‘A cinco se eleva el número de víctimas por incursión armada en Patillal’, ‘Nosotros no merecemos que nos maten’, ‘41 muertos en Cesar y Guajira en cuatro meses’.
A mediados del 99, miembros del EM visitaron las instalaciones de EL PILÓN para saber quién había hecho la publicación de un asesinato de dos mujeres en El Conejo, La Guajira. Había sido Quintero, el jefe de información. En ese mismo año, después de estas dos situaciones (tal vez ocurrieron más y no lo hizo saber para proteger a su familia y gente cercana) ocurrió el sicariato.
A su entierro, lo acompañaron periodistas vendados en la boca, en señal de la censura violenta que ocurría a ojos de todos con este asesinato que al mismo tiempo recalcó el viejo dicho de que el periodismo es el cuarto poder. Un poder que algunos quieren silenciar.
Guzmán Quintero nació en 1965 en El Carmen, Norte de Santander, otra población asechada por bandas criminales que causaron cientos de desplazamientos forzosos.
Era cachaco, pero cuando se ejerce el periodismo la identidad es universal y su entrega estuvo comprometida desde el inicio con el departamento del Cesar, donde pudo ser la voz de los que no tienen voz y eso lo convirtió en un cesarense de respeto y honor.
Hay un dicho popular que reza: ‘No gana el que no arriesga’, y en el periodismo a veces para ganar se pierde la vida, eso le pasó a Guzmán Quintero aquél oscuro 16 de septiembre de 1999 cuando un sicario lo mató. Lo mataron por arriesgarse a la verdad, a contar los hechos con datos […]
Hay un dicho popular que reza: ‘No gana el que no arriesga’, y en el periodismo a veces para ganar se pierde la vida, eso le pasó a Guzmán Quintero aquél oscuro 16 de septiembre de 1999 cuando un sicario lo mató. Lo mataron por arriesgarse a la verdad, a contar los hechos con datos que para algunos resultó incómodo, molesto, objeto de venganza.
Quintero, quien para aquella época de su asesinato ejercía como jefe de redacción del diario EL PILÓN desde el 98, estaba con dos colegas en la cafetería del hotel Cardones cuando le arrebataron la vida a los 36 años. El sicario le disparó y huyó en una motocicleta con otro sujeto que lo esperaba para darse a la huida aquella noche cerca de las 10:30 p.m.
El periodista se destacó por sus investigaciones y publicaciones en las que involucraba a quienes actuaban al margen de la ley y del Estado. Eso no les gustó a los militares, a las Autodefensas Unidas de Colombia, AUC, ni al resto de los grupos armados a los que llegó a indagar. Investigaciones que iniciaron cuando trabajó como corresponsal en Valledupar para El Heraldo de Barranquilla.
Aunque 22 años después de su asesinato, el exjefe paramilitar Salvatore Mancuso resolvió asumir responsabilidad del caso en audiencia del 9 de junio de 2021, también hay otras versiones que mencionan a Jorge 40, Rodrigo Tovar Pupo, jefe del bloque norte de las AUC, que también operaban en el departamento cesarense en el 99.
De hecho, en audiencias anteriores se llegó a decir que ‘Jorge 40’ dio la orden de dar de ‘baja’ al periodista Guzmán Quintero porque formaba parte del frente 59 de las Farc.
Guzmán Quintero perdió la vida por decir la verdad en sus escritos publicados, lo mataron por ser un buen periodista. La Fiscalía General de la Nación declaró su muerte de lesa humanidad en 2019. Hasta ahora ese ha sido el único acto de justicia a su memoria, además del que sus amigos, excompañeros y colegas hacen año tras año durante su aniversario de muerte.
La muerte duele, asusta, abruma. Quintero no merecía que le dispararan, esos cuatro balazos aún resuenan en la memoria. Como una ironía de la vida, su última portada para EL PILÓN fue una gran foto de una bandera blanca y una frase que rezaba: “¡Quiero la paz!”. Así murió, deseando lo que aún hoy millones de colombianos piden al gobierno de turno, la paz.
El periodismo es pasión, se lleva en la sangre y Quintero lo tenía en las venas, cuando estaba en noveno grado ya mostraba su interés pero no fue hasta graduarse de periodista en la Universidad Autónoma del Caribe, en 1990, que dio sus primeros y firmes pasos.
Comenzó a destacarse por ser un periodista comprometido con quienes lo buscaban para ser su voz, quería cumplirle a esas personas que denunciaban y en especial los casos sobre violación de derechos humanos.
Previo a su muerte inició en 1995 una investigación de la Serranía de Perijá, acerca de grupos armados ilegales relacionados con el Ejercito Militar; en las páginas de El Heraldo se entendía una aparente relación entre Estado y la ilegalidad de los grupos existentes que operaban en aquella zona.
En principio se conoció que un grupo de militares lo interceptó al regresar de uno de sus viajes al Perijá, le exigieron que no publicara más sobre eso, pero él continuó.
En el diario EL PILÓN, los titulares de Quintero resonaron en todo el Cesar: ‘A cinco se eleva el número de víctimas por incursión armada en Patillal’, ‘Nosotros no merecemos que nos maten’, ‘41 muertos en Cesar y Guajira en cuatro meses’.
A mediados del 99, miembros del EM visitaron las instalaciones de EL PILÓN para saber quién había hecho la publicación de un asesinato de dos mujeres en El Conejo, La Guajira. Había sido Quintero, el jefe de información. En ese mismo año, después de estas dos situaciones (tal vez ocurrieron más y no lo hizo saber para proteger a su familia y gente cercana) ocurrió el sicariato.
A su entierro, lo acompañaron periodistas vendados en la boca, en señal de la censura violenta que ocurría a ojos de todos con este asesinato que al mismo tiempo recalcó el viejo dicho de que el periodismo es el cuarto poder. Un poder que algunos quieren silenciar.
Guzmán Quintero nació en 1965 en El Carmen, Norte de Santander, otra población asechada por bandas criminales que causaron cientos de desplazamientos forzosos.
Era cachaco, pero cuando se ejerce el periodismo la identidad es universal y su entrega estuvo comprometida desde el inicio con el departamento del Cesar, donde pudo ser la voz de los que no tienen voz y eso lo convirtió en un cesarense de respeto y honor.