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Que esta vez no nos gane Chente

Cuando se está ad portas de una jornada electoral lo primero que se debería tener en cuenta, por parte del electorado, serían las razones por las cuales se tomaría la decisión de votar por un determinado candidato. Pero no, en la mayoría de los casos, el ejercicio de la elección termina convirtiéndose en una acción mecánica, de poca meditación.

Los resultados de cada jornada electoral, una y otra vez, décadas tras décadas, con escasas excepciones, son los mismos y con similares características. Al elector le sucede igual que a una persona que le gusta el licor, pero que sufre de guayabo.

De manera curiosa, un votante vive las mismas emociones y etapas que experimenta  un rumbero. Ambos, antes y durante la jornada, se llenan de expectativas positivas, ninguno de los dos se acuerda ni de lo vivido ni de los resultados en épocas anteriores, se entusiasman y sólo esperan que inicie la faena para vivirla a plenitud.

Es así como llegado el momento decisivo, tanto para el toma tragos como para el elector, la emotividad se pone a flor de piel, aquí nada del pasado importa, es borrón y cuenta nueva, la razón allí desaparece, no hay conciencia de nada, pero cuando ya todo haya ocurrido el primero sufrirá tremendo guayabo y dirá “No bebo más” y el segundo, cierto tiempo después, estará inmerso en una gran decepción y entonces afirmará “No volveré a votar”.

No obstante, al pasar el tiempo, el rumbero totalmente recuperado se volverá a emborrachar, pero asimismo a enguayabar y arrepentirse de haber bebido demasiado, al punto que una vez más expresará “No bebo más”. El elector, después de unos tres años y tras olvidar los incumplimientos de su político, revivirá emociones y participará de nuevo, pero será víctima de otra enorme decepción y con impotencia por enésima ocasión gritará “Políticos embusteros, no vuelvo a creer en ustedes”. Como ven, es un ciclo que se repite y se repite y los problemas del pueblo siguen ahí.

Este símil es con el fin de reflexionar frente a las elecciones que se avecinan, para que no nos pase lo ocurrido con los dos actores antes mencionados. La solución es sencilla: votar a conciencia y no obedecer a las maquinarias de uno u otro bando, no seguir repitiendo el ciclo nocivo de emotividad, engaños y más engaños.

Es en las manos del elector primario que está la posibilidad de generar procesos de cambios, por eso es fundamental que salgan a votar todos aquellos que se marginan de las jornadas electorales y permiten que los que siempre lo hacen vuelvan a repetir el ciclo de lamentaciones aquí descrito.

No más abstencionismo, no más emotividad,  no más guayabos, no más decepciones, ahora la decisión tiene que ser con cabeza fría, hay que tomar partido pero de manera responsable. Esto tiene que cambiar, porque ya es el momento de modificar la respuesta al interrogante que reza: ¿para dónde va Chente…?

Sí, ya es hora de rebatir ese concepto que dice que “Chente camina para donde va la gente”. En este caso la gente son todos aquellos votantes que siguen a una candidatura sólo porque tiene mayores posibilidades de triunfo frente a los demás, porque ese candidato tiene poder económico, burocrático y político, allí no cuenta su perfil, sus capacidades ni mucho menos sus propuestas, “voto por él porque es el que va a ganar y yo no voy a perder mi voto”, dice el incauto.

Ya no se puede seguir votando como hace Chente, ahora hay que hacerlo es obedeciendo a la razón y a la mente. Por eso cuando usted esté allí en la intimidad del cubículo, con el tarjetón en la mano, no olvide esta reflexión. Ejerza ese inmenso poder que le da la Constitución Política Colombiana.

Por Oscar Martínez Ortiz

 

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