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Columnista - 24 febrero, 2019

En honor al comandante

Siempre he considerado que los reconocimientos a las personas que estimamos son únicamente sustantivos cuando el receptor se encuentra en vida. Por tal motivo, aprovecho la ocasión para hacer este simple homenaje a un ser querido que ha influenciado mi vida trascendentalmente. Lo hago porque su cariño y amor por mí y por mi familia […]

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Siempre he considerado que los reconocimientos a las personas que estimamos son únicamente sustantivos cuando el receptor se encuentra en vida. Por tal motivo, aprovecho la ocasión para hacer este simple homenaje a un ser querido que ha influenciado mi vida trascendentalmente. Lo hago porque su cariño y amor por mí y por mi familia siempre han sido libre de condiciones y prejuicios, pero lleno de enseñanzas, lecciones y disciplina.
Aristides Francisco López Guerra nació en un corregimiento de San Juan del Cesar llamado Caracolí (1925), en aquellas épocas donde el polvorín y el sudor del trabajo marcaban la piel del guajiro honrado. Su infancia fue regida por la disciplina impartida por su madre, quien le inculcó los valores y el talante necesarios para salir adelante.

Conoció el trabajo antes que la educación, caminando kilómetros por las trochas cercanas a la capital guajira, entre corregimientos y rancherías, comprando hojas de tabaco y llevándolas de contrabando a Riohacha para ayudar a su madre.

Aprendió a leer a los 11 años, en una escuela muy pobre, donde estudió hasta el tercer año, luego en el colegio La Divina Pastora, en la ciudad de Riohacha, mientras iniciaba su carrera en la iglesia católica como monaguillo hasta convertirse en sacristán. Educación religiosa que continuaría en Cartagena, donde estudiaría humanidades y luego en el Vicariato Apostólico de La Guajira, regentado por padres capuchinos europeos que enseñaban español, inglés y francés.

Fue en este lugar donde nació su amor por el idioma español, el cual se convirtió en su sustento al verse obligado a renunciar a su carrera religiosa por ser liberal en una época aún muy conservadora. Inició el estudio de la telegrafía en Bogotá, la cual llevó a Fundación, Aracataca y por último Urumita, haciéndose un hábito, el mejorar su lectura, escritura y más aún, su puntuación. Aprovechó su conocimiento para enseñar a los más jóvenes, dando clases de español en una escuela local, donde conocería a su futura esposa. El trabajo honrado, por lo que se ha caracterizado durante su vida, se encargaría de llevarlo por múltiples lugares, negociando mercancía venezolana y licor Roncaña, el cual le daría el apodo del ¨Comandante del buen sabor¨. No obstante llevando siempre como bandera los buenos modales, la honradez y la disciplina.

Aristides, en estos momentos te encuentras en tu cama, muy próximo a descansar de tan largo viaje, debilitado por el polvo del desierto guajiro, las piedras del camino y los desaires de algunas personas. Sin embargo, aún tienes la capacidad de trasmitirnos tu fortaleza cuando de vez en cuando abres los ojos, agarras nuestras manos y susurras lentamente nuestros nombres. Espero que el día que nuestro Señor decida llamarte a su diestra, te permita llevar contigo el Larousse que tanto te gusta y que te permita sentarte con San Pedro a discutir sobre comas y puntos. Mientras tanto, aprovecharé cada instante para agradecer por tu presencia en nuestras vidas y cuidar de Ochi y tu reinita.

Columnista
24 febrero, 2019

En honor al comandante

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Ivan Castro Lopez

Siempre he considerado que los reconocimientos a las personas que estimamos son únicamente sustantivos cuando el receptor se encuentra en vida. Por tal motivo, aprovecho la ocasión para hacer este simple homenaje a un ser querido que ha influenciado mi vida trascendentalmente. Lo hago porque su cariño y amor por mí y por mi familia […]


Siempre he considerado que los reconocimientos a las personas que estimamos son únicamente sustantivos cuando el receptor se encuentra en vida. Por tal motivo, aprovecho la ocasión para hacer este simple homenaje a un ser querido que ha influenciado mi vida trascendentalmente. Lo hago porque su cariño y amor por mí y por mi familia siempre han sido libre de condiciones y prejuicios, pero lleno de enseñanzas, lecciones y disciplina.
Aristides Francisco López Guerra nació en un corregimiento de San Juan del Cesar llamado Caracolí (1925), en aquellas épocas donde el polvorín y el sudor del trabajo marcaban la piel del guajiro honrado. Su infancia fue regida por la disciplina impartida por su madre, quien le inculcó los valores y el talante necesarios para salir adelante.

Conoció el trabajo antes que la educación, caminando kilómetros por las trochas cercanas a la capital guajira, entre corregimientos y rancherías, comprando hojas de tabaco y llevándolas de contrabando a Riohacha para ayudar a su madre.

Aprendió a leer a los 11 años, en una escuela muy pobre, donde estudió hasta el tercer año, luego en el colegio La Divina Pastora, en la ciudad de Riohacha, mientras iniciaba su carrera en la iglesia católica como monaguillo hasta convertirse en sacristán. Educación religiosa que continuaría en Cartagena, donde estudiaría humanidades y luego en el Vicariato Apostólico de La Guajira, regentado por padres capuchinos europeos que enseñaban español, inglés y francés.

Fue en este lugar donde nació su amor por el idioma español, el cual se convirtió en su sustento al verse obligado a renunciar a su carrera religiosa por ser liberal en una época aún muy conservadora. Inició el estudio de la telegrafía en Bogotá, la cual llevó a Fundación, Aracataca y por último Urumita, haciéndose un hábito, el mejorar su lectura, escritura y más aún, su puntuación. Aprovechó su conocimiento para enseñar a los más jóvenes, dando clases de español en una escuela local, donde conocería a su futura esposa. El trabajo honrado, por lo que se ha caracterizado durante su vida, se encargaría de llevarlo por múltiples lugares, negociando mercancía venezolana y licor Roncaña, el cual le daría el apodo del ¨Comandante del buen sabor¨. No obstante llevando siempre como bandera los buenos modales, la honradez y la disciplina.

Aristides, en estos momentos te encuentras en tu cama, muy próximo a descansar de tan largo viaje, debilitado por el polvo del desierto guajiro, las piedras del camino y los desaires de algunas personas. Sin embargo, aún tienes la capacidad de trasmitirnos tu fortaleza cuando de vez en cuando abres los ojos, agarras nuestras manos y susurras lentamente nuestros nombres. Espero que el día que nuestro Señor decida llamarte a su diestra, te permita llevar contigo el Larousse que tanto te gusta y que te permita sentarte con San Pedro a discutir sobre comas y puntos. Mientras tanto, aprovecharé cada instante para agradecer por tu presencia en nuestras vidas y cuidar de Ochi y tu reinita.