Por: Raúl Bermúdez Márquez
No es santo de mi devoción, pero Henry Kissinger, secretario de Estado norteamericano durante los mandatos de Richard Nixon y Gerald Ford, acuñó algunas frases que quedaron para la historia. Por ejemplo, en alguna entrevista cuando el periodista le cuestionó su larga permanencia en el segundo cargo de Norteamérica, se salió por la tangente con esta afirmación: “lo que pasa es que el poder es el último afrodisíaco”.
La traigo a colación porque la historia universal desde siglos inmemoriales es pródiga en corroborar esa apreciación. Sin embargo, no daría el espacio de esta columna para remontarnos mucho tiempo atrás. Me referiré a la historia actual, comenzando como es obvio por la situación del oriente medio. El pueblo árabe, como los ciudadanos de Europa del Este en la década de los 80, han gritado ¡basta! y hartos de la pobreza, la corrupción y la falta de democracia han tomado multitudinariamente las calles de Túnez, Egipto, Libia, Argelia, Marruecos, Yemen, Jordania, o Barein.
En Libia, país en el que los medios masivos centran su atención hoy, Muamar al Gadafi lleva en el poder desde 1969, tras un golpe de Estado. Es el más longevo de los dictadores en África y está convencido de sus dotes de divinidad. En Egipto, Hosni Mubarak, 30 años en el poder, acaba de ser derrocado tras las revueltas de febrero pasado. En Túnez. Zine Ben Alí, nombrado primer ministro por el presidente Burguiba en octubre de 1986, fue confirmado en las elecciones de abril de 1989, en las que fue reelegido por el 99% de los sufragios, aunque era el único candidato; venció de nuevo en los comicios de marzo de 1994 y en el mes de mayo de 2002 convocó un referéndum constitucional que le permitió optar a dos nuevos mandatos y le otorgó inmunidad penal vitalicia.
En Barein, Hamad al Khalifa, desde el año 1978; pasó a ser el máximo mandatario del Yemen reunificado a partir de 1990 y es después de Gadafi el mandatario de un país árabe que ha permanecido más tiempo en el poder. Por los lados de Argelia, Abdel Aziz Buteflika preside la República desde 1999 y ha vuelto a ser reelegido. Mohamed VI, es rey de Marruecos desde que accediera al trono en julio de 1999, al fallecer su predecesor, su padre Hassan II. Es el decimoctavo monarca de la dinastía alauí, que reina en Marruecos desde 1666, y de acuerdo con la Constitución ostenta además el cargo de líder religioso de los fieles. En Jordania el rey Abdalá II subió al trono el 7 de febrero de 1999 justo después de la muerte de su padre. Poco antes de su fallecimiento, el monarca Hussein lo había nombrado príncipe sucesor el 24 de enero, reemplazando en esta posición a Hasán bin Talal, el hermano de Hussein que ostentaba ese cargo desde 1965.
Latinoamérica, no ha escapado al irresistible encanto del poder. El récord lo posée Antonio López de Santa Anna: en sus 11 presidencias en México, perdió Texas, Arizona, Colorado y California. En Paraguay, un militar de origen Alemán, Alfredo Stroessner, ejerció una cruel dictadura durante 35 años. Fidel Castro en Cuba, por poco no completó en el 2008 los 50 años de ejercicio en el poder desde 1959. Hugo Chávez en Venezuela lleva una docena de años en la presidencia y de manera franca reconoce que todavía hay Chávez para mucho rato. Álvaro Uribe en Colombia no logró la segunda reelección porque la Corte Constitucional se paró en la raya. Rafael Correa en el Ecuador, no oculta sus intenciones de reelegirse para otro período. En fin, el poder como sugirió Kissinger, parece tener un atractivo afrodisiaco que en ocasiones ni siquiera la posibilidad de retirarse a disfrutar tranquilamente de las fortunas amasadas puede desterrar. Si no, que lo diga Kadafi, a quien los bancos estadounidenses le congelaron 30 mil millones de dólares, pero prefiere seguir aferrado a las mieles del poder, aun a costa de su propia vida. Pareciera que la vida de algunos tiene su razón de ser en el poder.
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