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El tigre de Becerril

EL TINAJERO

Por: José Atuesta Mindiola
En Colombia existe una legislación ambiental que propende por la  protección y conservación del ambiente y la biodiversidad. Nadie debe promover las cacerías y las matanzas de tigres ni de ningún otro animal, tampoco la muerte de los árboles; pero la vida y la protección del ser humano, está por encima de la vida de otras especies.
Hemos visto en varias ocasiones, cómo a  las entidades que les corresponde ejercer el cumplimiento de las leyes ambientalistas, autorizan la muerte de un árbol, que es manso e inofensivo, cuando por cuestiones de deterioro o de crecimiento exagerado está en riesgo de caerse y pone en peligro la vida de seres humanos o el derrumbe de una casa. Si un tigre, que es una fiera salvaje, que mata para alimentarse, merodea un lugar y pone en peligro la vida de seres humanos; es un caso extremo, y no hay que esperar a que devore el cuerpo de un niño, de un anciano o de una mujer embarazada, para eliminarlo.
En estos días, un tigre ronda por  los montes de Becerril matando chivos, cerdos  y sembrando el miedo  en la zona. Es una situación que preocupa a los habitantes de esa región, porque al denunciar por un medio radial de la ciudad de Valledupar, la presencia del animal y pedir protección para la vida de sus familiares y vecinos,  la respuesta del director de Corpocesar, es que la responsabilidad es de los seres humanos que le han invadido el hábitat natural, y han extinguido las especies silvestres que les servían de sustento, por eso el tigre se ve obligado  a cazar chivos y cerdos, pero no se le puede matar y deben de esperar a que llegue una comisión especializada para capturar al animal y enviarlo a un sitio de seguridad.
Desde que el ser humano existe,  ha tenido que luchar para sobrevivir. Su afinidad por el consumo de carne lo ha convertido en cazador, y aprendió a domesticar especies para criarlas, matarlas y consumirlas. Para cultivar tuvo que colonizar la tierra, derrumbar montañas, erradicar las especies consideradas peligrosas y dañinas. Hace sesenta años, nuestra región tenía pocos habitantes y eran abundantes las montañas vírgenes, los hombres de campo tuvieron que vencer el miedo para eliminar o ahuyentar las serpientes que pululaban en los matorrales. Y qué decir de los zancudos, en las regiones tropicales eran las barreras naturales contra los colonos y los colonizadores, sus picaduras trasmitían las enfermedades mortales de paludismo y fiebre amarilla. En ese momento, a ningún funcionario del Ministerio de Salud, se le ocurrió decir que el ser humano había invadido el hábitat natural de los zancudos, por eso estos animales para sobrevivir se defendían atacándolo. Se hicieron campañas masivas de fumigaciones para erradicarlos y promovieron acciones pedagógicas para controlar los reservorios que sirven de criaderos.
Y esto del tigre, no es nuevo en la zona, en la memoria cultural de la región hay dos sucesos musicales que tienen relación con la presencia de estos felinos. El primero es el canto de 1952 del maestro Rafael Escalona: Óiganlo roncá / por la serranía/ es el tigre de “Las Marías” / que anda por Casacará….
El segundo, “La danza del tigre” que es un homenaje a Inocencio “Chencho”  Flores, el último  cazador de tigre en las montañas de Mariangola,  que desde  la  década de 1940 se hizo famoso en el caserío. El autor de la danza, es de quien esto escribe: Despierta bella aurora / saluda a los cazadores/ que viva, Mariangola/ la tierra de Chencho Flores…
Y termino con estos versos: El tigre lleva en la piel los barrotes de su jaula, por eso sabe que su final puede estar en un circo o bajo la mirada certera de un cazador.

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