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Columnista - 27 octubre, 2020

El sueño de un mandatario

Cinco y treinta de la mañana. Los rayos del sol empiezan a entretejerse por la ventana y, a pesar de comenzar el día con un brillo esplendoroso, al encender la radio solo se escuchan noticias de coronavirus, desgobierno, crisis económica y los tantos problemas de siempre con que se mueve nuestro convulsionado país y en […]

Cinco y treinta de la mañana. Los rayos del sol empiezan a entretejerse por la ventana y, a pesar de comenzar el día con un brillo esplendoroso, al encender la radio solo se escuchan noticias de coronavirus, desgobierno, crisis económica y los tantos problemas de siempre con que se mueve nuestro convulsionado país y en esta imaginaria ciudad en la cual estoy soñando, las cosas no son diferente.

No me imagino lo difícil que debe ser para un mandatario lidiar con todo este escenario y desde luego convertirse en blanco de críticas ante las medidas tomadas en la pandemia, algunas con acierto y otras con un alto grado de inexperiencia y hasta soberbia, que se convierten en el insumo para los dimes y diretes de los confinados ciudadanos.

Y así, al salir y transitar la ciudad, le escucho comentar a un pintoresco personaje que los enormes huecos en las principales calles los podríamos aprovechar para realizar un rally o una carrera extrema; y es que desde luego hay que sacar lo mejor de lo peor de estos enormes cráteres en las deterioradas vías que parecen no tener arreglo.

De igual forma el desaseo se apodera de los andenes, la falta de cultura ciudadana se ha encargado de ensuciar a toda la ciudad. Algunos culpan a los carromuleros, pero lo más triste, es pensar que la basura no la arrojan los burros o las mulas sino alguien menos inteligente y mientras alguien lanza varias bolsas y desechos a la calle, exclama: “esta ciudad está falta de conciencia y autoridad”.

Siguiendo el recorrido, escucho de esquina a esquina que la inseguridad mató a confianza; robos y atracos están a la orden del día, los malhechores hacen de las suyas, la autoridad parece estar desarmada y literalmente ciega, porque a esta lamentable situación le cabe el nuevo dicho: “cámaras de seguridad que no ven, seguridad que no se siente”.

Así mismo con preocupación crece el desempleo, el rebusque en las calles toma fuerza y se observa como muchos salen a buscar el pan diario a pesar de las restricciones por el coronavirus, y es que el hambre no espera y las anunciadas ayudas son espejismos en el desierto. Para colmo de males hay muchos niños en estado de mendicidad, con un pasado no elegido, un triste presente y un futuro incierto.

Regresando, puedo observar a muchos profesionales de la salud protestando por las pocas garantías que les ofrecen, muchos llevan meses sin recibir sueldo, pasando toda esta tragedia en blanco; irónico color que representa la pureza y transparencia, pero también a los elefantes sinónimos de corrupción que adornan la ciudad.

Ya en casa más tranquilo miro con detalle las congestionadas redes sociales, donde muchos expresan su inconformidad; aprovecho y también mando un trino pidiendo gestión y soluciones a nuestro mandatario, pero parece que la orden es no aceptar críticas porque aparecen las bodegas de defensa, arremetiendo con cualquier cantidad de insultos; pero aun así sigo esperanzado en que todo sea una pesadilla y despertemos de esta difícil situación.

Cinco y treinta de la mañana, suena el despertador; me levanto y me doy cuenta que mi recorrido por la ciudad ha sido un sueño, que soy el verdadero mandatario de turno y me toca salir a enfrentar todos estos problemas que lastimosamente son solo algunos de nuestra triste realidad y que a veces me niego a enfrentar.

Columnista
27 octubre, 2020

El sueño de un mandatario

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Deivi Safady Safady

Cinco y treinta de la mañana. Los rayos del sol empiezan a entretejerse por la ventana y, a pesar de comenzar el día con un brillo esplendoroso, al encender la radio solo se escuchan noticias de coronavirus, desgobierno, crisis económica y los tantos problemas de siempre con que se mueve nuestro convulsionado país y en […]


Cinco y treinta de la mañana. Los rayos del sol empiezan a entretejerse por la ventana y, a pesar de comenzar el día con un brillo esplendoroso, al encender la radio solo se escuchan noticias de coronavirus, desgobierno, crisis económica y los tantos problemas de siempre con que se mueve nuestro convulsionado país y en esta imaginaria ciudad en la cual estoy soñando, las cosas no son diferente.

No me imagino lo difícil que debe ser para un mandatario lidiar con todo este escenario y desde luego convertirse en blanco de críticas ante las medidas tomadas en la pandemia, algunas con acierto y otras con un alto grado de inexperiencia y hasta soberbia, que se convierten en el insumo para los dimes y diretes de los confinados ciudadanos.

Y así, al salir y transitar la ciudad, le escucho comentar a un pintoresco personaje que los enormes huecos en las principales calles los podríamos aprovechar para realizar un rally o una carrera extrema; y es que desde luego hay que sacar lo mejor de lo peor de estos enormes cráteres en las deterioradas vías que parecen no tener arreglo.

De igual forma el desaseo se apodera de los andenes, la falta de cultura ciudadana se ha encargado de ensuciar a toda la ciudad. Algunos culpan a los carromuleros, pero lo más triste, es pensar que la basura no la arrojan los burros o las mulas sino alguien menos inteligente y mientras alguien lanza varias bolsas y desechos a la calle, exclama: “esta ciudad está falta de conciencia y autoridad”.

Siguiendo el recorrido, escucho de esquina a esquina que la inseguridad mató a confianza; robos y atracos están a la orden del día, los malhechores hacen de las suyas, la autoridad parece estar desarmada y literalmente ciega, porque a esta lamentable situación le cabe el nuevo dicho: “cámaras de seguridad que no ven, seguridad que no se siente”.

Así mismo con preocupación crece el desempleo, el rebusque en las calles toma fuerza y se observa como muchos salen a buscar el pan diario a pesar de las restricciones por el coronavirus, y es que el hambre no espera y las anunciadas ayudas son espejismos en el desierto. Para colmo de males hay muchos niños en estado de mendicidad, con un pasado no elegido, un triste presente y un futuro incierto.

Regresando, puedo observar a muchos profesionales de la salud protestando por las pocas garantías que les ofrecen, muchos llevan meses sin recibir sueldo, pasando toda esta tragedia en blanco; irónico color que representa la pureza y transparencia, pero también a los elefantes sinónimos de corrupción que adornan la ciudad.

Ya en casa más tranquilo miro con detalle las congestionadas redes sociales, donde muchos expresan su inconformidad; aprovecho y también mando un trino pidiendo gestión y soluciones a nuestro mandatario, pero parece que la orden es no aceptar críticas porque aparecen las bodegas de defensa, arremetiendo con cualquier cantidad de insultos; pero aun así sigo esperanzado en que todo sea una pesadilla y despertemos de esta difícil situación.

Cinco y treinta de la mañana, suena el despertador; me levanto y me doy cuenta que mi recorrido por la ciudad ha sido un sueño, que soy el verdadero mandatario de turno y me toca salir a enfrentar todos estos problemas que lastimosamente son solo algunos de nuestra triste realidad y que a veces me niego a enfrentar.