Se puede hacer un análisis político, jurídico, filosófico y humano sobre algún tema, sin tener conocimientos profundos sobre el arte en el manejo de una norma, mandamiento o modelo, y sin tener la capacidad intelectual ni conocimientos personales en ciertos temas.
Se puede hacer un análisis político, jurídico, filosófico y humano sobre algún tema, sin tener conocimientos profundos sobre el arte en el manejo de una norma, mandamiento o modelo, y sin tener la capacidad intelectual ni conocimientos personales en ciertos temas. Pero si se tiene una idea clara de lo que es el raciocinio, de los principios demócratas y de la sensatez que se produce y se resalta con la experiencia vivida, es posible hacerlo. Solemos decir: “Los años vividos, alguna sabiduría nos dejan cuando se ha aprendido a manejar los rigores del destino a través de las emociones”.
Ya lo decía Montesquieu: la moderación y el límite del poder solo se consiguen a través de la igualdad y el equilibrio, que solo ocurren con la separación de poderes en una democracia —entre el Ejecutivo, Legislativo y Judicial—. Solo así se excluye el abuso, y por lo tanto, la terrible tendencia a la autocracia, tan apetecida por los obsesivos del poder y las riquezas.
Desde el punto de vista político, la participación de los partidos enriquece los principios gubernamentales, y el respeto por las normas preestablecidas por consenso general los nutre de confianza.
Vivir en comunidad, respetar el pensamiento de los demás y refutarlo con altura conduce a la libertad universal que permite preservar la vida.
La relación entre corazón y cerebro, entre corazón y pensamiento, entre cuerpo y alma —hablando explícitamente—, cuando se confunden con la empatía bajo el manejo de las emociones, es cuando aparece el espíritu, infusión divina, que nos aleja del odio y nos permite saborear la libertad y la sensación de placer y conformidad con la forma de lograr una vida plausible y regida por las conductas establecidas por el hombre para el hombre.
Qué interesante es leer a Montesquieu sobre la esencia del Espíritu de las leyes y, desde una perspectiva filosófica y humana, analizar su defensa de la libertad a través del equilibrio del poder. No concibe las leyes como normas impuestas arbitrariamente, sino como expresiones del espíritu de los pueblos, moldeadas por su historia, geografía, religión, economía y costumbres.
La ley, en su interpretación y contenido, debe armonizar con la naturaleza humana, que tiende tanto a la razón como a la corrupción, si el poder no se limita.
En ingeniería de suelos existe una verdad que no necesita demostración: “El suelo varía de sitio en sitio”, por lo tanto, hay que establecer diseños localizados. En la vida política, el poder y las normas deben estar condicionados a cada región, a cada comunidad, a sus costumbres, etnias, religiones, cultura y necesidades de vida, pero siempre bajo el pensamiento general de la libertad, esa que limita al poder bajo restricciones que deben estar condicionadas por la igualdad, el equilibrio y el respeto por la naturaleza misma de cada entorno.
Filosóficamente, la teoría de la separación de poderes —legislativo, ejecutivo y judicial— alimenta la democracia, pues la división no busca solo eficacia gubernamental, sino salvaguardar la libertad individual. Cuando el poder se concentra, advierte Montesquieu, nace la tiranía. En cambio, el equilibrio previene el abuso y protege la dignidad humana.
Humanamente, la moderación y el respeto por la diversidad cultural y política implican que no hay una única forma válida de gobierno, sino que cada sociedad debe encontrar su equilibrio según su “espíritu”.
He aquí, señor Presidente, una reflexión de fondo sobre cómo vivir en comunidad sin avasallar al otro, y cómo construir leyes que respeten la complejidad humana en lugar de oprimirla.
Como en la ingeniería de suelos, en política social, cuando el pensamiento varía de sitio en sitio, la ley debe acomodarse al sentimiento particular de cada región, no al libre albedrío, ni mucho menos a los desvaríos del representante del poder general.
Ahora, el país de los colombianos no tiene tendencias a las derechas e izquierdas desmedidas: todos queremos regirnos por el espíritu de las leyes que verdaderamente nos representen y mantengan nuestra dignidad de pueblos decentes, fuertes pero sensibles socialmente.
Por: Fausto Cotes N.
Se puede hacer un análisis político, jurídico, filosófico y humano sobre algún tema, sin tener conocimientos profundos sobre el arte en el manejo de una norma, mandamiento o modelo, y sin tener la capacidad intelectual ni conocimientos personales en ciertos temas.
Se puede hacer un análisis político, jurídico, filosófico y humano sobre algún tema, sin tener conocimientos profundos sobre el arte en el manejo de una norma, mandamiento o modelo, y sin tener la capacidad intelectual ni conocimientos personales en ciertos temas. Pero si se tiene una idea clara de lo que es el raciocinio, de los principios demócratas y de la sensatez que se produce y se resalta con la experiencia vivida, es posible hacerlo. Solemos decir: “Los años vividos, alguna sabiduría nos dejan cuando se ha aprendido a manejar los rigores del destino a través de las emociones”.
Ya lo decía Montesquieu: la moderación y el límite del poder solo se consiguen a través de la igualdad y el equilibrio, que solo ocurren con la separación de poderes en una democracia —entre el Ejecutivo, Legislativo y Judicial—. Solo así se excluye el abuso, y por lo tanto, la terrible tendencia a la autocracia, tan apetecida por los obsesivos del poder y las riquezas.
Desde el punto de vista político, la participación de los partidos enriquece los principios gubernamentales, y el respeto por las normas preestablecidas por consenso general los nutre de confianza.
Vivir en comunidad, respetar el pensamiento de los demás y refutarlo con altura conduce a la libertad universal que permite preservar la vida.
La relación entre corazón y cerebro, entre corazón y pensamiento, entre cuerpo y alma —hablando explícitamente—, cuando se confunden con la empatía bajo el manejo de las emociones, es cuando aparece el espíritu, infusión divina, que nos aleja del odio y nos permite saborear la libertad y la sensación de placer y conformidad con la forma de lograr una vida plausible y regida por las conductas establecidas por el hombre para el hombre.
Qué interesante es leer a Montesquieu sobre la esencia del Espíritu de las leyes y, desde una perspectiva filosófica y humana, analizar su defensa de la libertad a través del equilibrio del poder. No concibe las leyes como normas impuestas arbitrariamente, sino como expresiones del espíritu de los pueblos, moldeadas por su historia, geografía, religión, economía y costumbres.
La ley, en su interpretación y contenido, debe armonizar con la naturaleza humana, que tiende tanto a la razón como a la corrupción, si el poder no se limita.
En ingeniería de suelos existe una verdad que no necesita demostración: “El suelo varía de sitio en sitio”, por lo tanto, hay que establecer diseños localizados. En la vida política, el poder y las normas deben estar condicionados a cada región, a cada comunidad, a sus costumbres, etnias, religiones, cultura y necesidades de vida, pero siempre bajo el pensamiento general de la libertad, esa que limita al poder bajo restricciones que deben estar condicionadas por la igualdad, el equilibrio y el respeto por la naturaleza misma de cada entorno.
Filosóficamente, la teoría de la separación de poderes —legislativo, ejecutivo y judicial— alimenta la democracia, pues la división no busca solo eficacia gubernamental, sino salvaguardar la libertad individual. Cuando el poder se concentra, advierte Montesquieu, nace la tiranía. En cambio, el equilibrio previene el abuso y protege la dignidad humana.
Humanamente, la moderación y el respeto por la diversidad cultural y política implican que no hay una única forma válida de gobierno, sino que cada sociedad debe encontrar su equilibrio según su “espíritu”.
He aquí, señor Presidente, una reflexión de fondo sobre cómo vivir en comunidad sin avasallar al otro, y cómo construir leyes que respeten la complejidad humana en lugar de oprimirla.
Como en la ingeniería de suelos, en política social, cuando el pensamiento varía de sitio en sitio, la ley debe acomodarse al sentimiento particular de cada región, no al libre albedrío, ni mucho menos a los desvaríos del representante del poder general.
Ahora, el país de los colombianos no tiene tendencias a las derechas e izquierdas desmedidas: todos queremos regirnos por el espíritu de las leyes que verdaderamente nos representen y mantengan nuestra dignidad de pueblos decentes, fuertes pero sensibles socialmente.
Por: Fausto Cotes N.