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Columnista - 17 enero, 2020

El poder de una mentira

“Pero nosotros esperábamos que él fuera el que había de redimir a Israel”. San Lucas 24,21 Hay mentiras que, a fuerza de repetirlas, nuestra mente las acepta como verdades. Dos de los discípulos iban hacia una aldea cercana llamada Emaús, caminaban tristes y cabizbajos por los acontecimientos últimos de la muerte de Jesús. Discutían entre […]

“Pero nosotros esperábamos que él fuera el que había de redimir a Israel”. San Lucas 24,21

Hay mentiras que, a fuerza de repetirlas, nuestra mente las acepta como verdades.

Dos de los discípulos iban hacia una aldea cercana llamada Emaús, caminaban tristes y cabizbajos por los acontecimientos últimos de la muerte de Jesús. Discutían entre ellos y una y otra vez revisaban los detalles de los anteriores días. Miraban la tragedia de la cruz desde todos los ángulos; tratando, además, de encontrar una explicación que hiciera más llevadero su dolor y decepción. La tristeza se había apoderado de sus corazones de manera absoluta.

Pero… ¿Por qué estaban tristes? ¡Porque creían que Cristo estaba muerto! Y sumado a esa tragedia, en un confuso hecho, las mujeres aseguraban que lo había visto. ¿Cómo podía ser verdad aquello? Ciertamente, todo el mundo había sido testigo de su crucifixión y sepultura.

La verdad versus la mentira es que Cristo no estaba muerto. ¡Había resucitado! ¡Estaba vivo!

Él les había anunciado que le era necesario padecer y morir, pero, que al tercer día resucitaría y algunas mujeres ya habían visto el cumplimiento de esa promesa. Pero, las pesadas emociones que ellos experimentaban no les permitía ver la realidad. ¡Estaban atados por el poder de una mentira!

El poder de la mentira era tan fuerte que, incluso cuando Jesús les comenzó a explicar la Palabra, el mismo poder de la Palabra no pudo romper la fortaleza del engaño. Comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían.

Los discípulos estaban tan desanimados y tristes que ni siquiera tenían confianza para recibir aquella Palabra de verdad que tenía el poder para hacerlos libre de la mentira y llenar sus atribulados corazones de paz.

Cuán grande debe haber sido su sorpresa cundo llegaron a donde iban y convidaron al nuevo acompañante a quedarse con ellos y lo vieron partir el pan; entonces, les fueron abiertos sus ojos y lo reconocieron. ¡Que tremenda alegría saber que la persona que les enseñó las Escrituras no era otro que el Mesías mismo!

Queridos amigos, culturalmente vivimos sufriendo por mentiras, agobiados por el temor de cosas que no han pasado y que seguramente no pasarán, dando crédito a palabras negativas y aceptando como reales situaciones que solo están en el imaginario. Jesús prometió que, conoceríamos la verdad y que ella nos haría libres. Pero, además, afirmó que él era el camino, la verdad y la vida.

Nuestros pensamientos engendran sentimientos y estos a su vez engendran acciones. Los pensamientos tienen una enorme influencia sobre nuestras emociones y comportamientos. Así, pues, debemos ser implacables con todo pensamiento que no se ajusta a la verdad de Dios. San Pablo nos recomienda que, llevemos cautivo todo pensamiento hacia la obediencia a Cristo.

Corolario: Digámonos la verdad, vivamos en la verdad. Sepamos distinguir la verdad de las mentiras y vivamos una vida plena en la verdad de Dios. Recordemos que, es en el estudio metódico y sistemático de las Escrituras como podremos encontrar la verdad de Dios que nos hará vivir la verdad verdadera de todas las cosas.

Abrazos y bendiciones abundantes.

Columnista
17 enero, 2020

El poder de una mentira

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Valerio Mejía Araújo

“Pero nosotros esperábamos que él fuera el que había de redimir a Israel”. San Lucas 24,21 Hay mentiras que, a fuerza de repetirlas, nuestra mente las acepta como verdades. Dos de los discípulos iban hacia una aldea cercana llamada Emaús, caminaban tristes y cabizbajos por los acontecimientos últimos de la muerte de Jesús. Discutían entre […]


“Pero nosotros esperábamos que él fuera el que había de redimir a Israel”. San Lucas 24,21

Hay mentiras que, a fuerza de repetirlas, nuestra mente las acepta como verdades.

Dos de los discípulos iban hacia una aldea cercana llamada Emaús, caminaban tristes y cabizbajos por los acontecimientos últimos de la muerte de Jesús. Discutían entre ellos y una y otra vez revisaban los detalles de los anteriores días. Miraban la tragedia de la cruz desde todos los ángulos; tratando, además, de encontrar una explicación que hiciera más llevadero su dolor y decepción. La tristeza se había apoderado de sus corazones de manera absoluta.

Pero… ¿Por qué estaban tristes? ¡Porque creían que Cristo estaba muerto! Y sumado a esa tragedia, en un confuso hecho, las mujeres aseguraban que lo había visto. ¿Cómo podía ser verdad aquello? Ciertamente, todo el mundo había sido testigo de su crucifixión y sepultura.

La verdad versus la mentira es que Cristo no estaba muerto. ¡Había resucitado! ¡Estaba vivo!

Él les había anunciado que le era necesario padecer y morir, pero, que al tercer día resucitaría y algunas mujeres ya habían visto el cumplimiento de esa promesa. Pero, las pesadas emociones que ellos experimentaban no les permitía ver la realidad. ¡Estaban atados por el poder de una mentira!

El poder de la mentira era tan fuerte que, incluso cuando Jesús les comenzó a explicar la Palabra, el mismo poder de la Palabra no pudo romper la fortaleza del engaño. Comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían.

Los discípulos estaban tan desanimados y tristes que ni siquiera tenían confianza para recibir aquella Palabra de verdad que tenía el poder para hacerlos libre de la mentira y llenar sus atribulados corazones de paz.

Cuán grande debe haber sido su sorpresa cundo llegaron a donde iban y convidaron al nuevo acompañante a quedarse con ellos y lo vieron partir el pan; entonces, les fueron abiertos sus ojos y lo reconocieron. ¡Que tremenda alegría saber que la persona que les enseñó las Escrituras no era otro que el Mesías mismo!

Queridos amigos, culturalmente vivimos sufriendo por mentiras, agobiados por el temor de cosas que no han pasado y que seguramente no pasarán, dando crédito a palabras negativas y aceptando como reales situaciones que solo están en el imaginario. Jesús prometió que, conoceríamos la verdad y que ella nos haría libres. Pero, además, afirmó que él era el camino, la verdad y la vida.

Nuestros pensamientos engendran sentimientos y estos a su vez engendran acciones. Los pensamientos tienen una enorme influencia sobre nuestras emociones y comportamientos. Así, pues, debemos ser implacables con todo pensamiento que no se ajusta a la verdad de Dios. San Pablo nos recomienda que, llevemos cautivo todo pensamiento hacia la obediencia a Cristo.

Corolario: Digámonos la verdad, vivamos en la verdad. Sepamos distinguir la verdad de las mentiras y vivamos una vida plena en la verdad de Dios. Recordemos que, es en el estudio metódico y sistemático de las Escrituras como podremos encontrar la verdad de Dios que nos hará vivir la verdad verdadera de todas las cosas.

Abrazos y bendiciones abundantes.