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Editorial - 23 enero, 2025

El peligro latente de los semovientes en las vías del Cesar

La escena se repite cada vez con más frecuencia: un vehículo -sea carro o moto- avanzando a alta velocidad por alguna carretera del Cesar, de repente, un animal sale de la oscuridad o de entre los arbustos, y en segundos se produce una tragedia.

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La escena se repite cada vez con más frecuencia: un vehículo -sea carro o moto- avanzando a alta velocidad por alguna carretera del Cesar, de repente, un animal sale de la oscuridad o de entre los arbustos, y en segundos se produce una tragedia. Los siniestros provocados por semovientes en las vías del departamento no son una novedad, pero su persistencia es alarmante y las consecuencias, cada vez más preocupantes. Este problema exige no solo reflexiones, sino acciones urgentes.

La problemática tiene varias aristas, pero converge en un mismo punto: la falta de responsabilidad compartida. Los dueños de los animales son los primeros responsables de garantizar que estos no accedan a las vías. El reconocido abogado Belisario Jiménez, quien sobrevivió a un accidente reciente al chocar con una vaca en la vía Codazzi-Casacará, señala que el mantenimiento de cercas es una medida lógica, pero vital. Sin embargo, no solo se trata de cercas. La ausencia de infraestructura vial adecuada, como señalización visible e iluminación suficiente, convierte a las carreteras en terrenos de riesgo permanente.
Los casos recientes son un reflejo de un problema que va más allá de incidentes aislados. En diciembre pasado, un joven perdió la vida en la vía Codazzi-San Diego tras colisionar con un semoviente. Semanas después, una pareja sufrió un accidente similar, con un saldo igualmente trágico. Incluso en zonas urbanas, como Chiriguaná, la falta de control permitió que una vaca embistiera a una mujer en su propio hogar. ¿Cuántas vidas más deben perderse para que esta situación se aborde con la seriedad que merece?

Más allá de la negligencia individual, existe una evidente falla institucional. Las carreteras del Cesar, muchas de ellas principales arterias de conexión regional, no cuentan con los estándares mínimos de seguridad. Señalización precaria, iluminación ausente y una supervisión insuficiente son una constante. Esto, sumado al desconocimiento o la indiferencia de los conductores frente a las señales de tránsito, agrava el riesgo.

Los entes municipales y departamentales deben actuar decididamente. No es solo sancionar a los dueños de semovientes que circulan sin control, como lo afirmó el secretario de Gobierno Municipal, Jorge Pérez. Las multas y sanciones deben ir acompañadas de un sistema de monitoreo permanente y preventivo. Equipos de vigilancia móvil, patrullajes nocturnos y retenes en puntos críticos podrían marcar la diferencia.

Por su parte, los propietarios de los semovientes deben comprometerse a asumir un rol activo y responsable. No basta con garantizar el mantenimiento de sus cercas, sino también implementar sistemas de identificación y monitoreo de sus animales. En este sentido, las asociaciones ganaderas y rurales podrían jugar un papel clave promoviendo buenas prácticas y colaborando con las autoridades.

Además, es crucial invertir en infraestructura. Las carreteras del Cesar necesitan mejoras sustanciales, desde señalización reflectiva que advierta sobre la posible presencia de animales, hasta iluminación en tramos estratégicos. Estas son medidas básicas que, aunque implican un costo inicial, resultan insignificantes frente a la pérdida de vidas humanas.

La seguridad vial es una responsabilidad compartida. Si bien las autoridades tienen la obligación de garantizar condiciones seguras en las carreteras, la ciudadanía también debe asumir su parte. Los conductores deben ser conscientes de los riesgos y manejar con precaución, especialmente en zonas rurales o con baja visibilidad. Las campañas de educación vial, tanto para conductores como para comunidades rurales, pueden desempeñar un papel transformador.

Finalmente, este problema debe ser una prioridad en la agenda pública. No se trata solo de evitar accidentes; se trata de construir un entorno donde la movilidad no sea una amenaza constante. Es hora de que los discursos se traduzcan en acciones concretas y sostenibles.

La presencia de semovientes en las vías del Cesar es un problema que trasciende lo anecdótico; es una cuestión de vida o muerte. Cada accidente es un recordatorio de la urgencia de actuar. Las vidas que se pierden en estas carreteras no son números; son historias truncadas, familias destrozadas y sueños interrumpidos.

El llamado es claro: autoridades, propietarios y ciudadanos deben unir esfuerzos para enfrentar esta problemática. La seguridad vial no es un lujo, es una necesidad básica. Solo con compromiso y colaboración podremos garantizar que las carreteras del Cesar sean caminos de vida, y no rutas hacia la tragedia.

Editorial
23 enero, 2025

El peligro latente de los semovientes en las vías del Cesar

La escena se repite cada vez con más frecuencia: un vehículo -sea carro o moto- avanzando a alta velocidad por alguna carretera del Cesar, de repente, un animal sale de la oscuridad o de entre los arbustos, y en segundos se produce una tragedia.


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La escena se repite cada vez con más frecuencia: un vehículo -sea carro o moto- avanzando a alta velocidad por alguna carretera del Cesar, de repente, un animal sale de la oscuridad o de entre los arbustos, y en segundos se produce una tragedia. Los siniestros provocados por semovientes en las vías del departamento no son una novedad, pero su persistencia es alarmante y las consecuencias, cada vez más preocupantes. Este problema exige no solo reflexiones, sino acciones urgentes.

La problemática tiene varias aristas, pero converge en un mismo punto: la falta de responsabilidad compartida. Los dueños de los animales son los primeros responsables de garantizar que estos no accedan a las vías. El reconocido abogado Belisario Jiménez, quien sobrevivió a un accidente reciente al chocar con una vaca en la vía Codazzi-Casacará, señala que el mantenimiento de cercas es una medida lógica, pero vital. Sin embargo, no solo se trata de cercas. La ausencia de infraestructura vial adecuada, como señalización visible e iluminación suficiente, convierte a las carreteras en terrenos de riesgo permanente.
Los casos recientes son un reflejo de un problema que va más allá de incidentes aislados. En diciembre pasado, un joven perdió la vida en la vía Codazzi-San Diego tras colisionar con un semoviente. Semanas después, una pareja sufrió un accidente similar, con un saldo igualmente trágico. Incluso en zonas urbanas, como Chiriguaná, la falta de control permitió que una vaca embistiera a una mujer en su propio hogar. ¿Cuántas vidas más deben perderse para que esta situación se aborde con la seriedad que merece?

Más allá de la negligencia individual, existe una evidente falla institucional. Las carreteras del Cesar, muchas de ellas principales arterias de conexión regional, no cuentan con los estándares mínimos de seguridad. Señalización precaria, iluminación ausente y una supervisión insuficiente son una constante. Esto, sumado al desconocimiento o la indiferencia de los conductores frente a las señales de tránsito, agrava el riesgo.

Los entes municipales y departamentales deben actuar decididamente. No es solo sancionar a los dueños de semovientes que circulan sin control, como lo afirmó el secretario de Gobierno Municipal, Jorge Pérez. Las multas y sanciones deben ir acompañadas de un sistema de monitoreo permanente y preventivo. Equipos de vigilancia móvil, patrullajes nocturnos y retenes en puntos críticos podrían marcar la diferencia.

Por su parte, los propietarios de los semovientes deben comprometerse a asumir un rol activo y responsable. No basta con garantizar el mantenimiento de sus cercas, sino también implementar sistemas de identificación y monitoreo de sus animales. En este sentido, las asociaciones ganaderas y rurales podrían jugar un papel clave promoviendo buenas prácticas y colaborando con las autoridades.

Además, es crucial invertir en infraestructura. Las carreteras del Cesar necesitan mejoras sustanciales, desde señalización reflectiva que advierta sobre la posible presencia de animales, hasta iluminación en tramos estratégicos. Estas son medidas básicas que, aunque implican un costo inicial, resultan insignificantes frente a la pérdida de vidas humanas.

La seguridad vial es una responsabilidad compartida. Si bien las autoridades tienen la obligación de garantizar condiciones seguras en las carreteras, la ciudadanía también debe asumir su parte. Los conductores deben ser conscientes de los riesgos y manejar con precaución, especialmente en zonas rurales o con baja visibilidad. Las campañas de educación vial, tanto para conductores como para comunidades rurales, pueden desempeñar un papel transformador.

Finalmente, este problema debe ser una prioridad en la agenda pública. No se trata solo de evitar accidentes; se trata de construir un entorno donde la movilidad no sea una amenaza constante. Es hora de que los discursos se traduzcan en acciones concretas y sostenibles.

La presencia de semovientes en las vías del Cesar es un problema que trasciende lo anecdótico; es una cuestión de vida o muerte. Cada accidente es un recordatorio de la urgencia de actuar. Las vidas que se pierden en estas carreteras no son números; son historias truncadas, familias destrozadas y sueños interrumpidos.

El llamado es claro: autoridades, propietarios y ciudadanos deben unir esfuerzos para enfrentar esta problemática. La seguridad vial no es un lujo, es una necesidad básica. Solo con compromiso y colaboración podremos garantizar que las carreteras del Cesar sean caminos de vida, y no rutas hacia la tragedia.