Por: JACOBO SOLANO CERCHIARO
El tema es sensible, la ola de escándalos en la Iglesia católica es aberrante, sucio y denigrante. Una investigación de Gary Tuchman titulada “Lo que el Papa sabía”, presentada esta semana por CNN, relata una historia de ignominias, oprobios, encubrimientos y silencios cómplices que salpican de manera directa al actual Papa, Joseph Ratzinger, quien conocía las denuncias por abuso sexual contra Lawrence Murphy en Wisconsin.
Durante 20 años este cura abusó y violó a 200 niños del Colegio St. John en la ciudad de Milwaukee, con un agravante: todos eran niños sordos. Considero insuficientes las palabras del pontífice “admito la vergüenza y humillación de la Iglesia católica junto a mi esperanza acerca de que el poder de la gracia de Cristo, sane las heridas y lleve paz a las víctimas, espero que la institución sea capaz de usar su acto de contrición para purificarse de los “pecados” de sus sacerdotes”. Un débil compromiso que refleja más un sentimiento de urgencia por aplacar un incendio que por hacerle frente y tomar medidas. No es con retórica que se soluciona el problema, los delitos sexuales del clero contra menores son hechos graves, disimulados y tolerados por las estructuras superiores eclesiásticas, incluyendo a las del Vaticano; y es necesario enmendarlos y castigarlos.
Esto no es una discusión de ateos o creyentes, ni tampoco está en juego la creencia en Dios y espero no ser excomulgado por mi opinión, mi creencia está por encima de sacerdotes y fanáticos, lo que está en juego es la dignidad humana que ha sido violentada por miembros de la institución, entre comillas, más respetable del mundo. Ante los dilemas éticos que se plantean, habría que investigar y profundizar sobre las causas; muchos emplean un Dios para esconder debilidades y temores personales. El celibato, encarcela en sus cuerpos, hombres de carne y hueso, con las mismas necesidades que los demás mortales, y por tanta represión buscan en el homosexualismo y la pedofilia, un camino de escape a su dura realidad. Deben revisar las posiciones respecto al aborto y el uso de condones para prevenir el sida, no estoy aconsejando nada en tal dirección, abrirse al debate y mirar lo que está ocurriendo en un mundo que cambió y que está más allá de la plaza de San Pedro.
Analicemos la visita del Papa a Gran Bretaña donde el tema generó indignación por la enorme magnitud del escándalo en la vecina Irlanda, donde informes del gobierno han detallado el abuso sistemático de niños en escuelas administradas por la Iglesia, es reprobable que violen a un niño en un colegio, y – peor aún- si lo hace un sacerdote; varones célibes que dan clases de ética y teóricamente, encargados de encauzar a los menores hacia la buenas costumbres.
Y Colombia no es inmune a la situación, el Tribunal Eclesiástico, le concedió la “presunción de inocencia” a un degenerado, el padre Efraín Rozo, luego de asumir ante las cámaras su delito de abuso de menores, entre ellos su sobrino, pero por presiones de la misma iglesia desmintió categóricamente lo que había afirmado. También hay curas que buscan relaciones clandestinas con mujeres y como consecuencia traen al mundo niños sin padre, como el Presidente de Paraguay, Fernando Lugo, un bandido que debería estar preso por inasistencia alimentaria; en su calidad de sacerdote embarazó mujeres sin hacerse responsable en lo absoluto.
Los escándalos de la iglesia no paran ahí, una reciente publicación revela que desde el banco del vaticano se están lavando dólares, sólo falta que aparezcan curas traquetos. No se trata de satanizar a nadie, ni generalizar, también hay curas buenos y decentes, pero se tiene que reflexionar para iniciar una depuración seria y un reconocimiento de sus culpas.
Incidentes como estos son apenas la punta del iceberg, en una institución autoritaria que parece seguir en la época de la inquisición y pretende amordazar toda voz crítica y cada día aleja más a los feligreses de la iglesia.
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