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Columnista - 2 noviembre, 2012

El Monito y Manaure

Por: JOSÉ M.  APONTE  MARTÍNEZ. “Pero los lunes se regresa todo lleno de tristeza, porque deja en la sabana ¡hombe! Tres monitos que lo llaman”. Fausto, Sarita y Sofía son los tres hijos del alma,  que Escalona en su nostalgia les canto con gran maestría” Para esa época, 1945, Manaure era un paraíso, ya había […]

Por: JOSÉ M.  APONTE  MARTÍNEZ.

“Pero los lunes se regresa todo lleno de tristeza, porque deja en la sabana ¡hombe! Tres monitos que lo llaman”.
Fausto, Sarita y Sofía son los tres hijos del alma,  que Escalona en su nostalgia les canto con gran maestría”
Para esa época, 1945, Manaure era un paraíso, ya había cachacos no desplazados por la violencia, que llegaron a cultivar la tierra que era lo que sabían hacer, entre ellos los Pachecos y los Reyes, a quienes tanto les debe esa población como también una cantidad de familias villanueveras que vieron en las serranías manaureras donde extender sus cultivos de café y pancoger, ya que en Villanueva no quedaba una hectárea desocupada.
Sus calles estaban vestidas de verde esperanza pues toda eran engramadas, la sabana era hermosa, al norte El Cerrito cubierto en invierno y primavera por espesa y jugosa yaragua, donde todo el mundo soltaba sus bestias a pastar; bañado por el rio del mismo nombre con sus famosos pozos La Danta y El Diablo, el agua todavía es helada y sin contaminación y el mejor “Mejoral” gratis para un guayabo. Al occidente, los cerritos del barrio La Guajira, cubiertos de guayabita agria, mortín, frutas silvestre y mamones y al sur las bellas sabanas, “las botinas sabanas manaureras”. Sus calles cambiaron el verde esperanza por el gris triste del cemento, pero su clima y su gente, cruces de santandereano y villanueveros son inigualables, bueno, joviales y trabajadores que han hecho que con orgullo se diga que Manaure es el Balcón del Cesar, a donde por muy buena carretera en menos de media hora se puede ir a pasar un día diferente, gozando de aire acondicionado gratis.
Pues bien, ahí en ese Manaure, nació un muchachito rosadito y bonito, pues todos los niños son lindos cuando están recién nacidos, el 31 de diciembre de 1944, al medio día, el Chiche le decían y todavía algunos amigos íntimos le decimos así, al hoy famoso ingeniero, constructor, urbanizador, poeta, exalcalde de Valledupar  y avezado jugador de dominó, con muchas mañas; sus papas, Alfonso Cotes Queruz y doña Carmen Núñez.
Poncho Cotes, no cabía en su cuerpo, pues por fin tenia un varón, ya que Sarita y Sofía, a pesar de adorarlas, no perpetuarían el apellido y  él quería era un hombre y eso en esa época solo se sabia cuando los niños nacían y se les veían la cosita.
Ese día, Andrés Becerra, su compadre, Chema Aponte, Chico y Lácides Daza, Lucho Pimienta, Hilario Añez y otros más brindaron por el nacimiento de Fausto, con un buen sancocho, pues en Manaure hacerlo era muy fácil con gallinas criollas, verduras y bastimento fresco, lógicamente bañado con abundante ron. Como a las tres de la tarde se oyó una nota acordeonera magistralmente interpretada en una cumbiamba, dos o tres cuadras arriba y mi padrino, Pocho Cotes al oír esa belleza paró el oído y con Andrés, pero con la resistencia de Chico y Lácides, que no gustaban del acordeón por plebe y que tocaban tiple y acordeón, llegaron a donde estaba el baile y preguntaron por el nombre del músico y le dijeron que era Emilianito, que a la postre tenia escasos treinta años. Ni corto ni perezoso entraron a la fiesta y se los pegaron y cuando Emiliano terminó de tocar la pieza, Andrés no se acuerda cual era, pero si se acuerda que Poncho Cotes saco un billete de a peso (valor de un novillo en esa época) y dobladito se lo metió al bolsillo de la camisa, lo felicitó lo abrazó una, dos y tres veces con euforia y casi que en un susurro le dijo: “cuando termine la cumbiamba lo espero allá abajo, me nació un hijo y tenemos una buena parranda y de pronto más tarde llegue Rafael Escalona, a quien me gustaría que conociera, yo también compongo, canto y parrandeo pues, interpreto muy bien la guitarra”.
Terminado el baile, Emiliano fue a dar a la casa de Poncho Cotes en donde ya la parranda estaba armada, pero los ánimos estaban caídos de oír tanto vals, boleros y baladas en guitarra y en un siantamen abrió el acordeón y tocó y fue la locura, pero Rafael no llegó ese día, y cuando le contaron con pelos y señales del milagro Emilianito, sin conocerlo  y en vista de la renuencia de Mile para bajar al pueblo, le compuso el paseo La Enfermad de Emiliano, según Andrés Becerra, el único icono del grupo vivo, fue la primera canción del Maestro, porque lo del profesor Castañeda fueron unos versos que no tuvieron trascendencia.

Columnista
2 noviembre, 2012

El Monito y Manaure

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
José M. Aponte Martínez

Por: JOSÉ M.  APONTE  MARTÍNEZ. “Pero los lunes se regresa todo lleno de tristeza, porque deja en la sabana ¡hombe! Tres monitos que lo llaman”. Fausto, Sarita y Sofía son los tres hijos del alma,  que Escalona en su nostalgia les canto con gran maestría” Para esa época, 1945, Manaure era un paraíso, ya había […]


Por: JOSÉ M.  APONTE  MARTÍNEZ.

“Pero los lunes se regresa todo lleno de tristeza, porque deja en la sabana ¡hombe! Tres monitos que lo llaman”.
Fausto, Sarita y Sofía son los tres hijos del alma,  que Escalona en su nostalgia les canto con gran maestría”
Para esa época, 1945, Manaure era un paraíso, ya había cachacos no desplazados por la violencia, que llegaron a cultivar la tierra que era lo que sabían hacer, entre ellos los Pachecos y los Reyes, a quienes tanto les debe esa población como también una cantidad de familias villanueveras que vieron en las serranías manaureras donde extender sus cultivos de café y pancoger, ya que en Villanueva no quedaba una hectárea desocupada.
Sus calles estaban vestidas de verde esperanza pues toda eran engramadas, la sabana era hermosa, al norte El Cerrito cubierto en invierno y primavera por espesa y jugosa yaragua, donde todo el mundo soltaba sus bestias a pastar; bañado por el rio del mismo nombre con sus famosos pozos La Danta y El Diablo, el agua todavía es helada y sin contaminación y el mejor “Mejoral” gratis para un guayabo. Al occidente, los cerritos del barrio La Guajira, cubiertos de guayabita agria, mortín, frutas silvestre y mamones y al sur las bellas sabanas, “las botinas sabanas manaureras”. Sus calles cambiaron el verde esperanza por el gris triste del cemento, pero su clima y su gente, cruces de santandereano y villanueveros son inigualables, bueno, joviales y trabajadores que han hecho que con orgullo se diga que Manaure es el Balcón del Cesar, a donde por muy buena carretera en menos de media hora se puede ir a pasar un día diferente, gozando de aire acondicionado gratis.
Pues bien, ahí en ese Manaure, nació un muchachito rosadito y bonito, pues todos los niños son lindos cuando están recién nacidos, el 31 de diciembre de 1944, al medio día, el Chiche le decían y todavía algunos amigos íntimos le decimos así, al hoy famoso ingeniero, constructor, urbanizador, poeta, exalcalde de Valledupar  y avezado jugador de dominó, con muchas mañas; sus papas, Alfonso Cotes Queruz y doña Carmen Núñez.
Poncho Cotes, no cabía en su cuerpo, pues por fin tenia un varón, ya que Sarita y Sofía, a pesar de adorarlas, no perpetuarían el apellido y  él quería era un hombre y eso en esa época solo se sabia cuando los niños nacían y se les veían la cosita.
Ese día, Andrés Becerra, su compadre, Chema Aponte, Chico y Lácides Daza, Lucho Pimienta, Hilario Añez y otros más brindaron por el nacimiento de Fausto, con un buen sancocho, pues en Manaure hacerlo era muy fácil con gallinas criollas, verduras y bastimento fresco, lógicamente bañado con abundante ron. Como a las tres de la tarde se oyó una nota acordeonera magistralmente interpretada en una cumbiamba, dos o tres cuadras arriba y mi padrino, Pocho Cotes al oír esa belleza paró el oído y con Andrés, pero con la resistencia de Chico y Lácides, que no gustaban del acordeón por plebe y que tocaban tiple y acordeón, llegaron a donde estaba el baile y preguntaron por el nombre del músico y le dijeron que era Emilianito, que a la postre tenia escasos treinta años. Ni corto ni perezoso entraron a la fiesta y se los pegaron y cuando Emiliano terminó de tocar la pieza, Andrés no se acuerda cual era, pero si se acuerda que Poncho Cotes saco un billete de a peso (valor de un novillo en esa época) y dobladito se lo metió al bolsillo de la camisa, lo felicitó lo abrazó una, dos y tres veces con euforia y casi que en un susurro le dijo: “cuando termine la cumbiamba lo espero allá abajo, me nació un hijo y tenemos una buena parranda y de pronto más tarde llegue Rafael Escalona, a quien me gustaría que conociera, yo también compongo, canto y parrandeo pues, interpreto muy bien la guitarra”.
Terminado el baile, Emiliano fue a dar a la casa de Poncho Cotes en donde ya la parranda estaba armada, pero los ánimos estaban caídos de oír tanto vals, boleros y baladas en guitarra y en un siantamen abrió el acordeón y tocó y fue la locura, pero Rafael no llegó ese día, y cuando le contaron con pelos y señales del milagro Emilianito, sin conocerlo  y en vista de la renuencia de Mile para bajar al pueblo, le compuso el paseo La Enfermad de Emiliano, según Andrés Becerra, el único icono del grupo vivo, fue la primera canción del Maestro, porque lo del profesor Castañeda fueron unos versos que no tuvieron trascendencia.