Esta intitulación podría ser asertiva y aquí la figuraré recordando dos mitos, que la imaginación penetrante de los antiguos griegos plasmó para la enseñanza de los hombres. Ahora, a propósito de la pandemia del Covid-19. El de Sísifo y el de Prometeo Encadenado, protagonistas utópicos, a quienes los dioses del Olimpo condenaron a castigos dramáticos […]
Esta intitulación podría ser asertiva y aquí la figuraré recordando dos mitos, que la imaginación penetrante de los antiguos griegos plasmó para la enseñanza de los hombres. Ahora, a propósito de la pandemia del Covid-19.
El de Sísifo y el de Prometeo Encadenado,
protagonistas utópicos, a quienes los dioses del Olimpo condenaron a castigos
dramáticos por desobedecer a sus mandatos.
El primero, a subir una peña sobre una montaña
de la que de ella siempre retornaba sin lograr la cúspide; el segundo, encadenado
por haber tratado de robar el fuego del conocimiento a los dioses y con ello su
libertad.
En ambas situaciones, sin embargo, persistía el
esfuerzo por la conquista de sus propósitos, y he aquí la grandeza del
ejercicio de la voluntad humana: la de Sísifo, por tratar de alcanzar la cumbre
y la de Prometeo, por querer conseguir la ciencia y la libertad.
Es esa la enseñanza moral de esos mitos. Los
griegos fueron eminentes pedagogos: primero a través de los mitos y luego, por
el uso de la razón, que es el origen del andar filosófico, fuente de la ciencia
especulativa.
No conquistar todo cuanto nos proponemos en la
vida, es humano, pero también lo es, el esfuerzo por tratar de lograrlo. De tal
manera, que las lecciones de aquellos mitos no son solo respecto del límite
humano, sino también del empeño por lograr el objetivo propuesto.
Por ejemplo, ya posamos nuestras plantas sobre
la superficie lunar y realizado varios viajes tripulados y sin tripulación,
enviado sondas exploratorias a los confines del espacio sideral, y establecidas
allí plataformas de observaciones científicas permanentes; todo lo cual nos ha
de garantizar la adquisición de vastos conocimientos en beneficio de la raza
humana, ¡y quiéralo Dios!
Justamente, cuántas victorias ganadas a las epidemias
y pandemias que han azotado al mundo desde tiempos inmemoriales hasta este
mismísimo angustiante presente con el Covid-19.
El otro día, la redacción de este periódico
logró una afortunada reseña de las muchas infecciones virales y bacteriales que
han sufrido los habitantes del planeta tierra.
Al respecto, yo quiero contraerme a la que se
considera más remota, la de la viruela, que data aproximadamente unos 10.000
años. A ella se refirió el médico Galeno, el de la ciudad de Pergamo, uno de
los padres de la medicina, también filósofo, quien consideró ser tal el origen
de la infección que llamó “La gran peste” de Roma, hacia los años 165 y algo
más, denominada también antonina, por haber ocurrido dentro del periodo de los
emperadores antoninos.
Después, saltuariamente, otras infecciones
diezmaron la población del imperio, y, sin duda, contribuyeron decididamente a
su derrumbe conjuntamente con las invasiones de los “bárbaros” hacia el año
476.
Pero la humanidad, como sus símbolos Sísifo y
Prometeo, con sus esfuerzos científicos y disciplina social, salió victoriosa
de esa hecatombe civil que costó millones de muertos, que ahora nos proponemos
ahorrar con mejores conocimientos científicos y avanzada tecnología y esmerado
comportamiento individual y comunitario, guardando las debidas cuarentenas que
las autoridades civiles y religiosas nos decreten.
Y por sobre todo, saldremos airosos preservando
el valor inestimable de la solidaridad, sin el cual desaparecen los fundantes
conceptos de persona humana, de familia y de sociedad.
Esta intitulación podría ser asertiva y aquí la figuraré recordando dos mitos, que la imaginación penetrante de los antiguos griegos plasmó para la enseñanza de los hombres. Ahora, a propósito de la pandemia del Covid-19. El de Sísifo y el de Prometeo Encadenado, protagonistas utópicos, a quienes los dioses del Olimpo condenaron a castigos dramáticos […]
Esta intitulación podría ser asertiva y aquí la figuraré recordando dos mitos, que la imaginación penetrante de los antiguos griegos plasmó para la enseñanza de los hombres. Ahora, a propósito de la pandemia del Covid-19.
El de Sísifo y el de Prometeo Encadenado,
protagonistas utópicos, a quienes los dioses del Olimpo condenaron a castigos
dramáticos por desobedecer a sus mandatos.
El primero, a subir una peña sobre una montaña
de la que de ella siempre retornaba sin lograr la cúspide; el segundo, encadenado
por haber tratado de robar el fuego del conocimiento a los dioses y con ello su
libertad.
En ambas situaciones, sin embargo, persistía el
esfuerzo por la conquista de sus propósitos, y he aquí la grandeza del
ejercicio de la voluntad humana: la de Sísifo, por tratar de alcanzar la cumbre
y la de Prometeo, por querer conseguir la ciencia y la libertad.
Es esa la enseñanza moral de esos mitos. Los
griegos fueron eminentes pedagogos: primero a través de los mitos y luego, por
el uso de la razón, que es el origen del andar filosófico, fuente de la ciencia
especulativa.
No conquistar todo cuanto nos proponemos en la
vida, es humano, pero también lo es, el esfuerzo por tratar de lograrlo. De tal
manera, que las lecciones de aquellos mitos no son solo respecto del límite
humano, sino también del empeño por lograr el objetivo propuesto.
Por ejemplo, ya posamos nuestras plantas sobre
la superficie lunar y realizado varios viajes tripulados y sin tripulación,
enviado sondas exploratorias a los confines del espacio sideral, y establecidas
allí plataformas de observaciones científicas permanentes; todo lo cual nos ha
de garantizar la adquisición de vastos conocimientos en beneficio de la raza
humana, ¡y quiéralo Dios!
Justamente, cuántas victorias ganadas a las epidemias
y pandemias que han azotado al mundo desde tiempos inmemoriales hasta este
mismísimo angustiante presente con el Covid-19.
El otro día, la redacción de este periódico
logró una afortunada reseña de las muchas infecciones virales y bacteriales que
han sufrido los habitantes del planeta tierra.
Al respecto, yo quiero contraerme a la que se
considera más remota, la de la viruela, que data aproximadamente unos 10.000
años. A ella se refirió el médico Galeno, el de la ciudad de Pergamo, uno de
los padres de la medicina, también filósofo, quien consideró ser tal el origen
de la infección que llamó “La gran peste” de Roma, hacia los años 165 y algo
más, denominada también antonina, por haber ocurrido dentro del periodo de los
emperadores antoninos.
Después, saltuariamente, otras infecciones
diezmaron la población del imperio, y, sin duda, contribuyeron decididamente a
su derrumbe conjuntamente con las invasiones de los “bárbaros” hacia el año
476.
Pero la humanidad, como sus símbolos Sísifo y
Prometeo, con sus esfuerzos científicos y disciplina social, salió victoriosa
de esa hecatombe civil que costó millones de muertos, que ahora nos proponemos
ahorrar con mejores conocimientos científicos y avanzada tecnología y esmerado
comportamiento individual y comunitario, guardando las debidas cuarentenas que
las autoridades civiles y religiosas nos decreten.
Y por sobre todo, saldremos airosos preservando
el valor inestimable de la solidaridad, sin el cual desaparecen los fundantes
conceptos de persona humana, de familia y de sociedad.