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El fundamentalismo, enemigo de la paz

Por: Luis Napoleón de Armas P

“¡Triste época la nuestra! Es más fácil desintegrar un átomo que romper un prejuicio”. A Einstein.
El desconocimiento, a veces deliberado, de las creencias, principios y costumbres de los demás, casi siempre termina en conflictos. Cuando alguien se cree dueño de la verdad revelada y desprecia el talante y la esencia de otras personas o instituciones, ya de por sí, deja de ser racional para convertirse en fundamentalista. Este pasa por encima de los que no lo secundan, es tierra arrasada; es autárquico y déspota; el terror es su mejor método, y las normas, ya consensuadas, son obstáculo para su quehacer. Esta modalidad de pensar y actuar genera un flujo recíproco de reacciones, que pueden convertirse en huracanes. La discriminación descarada y vergonzosa de los EE.UU frente al tercer mundo y – en especial- contra los que se encuentran bajo la égida del islamismo, ha venido construyendo la mecha de una guerra Santa que puede desequilibrar, aún más, la maltrecha geopolítica mundial. Por su parte, los musulmanes, árabes o no, de por sí, son verticales en sus convicciones religiosas. Para ellos, Mahomaes lo que la virgen María es para Alejandro Ordoñez; los islamitas pueden quemar banderas gringas y al Procurador le gustaría, tal vez, quemar a Mónica Roa y a Piedad Córdoba; ya se tienen referencias de que le gustan las fogatas. Por esta causa mística dan la vida y van a la guerra total, aunque no creo que el Procurador esté dispuesto a padecerla pero sí, a azuzarla. Los fundamentalistas de todo el orbe, son los enemigos primarios de la paz, en aras de unos seudo principios. Por eso, Carlos Marx dijo sabiamente: “las religiones son el opio del pueblo”. Ellos son como los poetas, de quienes se dice que prefieren sacrificar un mundo para pulir un verso. Cualquiera que sea el origen del fundamentalismo, es lo más peligroso para la paz; sus susceptibilidades los ponen del lado de la guerra. Por eso, el proceso que acaba de iniciar el gobierno Santos, es atacado por francotiradores, por todos los flancos de sus posibilidades. Lograr la paz en un país que, por más de 50 años, ha vivido en guerras permanentes, no es tarea fácil. Cuando en un conflicto cualquiera, se tenga la voluntad de romper ese prejuicio político y social, necesariamente se tendrán que hacer concesiones mutuas. Conciliar es ceder algo de lo que no quisiéramos dar, y recibir alhajas que la contraparte no quisiera ofrecer. Esta es una zona gris que asusta a más de un negociador y – sobre todo-, a los que están en el cuarto de al lado y en las galerías. Se supone que en las negociaciones ninguno de los actores ha sido vencido. Creo que nadie, dentro de un movimiento insurgente, así sea narco terrorista, negociaría solo para que lo metan preso y le quiten derechos políticos por los cuales inició peleando. Conseguir la paz en Colombia requiere de muchas fórmulas y ecuaciones solucionables y eficaces. Aquí son muchos los asuntos que están en juego, algunos endógenos, otros son meras externalidades pero con peso específico mayor que los otros temas. El ex presidente Gaviria ha dicho que si los EE.UU no cambian de estrategias para combatir el narcotráfico, nunca tendríamos la anhelada paz. Este elemento, que antes no era determinante, ahora se volvió principal. Ya los problemas de representatividad política y agrarios, no son tan relevantes. Y esa es la dialéctica social; metodológicamente se debe atacar el problema central y los demás, por sustracción de materia, desaparecerán.
Los que quieran parangonar la reinserción de los “paras” con la de la guerrilla, están errados; esta fue una decisión unilateral del Estado mafioso que formó cuadros de guerra para defender intereses particulares, agudizando el conflicto.

nadarpe@gmail.com

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