Publicidad
Categorías
Categorías
Columnista - 27 septiembre, 2022

El fanatismo

Es mejor aprender de las debilidades de otros que de las de uno mismo. Las de uno casi nunca te enseñan la verdad. Si limpiamos la mente cada día, nunca lucharemos contra el tiempo perdido y así lograremos que nuestras acciones siempre sean sanas, alejadas de los complejos obsesivos, de modo que, para evitar ratos […]

Es mejor aprender de las debilidades de otros que de las de uno mismo. Las de uno casi nunca te enseñan la verdad.

Si limpiamos la mente cada día, nunca lucharemos contra el tiempo perdido y así lograremos que nuestras acciones siempre sean sanas, alejadas de los complejos obsesivos, de modo que, para evitar ratos amargos solo debemos amarrarnos a la lucidez que en estos casos nos atará sin condiciones a la vida normal.

Un fanático es aquel que se entusiasma y engolosina con preocupación ciega por algo que en el fondo termina siendo su enemigo a través de los complejos que le ocasionan en el espíritu, y este atormentado, nunca sabe lo hace, piensa o dice. 

Las características de las personas con pensamiento fanático radican en tomar para si la verdad que no existe y nadie podrá cuestionarle en este aspecto pues cree sin restricciones ser dueño de ella, por encima de cualquiera, y no permite ser cuestionado por nada ni por nadie. No razona y no admite la más mínima controversia sobre lo que consideran dogmas infalibles.

Sentir pasión por algo es indudablemente muy positivo, reconfortante e incluso saludable, hasta que se convierte en una obsesión descontrolada que cuando lo permitimos caemos sin piedad en el fanatismo y este es inherente a la prepotencia y a la soberbia del hombre.

El fanatismo religioso solo admite a su Dios e irrespeta cualquier idea axiomática por practicar la suya y así, cuando salen de sus oraciones con golpes de pecho, maltratan a la sociedad, juegan con la pobreza y se convierten en los hipócritas del bien.

El fanatismo religioso fue y ha sido el responsable de miles y miles de muertes en la historia de la humanidad.

Otros tipos de fanatismo manejan muy bien los disfraces de la locura, muchas veces acompañados de alucinógenos, como algunos casos que últimamente se han presentado en nuestro medio en las actividades deportivas, que saltan a las canchas con la intención hasta de matar cuando los héroes de nuestras pasiones parecen no cumplir con su cometido, como sucedió recientemente con un prestigioso club futbolístico nacional.

No quisiera hablar del fanatismo político, el más falso de todos, sin antes recordar que ningún candidato con falsas ideologías merece ser defendido a capa y espada; más adelante con su triunfo consumado, no te reconocerá, ni será tu amigo pues estas serán sus estrategias para no prestar servicio alguno y le mantendrán alejado hasta las próximas elecciones. 

En casos extremos en los cuales el fanatismo supera la racionalidad, la ceguera que produce este apasionamiento puede llevar a que la persona fanática se comporte, en ocasiones, de manera irracional llevándole a extremos peligrosos.

No se puede perder el tiempo en controversias con las ideas fanáticas que nada tienen que ver con la verdad y la realidad, pues solo buscan la victoria de su fanatismo.

La tolerancia como valor humano nos abre el espíritu y destruye con una facilidad única el fanatismo que no es sino una idea desmedida que se alimenta de lo irracional.

Casi siempre los bandidos instruyen a los fanáticos y le dan la espada para la estocada final, quienes ciegos por sus obsesiones no perdonan ni siquiera la vida.

El fanatismo degrada la imaginación y tuerce el pensamiento que cuando por inercia quiere recuperar la realidad ya todo se ha perdido entonces se recurre al perdón como si nada hubiere pasado.

El fanatismo nace por la inseguridad sobre sí mismos, buscando una compensación en sus complejos sentimientos de inferioridad, características inherentes al mediocre.

Es el espíritu de contrariedad en cualquier actividad la fuente del fanatismo y cuando se incuba en el cerebro es el peor enemigo de la libertad. 

Columnista
27 septiembre, 2022

El fanatismo

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Fausto Cotes

Es mejor aprender de las debilidades de otros que de las de uno mismo. Las de uno casi nunca te enseñan la verdad. Si limpiamos la mente cada día, nunca lucharemos contra el tiempo perdido y así lograremos que nuestras acciones siempre sean sanas, alejadas de los complejos obsesivos, de modo que, para evitar ratos […]


Es mejor aprender de las debilidades de otros que de las de uno mismo. Las de uno casi nunca te enseñan la verdad.

Si limpiamos la mente cada día, nunca lucharemos contra el tiempo perdido y así lograremos que nuestras acciones siempre sean sanas, alejadas de los complejos obsesivos, de modo que, para evitar ratos amargos solo debemos amarrarnos a la lucidez que en estos casos nos atará sin condiciones a la vida normal.

Un fanático es aquel que se entusiasma y engolosina con preocupación ciega por algo que en el fondo termina siendo su enemigo a través de los complejos que le ocasionan en el espíritu, y este atormentado, nunca sabe lo hace, piensa o dice. 

Las características de las personas con pensamiento fanático radican en tomar para si la verdad que no existe y nadie podrá cuestionarle en este aspecto pues cree sin restricciones ser dueño de ella, por encima de cualquiera, y no permite ser cuestionado por nada ni por nadie. No razona y no admite la más mínima controversia sobre lo que consideran dogmas infalibles.

Sentir pasión por algo es indudablemente muy positivo, reconfortante e incluso saludable, hasta que se convierte en una obsesión descontrolada que cuando lo permitimos caemos sin piedad en el fanatismo y este es inherente a la prepotencia y a la soberbia del hombre.

El fanatismo religioso solo admite a su Dios e irrespeta cualquier idea axiomática por practicar la suya y así, cuando salen de sus oraciones con golpes de pecho, maltratan a la sociedad, juegan con la pobreza y se convierten en los hipócritas del bien.

El fanatismo religioso fue y ha sido el responsable de miles y miles de muertes en la historia de la humanidad.

Otros tipos de fanatismo manejan muy bien los disfraces de la locura, muchas veces acompañados de alucinógenos, como algunos casos que últimamente se han presentado en nuestro medio en las actividades deportivas, que saltan a las canchas con la intención hasta de matar cuando los héroes de nuestras pasiones parecen no cumplir con su cometido, como sucedió recientemente con un prestigioso club futbolístico nacional.

No quisiera hablar del fanatismo político, el más falso de todos, sin antes recordar que ningún candidato con falsas ideologías merece ser defendido a capa y espada; más adelante con su triunfo consumado, no te reconocerá, ni será tu amigo pues estas serán sus estrategias para no prestar servicio alguno y le mantendrán alejado hasta las próximas elecciones. 

En casos extremos en los cuales el fanatismo supera la racionalidad, la ceguera que produce este apasionamiento puede llevar a que la persona fanática se comporte, en ocasiones, de manera irracional llevándole a extremos peligrosos.

No se puede perder el tiempo en controversias con las ideas fanáticas que nada tienen que ver con la verdad y la realidad, pues solo buscan la victoria de su fanatismo.

La tolerancia como valor humano nos abre el espíritu y destruye con una facilidad única el fanatismo que no es sino una idea desmedida que se alimenta de lo irracional.

Casi siempre los bandidos instruyen a los fanáticos y le dan la espada para la estocada final, quienes ciegos por sus obsesiones no perdonan ni siquiera la vida.

El fanatismo degrada la imaginación y tuerce el pensamiento que cuando por inercia quiere recuperar la realidad ya todo se ha perdido entonces se recurre al perdón como si nada hubiere pasado.

El fanatismo nace por la inseguridad sobre sí mismos, buscando una compensación en sus complejos sentimientos de inferioridad, características inherentes al mediocre.

Es el espíritu de contrariedad en cualquier actividad la fuente del fanatismo y cuando se incuba en el cerebro es el peor enemigo de la libertad.