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Columnista - 29 julio, 2021

El extraño mundo de Colombia

Si Gabo viviera ya habría escrito Cien años de soledad II, ese mundo macondiano que es la república de Colombia, pero de doscientos años de soledad y oprobio, donde todo es para Ripley. El discurso de instalación de las nuevas sesiones del congreso, leído solo para su comité de aplausos, sin medios que lo reprodujeran, […]

Si Gabo viviera ya habría escrito Cien años de soledad II, ese mundo macondiano que es la república de Colombia, pero de doscientos años de soledad y oprobio, donde todo es para Ripley. El discurso de instalación de las nuevas sesiones del congreso, leído solo para su comité de aplausos, sin medios que lo reprodujeran, de espaldas al país, sin dignarse a escuchar el lejano eco de los que no le comparten sus maneras, fue cercano a lo sórdido, muy distante de las realidades que vive la Colombia diferente a la que manejan los órganos de poder.

Dio la impresión de que Duque no estuviera en Colombia sino en Suiza, un país paradisiaco, donde la observación de los derechos humanos es una religión, la democracia es plena y las condiciones de vida son insuperables. Leyó su discurso para una entidad cuyo grado de aceptación es el 14 %, no frente a Colombia, donde el 80 % de sus hijos no lo quiere.

 No le habló al país, no mencionó los abusos policiales ni habló de los 300 líderes sociales asesinados en los últimos dos años, ni de los más de 22 millones de pobres. Claro, él no conoce la Colombia profunda, esa que es siempre mancillada y olvidada; esa de las masacres, las represiones y las desapariciones forzadas de líderes sociales, reclamadores a quienes les han arrebatados sus tierras y a los que nunca ha querido atender; esa donde los hospitales públicos se cierran por falta de dinero y donde una mafia se enriquece con la alimentación de los niños, sin que nadie pague por ello, pese a que muchos de ellos mueren por desnutrición; esa patria donde los indicadores sociales nunca mejoran.

Tras su corto paso por la Sergio Arboleda, su paladín, nombre que enaltece a ese traficante de esclavos que fue, ese que contribuyó a que la población afro haya perdido sus derechos de por vida, como joven de bien pasó de inmediato a disfrutar de las canonjías de la burocracia internacional, en especial en los EE.UU, donde todo parece color de rosa; quizás nunca tuvo la oportunidad de ver a alguien en nuestras calles tratando de alimentarse en las canecas de basura, ni morir haciendo cola en los hospitales.

Después, ante la falta de perfil presidenciable en  las filas del CD, fue traído al país, aterrizando en el senado para hacer un cursillo de cuatro años que lo instrumentalizó para continuar con la tragedia de las mayorías, surtido un proceso electoral cuestionado e infiltrado por el narcotráfico, según información de medios.

En los procesos de producción, a uno le dicen que cuando a este lo alimentamos con basura, el producto es basura; esto también es válido para los procesos sociales y políticos. La instalación de las mesas directivas del Congreso fue un reto al decoro; dos descendientes de procesados penalmente son los presidentes de Senado y Cámara. El mensaje es claro, lo que importa es el poder no quien lo represente, el fin justifica los medios. El veto a la 2ª vicepresidencia del senado para Gustavo Bolívar es inédito, con la complicidad, según parece, del partido Verde, ese que hace de cola de león de Fajardo, y que le han dicho al país que es alternativo. Ver para creer y para contarlo, según dijo Gabo.     

Columnista
29 julio, 2021

El extraño mundo de Colombia

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Luis Napoleón de Armas P.

Si Gabo viviera ya habría escrito Cien años de soledad II, ese mundo macondiano que es la república de Colombia, pero de doscientos años de soledad y oprobio, donde todo es para Ripley. El discurso de instalación de las nuevas sesiones del congreso, leído solo para su comité de aplausos, sin medios que lo reprodujeran, […]


Si Gabo viviera ya habría escrito Cien años de soledad II, ese mundo macondiano que es la república de Colombia, pero de doscientos años de soledad y oprobio, donde todo es para Ripley. El discurso de instalación de las nuevas sesiones del congreso, leído solo para su comité de aplausos, sin medios que lo reprodujeran, de espaldas al país, sin dignarse a escuchar el lejano eco de los que no le comparten sus maneras, fue cercano a lo sórdido, muy distante de las realidades que vive la Colombia diferente a la que manejan los órganos de poder.

Dio la impresión de que Duque no estuviera en Colombia sino en Suiza, un país paradisiaco, donde la observación de los derechos humanos es una religión, la democracia es plena y las condiciones de vida son insuperables. Leyó su discurso para una entidad cuyo grado de aceptación es el 14 %, no frente a Colombia, donde el 80 % de sus hijos no lo quiere.

 No le habló al país, no mencionó los abusos policiales ni habló de los 300 líderes sociales asesinados en los últimos dos años, ni de los más de 22 millones de pobres. Claro, él no conoce la Colombia profunda, esa que es siempre mancillada y olvidada; esa de las masacres, las represiones y las desapariciones forzadas de líderes sociales, reclamadores a quienes les han arrebatados sus tierras y a los que nunca ha querido atender; esa donde los hospitales públicos se cierran por falta de dinero y donde una mafia se enriquece con la alimentación de los niños, sin que nadie pague por ello, pese a que muchos de ellos mueren por desnutrición; esa patria donde los indicadores sociales nunca mejoran.

Tras su corto paso por la Sergio Arboleda, su paladín, nombre que enaltece a ese traficante de esclavos que fue, ese que contribuyó a que la población afro haya perdido sus derechos de por vida, como joven de bien pasó de inmediato a disfrutar de las canonjías de la burocracia internacional, en especial en los EE.UU, donde todo parece color de rosa; quizás nunca tuvo la oportunidad de ver a alguien en nuestras calles tratando de alimentarse en las canecas de basura, ni morir haciendo cola en los hospitales.

Después, ante la falta de perfil presidenciable en  las filas del CD, fue traído al país, aterrizando en el senado para hacer un cursillo de cuatro años que lo instrumentalizó para continuar con la tragedia de las mayorías, surtido un proceso electoral cuestionado e infiltrado por el narcotráfico, según información de medios.

En los procesos de producción, a uno le dicen que cuando a este lo alimentamos con basura, el producto es basura; esto también es válido para los procesos sociales y políticos. La instalación de las mesas directivas del Congreso fue un reto al decoro; dos descendientes de procesados penalmente son los presidentes de Senado y Cámara. El mensaje es claro, lo que importa es el poder no quien lo represente, el fin justifica los medios. El veto a la 2ª vicepresidencia del senado para Gustavo Bolívar es inédito, con la complicidad, según parece, del partido Verde, ese que hace de cola de león de Fajardo, y que le han dicho al país que es alternativo. Ver para creer y para contarlo, según dijo Gabo.