El ser humano siempre requiere espacios para poder pensar y desligarse temporalmente de los objetos, de la tecnología y de las solemnidades. Es inevitable usar la tecnología, pero esto no quiere decir que nuestra racionalidad este determinada por ella. La inteligencia, el amor, la fraternidad y el respeto no se digitan. Necesitamos una mirada contemplativa […]
El ser humano siempre requiere espacios para poder pensar y desligarse temporalmente de los objetos, de la tecnología y de las solemnidades. Es inevitable usar la tecnología, pero esto no quiere decir que nuestra racionalidad este determinada por ella. La inteligencia, el amor, la fraternidad y el respeto no se digitan.
Necesitamos una mirada contemplativa y poética de la realidad, para disfrutar el estético placer de auscultar las bondades de nuestros seres queridos y percibir en los espejos de la memoria el camino de los años. En esos espejos están las imágenes de los padres que iluminaron nuestra infancia y con sus oraciones nos acercaron a la presencia de Dios.
También están el lugar sagrado donde nacimos, la escuela, la fantasía y las aspiraciones de la adolescencia, la dulce quimera de la novia juvenil y los amigos cómplices de travesuras.
Ahora en la madurez de la vida, la experiencia nos enseña a compartir las virtudes de la amistad y el amor. La amistad es empatía, confianza y comunicación para entender problemas y situaciones. Los amigos son una llovizna de sombra en los solitarios caminos de sequía, y por eso que cuando uno los nombra, enseguida el corazón es un río de epifanía.
Tener amigo es un privilegio que fortalece los sentimientos de solidaridad y vitalidad. Gabriel García Márquez, en varias ocasiones, dijo: “yo escribo para que mis amigos me quieran más”.
El amor es ensoñación de sentimientos que emergen de primavera en los jardines del alma. Sempiterna sonrisa de luz que vence los caminos de la sombra. El amor todo lo puede y nos induce a actuar bien en nuestra vida y con las personas que amamos. Además, nos lleva a tener una vida dinámica, laboriosa y de responsabilidad en la búsqueda de bienestar con nosotros mismos.
Los antiguos filósofos griegos definieron cuatro tipos de amor: El amor fraternal, comprometido y duradero. Generalmente este se cultiva a lo largo del tiempo y en muchos casos implica una relación de trabajo, de vecindad o afinidad laboral o artística o una coincidencia añeja con alguien más.
El segundo tipo. El amor filial, de la solidaridad, hermandad y amor por el prójimo. Es de la búsqueda del el bien común (desdoblándose en aspectos como el respeto, la gentileza y la cooperación). El tercero, el amor de la devoción por una deidad y por la naturaleza. Este tipo de sentimiento es la esencia espiritual del ser humano. El cuarto, es el amor erótico, detonado por la pasión y el impulso del deseo carnal.
Por José Atuesta Mindiola
El ser humano siempre requiere espacios para poder pensar y desligarse temporalmente de los objetos, de la tecnología y de las solemnidades. Es inevitable usar la tecnología, pero esto no quiere decir que nuestra racionalidad este determinada por ella. La inteligencia, el amor, la fraternidad y el respeto no se digitan. Necesitamos una mirada contemplativa […]
El ser humano siempre requiere espacios para poder pensar y desligarse temporalmente de los objetos, de la tecnología y de las solemnidades. Es inevitable usar la tecnología, pero esto no quiere decir que nuestra racionalidad este determinada por ella. La inteligencia, el amor, la fraternidad y el respeto no se digitan.
Necesitamos una mirada contemplativa y poética de la realidad, para disfrutar el estético placer de auscultar las bondades de nuestros seres queridos y percibir en los espejos de la memoria el camino de los años. En esos espejos están las imágenes de los padres que iluminaron nuestra infancia y con sus oraciones nos acercaron a la presencia de Dios.
También están el lugar sagrado donde nacimos, la escuela, la fantasía y las aspiraciones de la adolescencia, la dulce quimera de la novia juvenil y los amigos cómplices de travesuras.
Ahora en la madurez de la vida, la experiencia nos enseña a compartir las virtudes de la amistad y el amor. La amistad es empatía, confianza y comunicación para entender problemas y situaciones. Los amigos son una llovizna de sombra en los solitarios caminos de sequía, y por eso que cuando uno los nombra, enseguida el corazón es un río de epifanía.
Tener amigo es un privilegio que fortalece los sentimientos de solidaridad y vitalidad. Gabriel García Márquez, en varias ocasiones, dijo: “yo escribo para que mis amigos me quieran más”.
El amor es ensoñación de sentimientos que emergen de primavera en los jardines del alma. Sempiterna sonrisa de luz que vence los caminos de la sombra. El amor todo lo puede y nos induce a actuar bien en nuestra vida y con las personas que amamos. Además, nos lleva a tener una vida dinámica, laboriosa y de responsabilidad en la búsqueda de bienestar con nosotros mismos.
Los antiguos filósofos griegos definieron cuatro tipos de amor: El amor fraternal, comprometido y duradero. Generalmente este se cultiva a lo largo del tiempo y en muchos casos implica una relación de trabajo, de vecindad o afinidad laboral o artística o una coincidencia añeja con alguien más.
El segundo tipo. El amor filial, de la solidaridad, hermandad y amor por el prójimo. Es de la búsqueda del el bien común (desdoblándose en aspectos como el respeto, la gentileza y la cooperación). El tercero, el amor de la devoción por una deidad y por la naturaleza. Este tipo de sentimiento es la esencia espiritual del ser humano. El cuarto, es el amor erótico, detonado por la pasión y el impulso del deseo carnal.
Por José Atuesta Mindiola