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Crónica - 29 mayo, 2021

El diálogo socrático

Platón llevó a la Academia lo que se denominó el ‘Dialogo Socrático’, que era el método de Sócrates en sus discusiones, y consistía en lo que hemos visto, hacerse más preguntas que obtener repuestas.

El método socrático, generar preguntas más que respuestas.
El método socrático, generar preguntas más que respuestas.

Son muchos los filósofos e historiadores que se han ocupado en dar a conocer la vida y obra de Sócrates. Recogiendo lo que han dicho algunos de ellos me propongo trasmitirle un aspecto interesante del “Tábano” de Atenas. Se trata del método empleado en sus conversaciones filosóficas, bautizado por sus discípulos como ‘Diálogo socrático’. 

Igualmente, son muchos los autores que a Sócrates lo han comparado con Jesús, entre otras similitudes han encontrado: primero, la influencia histórica de ambos cuando ejercieron su actividad en un espacio y un tiempo determinado (una pequeña ciudad o en un país) repercutiendo en la historia del mundo; segundo, tuvieron muy pocos discípulos; y tercero, los dos fueron ágrafos, no escribieron nada. Sobre ellos se tienen testimonios. En cuanto a Sócrates existen las Memorables de Jenofonte y los Diálogos de Platón; y sobre Jesús existen los Evangelios. Pero a pesar de ello se ha considerado que es muy difícil saber con certeza lo que fueron históricamente el uno y el otro.

Ahora, después de la muerte de Sócrates, sus discípulos fundan escuelas para transmitir su pensamiento, existiendo entre ellas más diferencias que la de los primeros cristianos. Ello hace -por supuesto- difícil saber sobre la verdadera actitud socrática.

ESCUELAS

Ya sabemos que Sócrates fue el inspirador, entre otros, de Antístenes –Escuela Cínica– que preconizaba la austeridad; Aristipo –Escuela de Cirene o hedonistas–, que preconizaba la acumulación de placeres; Euclides –Escuela de Megara–, celebre por la dialéctica; y Platón, que fue el verdadero triunfador para la historia, por dos razones: la una, por el valor literario que le dio a los Diálogos, y la otra, porque la escuela que fundó, llamada ‘La Academia’, perduró por muchos siglos haciendo sobrevivir los Diálogos.

 Allí en la Academia pudieron ser desarrollados, pero también es posible que hubiese sido deformada su doctrina. Al parecer sobre ello no hay mucha claridad, y ello es un inconveniente para tener una real idea de Sócrates, máxime cuando todas las obras que produjeron las escuelas “Socráticas” no sobrevivieron, ni siquiera se conservaron todos los Diálogos donde Sócrates se encontraba en escena dialogando con su interlocutor.

Los discípulos de Sócrates pusieron de moda como género literario los llamados ‘Diálogos Socráticos’, de ahí que no se deba pensar que fue un invento de Platón. La forma como Sócrates conducía las reuniones con sus conciudadanos le causó impresión a sus discípulos, que le dieron vida a esa figura literaria, que consistía en un discurso no basado en preguntas y respuestas, sino en el papel de personaje central del diálogo asignado a Sócrates como interrogador.

Hay quienes han encontrado en la obra de los ‘Diálogos’ de Platón una relación muy sui generis entre el autor y Sócrates, porque Platón casi nunca se pone en escena en la discusión entre los interlocutores, tal vez en pocos momentos, de ahí que resulte difícil saber o distinguir cuál es la parte socrática y cual la platónica.

 Por todas las anteriores consideraciones es que después de la muerte de Sócrates, algunos autores hablen, no del Sócrates histórico sino de la figura mítica.

Platón en su ‘Apología de Sócrates’ reconstruye el discurso ante los jueces durante el proceso en que fue condenado y dice que uno de sus amigos, Querefón, le preguntó al oráculo de Delfos si había alguien más sabio que Sócrates y el oráculo le contestó que nadie era más sabio que Sócrates. Con esa respuesta, Sócrates se lanza a huronear si aquellas personas dueños de la sabiduría -de acuerdo con la tradición griega-, hombres de Estado, poetas y artesanos, entre otros, sabían más que él. En su indagación, Sócrates se da cuenta que todas esas personas creían saberlo todo y no sabían nada.

Lea también: Los cínicos: “No me tapes el sol”

 Y concluye, que si él es el más sabio es porque por su parte no cree saber lo que no sabe. Lo que el oráculo quiso decir es que el más sabio de los seres humanos es “aquel que sabe que no vale nada en lo que se refiere al saber”. “El filósofo no sabe nada y es consciente de su no saber”, esa es la definición de filosofo que le da Platón en su libro ‘El Banquete’.

Su trabajo es entonces hacer que los demás hombres tomen conciencia de su propio no saber y lleva su tarea con la actitud de alguien que no sabe nada, es decir la del ingenuo. Esa es la famosa “Ironía Socrática”, la ignorancia fingida, en donde indaga para saber si alguien era más sabio que él.

 Era la actitud de Sócrates, si alguien le preguntaba se hacía -perdóneseme la expresión– el bobo, el que no sabía, o realizaba alguna otra actuación, pero no respondía. Por eso, dice Aristóteles, que Sócrates en las discusiones siempre posa de interrogador porque “confiesa no saber nada”, y Cicerón dice que Sócrates le “concedía más de lo necesario a los interlocutores que quería refutar”. 

Sócrates pensaba una cosa y decía otra, se complacía en utilizar casi siempre este disimulo que los griegos llaman ironía. Esa actitud se podría pensar que era preconcebida, pero no era tal, era una forma de humor, donde Sócrates no se toma en serio, y tampoco a los demás, porque todo lo que es humano y aun todo lo que es filosófico, dicen los filósofos, es algo muy inseguro, muy dudoso. Decía Aristóteles: “El ignorante afirma, el sabio duda y reflexiona”.

El filósofo francés Pierre Hadot -autor de varias obras sobre Filosofía Antigua– dice que se trata de una revolución del saber, y que Sócrates se dirige a los profanos, pero en especial a los que están convencidos por su cultura de poseer el saber. 

Señala que hasta Sócrates había habido dos clases de personajes de este tipo; por una parte, los aristócratas del saber, es decir los maestros de la sabiduría o de la verdad como Parménides o Heráclito, que oponían sus teorías a la ignorancia de la multitud; y por la otra, los demócratas del saber, que pretendían poder vender el saber a todo el mundo, es decir, los sofistas.

“Cuando Sócrates pretende que solo sabe una cosa, a saber, que no sabe nada, es pues porque rechaza la concepción tradicional del saber. Su método filosófico consistirá no en transmitir un saber, lo que equivaldría a contestar las preguntas de los discípulos, sino, por el contrario, a interrogar a los discípulos, porque él mismo no tiene nada que decirles, nada que enseñarles, en lo tocante al contenido teórico del saber. La Ironía socrática consiste en fingir querer aprender algo de su interlocutor para llevarlo a descubrir que no conoce nada en el campo en el que pretende ser sabio”

PREGUNTAS Y CUESTIONAMIENTOS

Sócrates lleva a su interlocutor a que se examine, y como un tábano (insectos que atacan las partes descubiertas de sus víctimas), así lo llamaban en Atenas, atosiga a sus interlocutores con preguntas y más preguntas que los cuestionan, y que los obligan a preocuparse por ellos mismos.

Les dice Sócrates: “Mi buen amigo, siendo ateniense, de la ciudad más grande y más prestigiada en sabiduría y poder, ¿no te avergüenzas de preocuparte de cómo tendrás las mayores riquezas y la mayor fama y los mayores honores, y en cambio no te preocupas ni te interesas por la inteligencia, la verdad y por cómo tu alma va a ser lo mejor posible?” (Apología d-e).

El interlocutor después de haber conversado con Sócrates ya no sabe por qué actúa, es consciente de todas las contradicciones en que incurrió en su discurso, y comienza a dudar de sí mismo; es decir, llega al igual que el maestro, a saber que no sabe nada.

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Platón llevó a la Academia lo que se denominó el ‘Dialogo Socrático’, que era el método de Sócrates en sus discusiones, en sus interrogaciones, en sus ironías, y que además lo hacía por su propia manera de ser, por su modo de vida, y consistían en lo que hemos visto, hacerse más preguntas que obtener repuestas para que las mismas personas descubran no saber nada, e ir en busca de la verdad. Es la propia persona la que descubre el saber cuando lo ha investigado.

Carrillo también usó ese método de enseñanza en sus clases. El 13 de marzo de 1987, en un Seminario sobre ‘Hegel y la Pedagogía’ en la Universidad Pedagógica Nacional, dice que el Instituto de Filosofía había sido concebido, y así nació en la Universidad Nacional, como un Falansterio (allí solo acudirían los que querían cultivar la filosofía). 

Y agrega: “Mi idea fue la de propiciar una investigación mediante diálogos, conversaciones y conferencias, más o menos del tipo de la Academia Platónica, pero no la de una Institución para dar grados y poner a los estudiantes en situación de asistir a clases”

Comentan sus alumnos que el profesor Carrillo hacía una exposición sobre determinado problema filosófico, y después comenzaba su discusión a través de los llamados ‘Diálogos Socráticos’.

El profesor Carrillo, al igual que Sócrates, tenía buen humor y reía mucho –la percepción que se tiene es distinta-, no tanto como Demócrito, que lo hacía a carcajadas. Recuerdo una reunión en Valledupar, en casa de Genoveva Oñate, año 1976, en la cual se encontraba una treintena de familiares, entre ellos, su primo Chemita Carrillo, quien le comentó al filósofo que su hijo Hugo regresó a Valledupar con el título de médico y casado.

 El filósofo sonrió y de manera irónica propio de los socráticos le dijo: “Bueno, Chemita, te trajo dos títulos, el de médico y el matrimonial”. Fue un sarcasmo a lo matrimonial, propio de quienes están en desacuerdo con este sacramento.

Acerca de la filosofía antigua, y con ocasión de mi crónica pasada sobre ‘Los Cínicos’, el exdecano de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional, Evelio Daza, en un mensaje me dice: “Definitivamente recuerdo cuando el maestro Carrillo me insistía en la necesidad de volver a los orígenes del pensamiento griego”. El profesor de la Universidad Externado de Colombia, Gerardo Muñoz, exalumno de Carrillo, me dijo: “Más Platón y menos prozac”.

ADENDA:

A propósito de la situación política actual del país, el diálogo es la solución, no hay de otra.   Participarán en él todos los que se consideren afectados por las políticas gubernamentales y la pandemia. La discusión debe ser pública, todos los ciudadanos queremos ser garantes de posibles acuerdos. 

No a la relación de coerción, debe imperar el argumento más racional. El objetivo del diálogo político debe ser el entendimiento entre las partes y buscar un acuerdo basado en el bien común. En ‘La República’ de Platón, Sócrates dice que la mejor sociedad es aquella que está unida bajo el bien común. Por supuesto que la búsqueda de ese bien común se facilita más en una sociedad no polarizada. En las polarizadas el diálogo es más difícil, pero finalmente los bandos deben conciliarse.

Por: Carlos Elías Lúquez Carrillo

Crónica
29 mayo, 2021

El diálogo socrático

Platón llevó a la Academia lo que se denominó el ‘Dialogo Socrático’, que era el método de Sócrates en sus discusiones, y consistía en lo que hemos visto, hacerse más preguntas que obtener repuestas.


El método socrático, generar preguntas más que respuestas.
El método socrático, generar preguntas más que respuestas.

Son muchos los filósofos e historiadores que se han ocupado en dar a conocer la vida y obra de Sócrates. Recogiendo lo que han dicho algunos de ellos me propongo trasmitirle un aspecto interesante del “Tábano” de Atenas. Se trata del método empleado en sus conversaciones filosóficas, bautizado por sus discípulos como ‘Diálogo socrático’. 

Igualmente, son muchos los autores que a Sócrates lo han comparado con Jesús, entre otras similitudes han encontrado: primero, la influencia histórica de ambos cuando ejercieron su actividad en un espacio y un tiempo determinado (una pequeña ciudad o en un país) repercutiendo en la historia del mundo; segundo, tuvieron muy pocos discípulos; y tercero, los dos fueron ágrafos, no escribieron nada. Sobre ellos se tienen testimonios. En cuanto a Sócrates existen las Memorables de Jenofonte y los Diálogos de Platón; y sobre Jesús existen los Evangelios. Pero a pesar de ello se ha considerado que es muy difícil saber con certeza lo que fueron históricamente el uno y el otro.

Ahora, después de la muerte de Sócrates, sus discípulos fundan escuelas para transmitir su pensamiento, existiendo entre ellas más diferencias que la de los primeros cristianos. Ello hace -por supuesto- difícil saber sobre la verdadera actitud socrática.

ESCUELAS

Ya sabemos que Sócrates fue el inspirador, entre otros, de Antístenes –Escuela Cínica– que preconizaba la austeridad; Aristipo –Escuela de Cirene o hedonistas–, que preconizaba la acumulación de placeres; Euclides –Escuela de Megara–, celebre por la dialéctica; y Platón, que fue el verdadero triunfador para la historia, por dos razones: la una, por el valor literario que le dio a los Diálogos, y la otra, porque la escuela que fundó, llamada ‘La Academia’, perduró por muchos siglos haciendo sobrevivir los Diálogos.

 Allí en la Academia pudieron ser desarrollados, pero también es posible que hubiese sido deformada su doctrina. Al parecer sobre ello no hay mucha claridad, y ello es un inconveniente para tener una real idea de Sócrates, máxime cuando todas las obras que produjeron las escuelas “Socráticas” no sobrevivieron, ni siquiera se conservaron todos los Diálogos donde Sócrates se encontraba en escena dialogando con su interlocutor.

Los discípulos de Sócrates pusieron de moda como género literario los llamados ‘Diálogos Socráticos’, de ahí que no se deba pensar que fue un invento de Platón. La forma como Sócrates conducía las reuniones con sus conciudadanos le causó impresión a sus discípulos, que le dieron vida a esa figura literaria, que consistía en un discurso no basado en preguntas y respuestas, sino en el papel de personaje central del diálogo asignado a Sócrates como interrogador.

Hay quienes han encontrado en la obra de los ‘Diálogos’ de Platón una relación muy sui generis entre el autor y Sócrates, porque Platón casi nunca se pone en escena en la discusión entre los interlocutores, tal vez en pocos momentos, de ahí que resulte difícil saber o distinguir cuál es la parte socrática y cual la platónica.

 Por todas las anteriores consideraciones es que después de la muerte de Sócrates, algunos autores hablen, no del Sócrates histórico sino de la figura mítica.

Platón en su ‘Apología de Sócrates’ reconstruye el discurso ante los jueces durante el proceso en que fue condenado y dice que uno de sus amigos, Querefón, le preguntó al oráculo de Delfos si había alguien más sabio que Sócrates y el oráculo le contestó que nadie era más sabio que Sócrates. Con esa respuesta, Sócrates se lanza a huronear si aquellas personas dueños de la sabiduría -de acuerdo con la tradición griega-, hombres de Estado, poetas y artesanos, entre otros, sabían más que él. En su indagación, Sócrates se da cuenta que todas esas personas creían saberlo todo y no sabían nada.

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 Y concluye, que si él es el más sabio es porque por su parte no cree saber lo que no sabe. Lo que el oráculo quiso decir es que el más sabio de los seres humanos es “aquel que sabe que no vale nada en lo que se refiere al saber”. “El filósofo no sabe nada y es consciente de su no saber”, esa es la definición de filosofo que le da Platón en su libro ‘El Banquete’.

Su trabajo es entonces hacer que los demás hombres tomen conciencia de su propio no saber y lleva su tarea con la actitud de alguien que no sabe nada, es decir la del ingenuo. Esa es la famosa “Ironía Socrática”, la ignorancia fingida, en donde indaga para saber si alguien era más sabio que él.

 Era la actitud de Sócrates, si alguien le preguntaba se hacía -perdóneseme la expresión– el bobo, el que no sabía, o realizaba alguna otra actuación, pero no respondía. Por eso, dice Aristóteles, que Sócrates en las discusiones siempre posa de interrogador porque “confiesa no saber nada”, y Cicerón dice que Sócrates le “concedía más de lo necesario a los interlocutores que quería refutar”. 

Sócrates pensaba una cosa y decía otra, se complacía en utilizar casi siempre este disimulo que los griegos llaman ironía. Esa actitud se podría pensar que era preconcebida, pero no era tal, era una forma de humor, donde Sócrates no se toma en serio, y tampoco a los demás, porque todo lo que es humano y aun todo lo que es filosófico, dicen los filósofos, es algo muy inseguro, muy dudoso. Decía Aristóteles: “El ignorante afirma, el sabio duda y reflexiona”.

El filósofo francés Pierre Hadot -autor de varias obras sobre Filosofía Antigua– dice que se trata de una revolución del saber, y que Sócrates se dirige a los profanos, pero en especial a los que están convencidos por su cultura de poseer el saber. 

Señala que hasta Sócrates había habido dos clases de personajes de este tipo; por una parte, los aristócratas del saber, es decir los maestros de la sabiduría o de la verdad como Parménides o Heráclito, que oponían sus teorías a la ignorancia de la multitud; y por la otra, los demócratas del saber, que pretendían poder vender el saber a todo el mundo, es decir, los sofistas.

“Cuando Sócrates pretende que solo sabe una cosa, a saber, que no sabe nada, es pues porque rechaza la concepción tradicional del saber. Su método filosófico consistirá no en transmitir un saber, lo que equivaldría a contestar las preguntas de los discípulos, sino, por el contrario, a interrogar a los discípulos, porque él mismo no tiene nada que decirles, nada que enseñarles, en lo tocante al contenido teórico del saber. La Ironía socrática consiste en fingir querer aprender algo de su interlocutor para llevarlo a descubrir que no conoce nada en el campo en el que pretende ser sabio”

PREGUNTAS Y CUESTIONAMIENTOS

Sócrates lleva a su interlocutor a que se examine, y como un tábano (insectos que atacan las partes descubiertas de sus víctimas), así lo llamaban en Atenas, atosiga a sus interlocutores con preguntas y más preguntas que los cuestionan, y que los obligan a preocuparse por ellos mismos.

Les dice Sócrates: “Mi buen amigo, siendo ateniense, de la ciudad más grande y más prestigiada en sabiduría y poder, ¿no te avergüenzas de preocuparte de cómo tendrás las mayores riquezas y la mayor fama y los mayores honores, y en cambio no te preocupas ni te interesas por la inteligencia, la verdad y por cómo tu alma va a ser lo mejor posible?” (Apología d-e).

El interlocutor después de haber conversado con Sócrates ya no sabe por qué actúa, es consciente de todas las contradicciones en que incurrió en su discurso, y comienza a dudar de sí mismo; es decir, llega al igual que el maestro, a saber que no sabe nada.

Le puede interesar: El queso y los gusanos

Platón llevó a la Academia lo que se denominó el ‘Dialogo Socrático’, que era el método de Sócrates en sus discusiones, en sus interrogaciones, en sus ironías, y que además lo hacía por su propia manera de ser, por su modo de vida, y consistían en lo que hemos visto, hacerse más preguntas que obtener repuestas para que las mismas personas descubran no saber nada, e ir en busca de la verdad. Es la propia persona la que descubre el saber cuando lo ha investigado.

Carrillo también usó ese método de enseñanza en sus clases. El 13 de marzo de 1987, en un Seminario sobre ‘Hegel y la Pedagogía’ en la Universidad Pedagógica Nacional, dice que el Instituto de Filosofía había sido concebido, y así nació en la Universidad Nacional, como un Falansterio (allí solo acudirían los que querían cultivar la filosofía). 

Y agrega: “Mi idea fue la de propiciar una investigación mediante diálogos, conversaciones y conferencias, más o menos del tipo de la Academia Platónica, pero no la de una Institución para dar grados y poner a los estudiantes en situación de asistir a clases”

Comentan sus alumnos que el profesor Carrillo hacía una exposición sobre determinado problema filosófico, y después comenzaba su discusión a través de los llamados ‘Diálogos Socráticos’.

El profesor Carrillo, al igual que Sócrates, tenía buen humor y reía mucho –la percepción que se tiene es distinta-, no tanto como Demócrito, que lo hacía a carcajadas. Recuerdo una reunión en Valledupar, en casa de Genoveva Oñate, año 1976, en la cual se encontraba una treintena de familiares, entre ellos, su primo Chemita Carrillo, quien le comentó al filósofo que su hijo Hugo regresó a Valledupar con el título de médico y casado.

 El filósofo sonrió y de manera irónica propio de los socráticos le dijo: “Bueno, Chemita, te trajo dos títulos, el de médico y el matrimonial”. Fue un sarcasmo a lo matrimonial, propio de quienes están en desacuerdo con este sacramento.

Acerca de la filosofía antigua, y con ocasión de mi crónica pasada sobre ‘Los Cínicos’, el exdecano de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional, Evelio Daza, en un mensaje me dice: “Definitivamente recuerdo cuando el maestro Carrillo me insistía en la necesidad de volver a los orígenes del pensamiento griego”. El profesor de la Universidad Externado de Colombia, Gerardo Muñoz, exalumno de Carrillo, me dijo: “Más Platón y menos prozac”.

ADENDA:

A propósito de la situación política actual del país, el diálogo es la solución, no hay de otra.   Participarán en él todos los que se consideren afectados por las políticas gubernamentales y la pandemia. La discusión debe ser pública, todos los ciudadanos queremos ser garantes de posibles acuerdos. 

No a la relación de coerción, debe imperar el argumento más racional. El objetivo del diálogo político debe ser el entendimiento entre las partes y buscar un acuerdo basado en el bien común. En ‘La República’ de Platón, Sócrates dice que la mejor sociedad es aquella que está unida bajo el bien común. Por supuesto que la búsqueda de ese bien común se facilita más en una sociedad no polarizada. En las polarizadas el diálogo es más difícil, pero finalmente los bandos deben conciliarse.

Por: Carlos Elías Lúquez Carrillo