Publicidad
Categorías
Categorías
Columnista - 4 junio, 2025

El día que Dios se enamoró (final)

Habiendo sentenciado a su ángel de luz y a los demás dragones que lo seguían, a arrastrarse de ahora en adelante, el Gran Eterno cayó en una inmensa depresión.

Boton Wpp

Habiendo sentenciado a su ángel de luz y a los demás dragones que lo seguían, a arrastrarse de ahora en adelante, el Gran Eterno cayó en una inmensa depresión. No solo había perdido a su ángel favorito, sino también que la causa por la que lo había perdido aún seguía sin esclarecer. Aquella emoción e inquietud que sentía ante la presencia de algo que supera lo más divino que hasta él mismo pudiera imaginarse, seguía allá afuera. Ahora Él debía encargarse del asunto. 

Pasó días oculto entre bosques y desiertos, recorriendo el Paraíso como desandando sus pasos sin ni siquiera haberlo pisado alguna vez. Habiendo ya separado el día de la noche y amparado en la oscuridad de esta, se adormecía con el eco del murmullo de aquello que lo sobrecogía. Sabía que había hecho lo correcto, al final, Él era quien decidía qué era lo correcto o no. Nadie lo podía desobedecer y si no tomaba medidas desde el inicio de los tiempos toda su creación terminaría en un caos. Todos debían saber quién era y no permitiría sublevación de ningún ser creado por él.

Un día decidió descender por completo y se recostó sobre una verde y húmeda llanura. Intentó cerrar sus ojos que todo lo veían y aprovechando su propia oscuridad y silencio escuchó entonces el triste lamento de aquella creación divina haciendo que palpitara su espíritu y ocasionando un leve temblor en la llanura que se extendía en la distancia. Volcanes a lo lejos rugieron como leones silenciando al universo ante el despertar de su emoción. Era eso lo que lo inquietaba, ese algo inexplicable, ese algo hasta para él incomprensible. Entonces, abrió sus ojos y los divisó. Ella iba adelante y él la seguía. 

Los siguió durante días y noches enteras, persiguiendo sus pasos como si fueran sus presas. Cambió la dirección del viento para oler las lágrimas derramadas por ellos y sintió el sabor salado de las mismas. Sintió nostalgia, sintió tristeza, ¿podía sentir eso? Al menos eso creía. Los acariciaba con la brisa, los arrullaba con el sonido del mar que tenían enfrente. Cada ola que moría en la orilla era una canción de cuna dedicada a ellos, una pausa en su exilio y un alivio en su andar.

Él lloraba de vez en cuando al verlos vagar sin rumbo, aliviando sus almas con la lluvia caída de sus ojos, esparciendo su eterna melancolía, mitigando su propio dolor, porque también le dolía. Un dolor que entendió que causaba lo que había llamado amor. Tal vez seguiría siendo un misterio lo que sentía. ¿Cómo había nacido aquello? No lo sabía. Se pasaba días y noches examinando el cielo, la tierra, el presente y lo que había pasado desde el día que decidió crear todo. Se tenía así mismo muchas preguntas que permanecían sin respuestas. Se remontó hasta la noche de los tiempos, pero su origen era oscuro. Tal vez de ahí surgía todo. 

Recordó que en el comienzo no había más que cielo, un cielo vacío, unido con las aguas, recordó también a una bella diosa que un día descendió del cielo y se posó sobre las aguas y jugó con ellas mucho tiempo, aunque no existiese, y se durmió cansada sobre ellas. Su cabello flotaba a su alrededor mecido por el lento movimiento de las olas que creaba con los suspiros escapados de sus sueños. No sabía por qué le venía ese recuerdo, pero su agitación fue tan fuerte que ocasionó erupciones en la Tierra desplazando muchas de sus creaciones.

Tal vez debía reconsiderar el pensamiento de que su poder creador era exclusivo de él y ahora debía incluir que no hay creación sin alguna unión.    

Y volvió a mirarlos desde arriba. Entendió entonces que amaba tanto a los hombres y que a pesar de la desobediencia permitió que vivieran sus vidas, aunque con aflicciones y tristezas. Al fin y al cabo, qué es el amor, nostalgia concebida en armonía, la que aferra aquellas almas que se duermen en las aguas explayando los suspiros de los sueños, aunque éstos sean exclusivos del Creador.

Por: Jairo Mejía.

Columnista
4 junio, 2025

El día que Dios se enamoró (final)

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Jairo Mejía Cuello

Habiendo sentenciado a su ángel de luz y a los demás dragones que lo seguían, a arrastrarse de ahora en adelante, el Gran Eterno cayó en una inmensa depresión.


Habiendo sentenciado a su ángel de luz y a los demás dragones que lo seguían, a arrastrarse de ahora en adelante, el Gran Eterno cayó en una inmensa depresión. No solo había perdido a su ángel favorito, sino también que la causa por la que lo había perdido aún seguía sin esclarecer. Aquella emoción e inquietud que sentía ante la presencia de algo que supera lo más divino que hasta él mismo pudiera imaginarse, seguía allá afuera. Ahora Él debía encargarse del asunto. 

Pasó días oculto entre bosques y desiertos, recorriendo el Paraíso como desandando sus pasos sin ni siquiera haberlo pisado alguna vez. Habiendo ya separado el día de la noche y amparado en la oscuridad de esta, se adormecía con el eco del murmullo de aquello que lo sobrecogía. Sabía que había hecho lo correcto, al final, Él era quien decidía qué era lo correcto o no. Nadie lo podía desobedecer y si no tomaba medidas desde el inicio de los tiempos toda su creación terminaría en un caos. Todos debían saber quién era y no permitiría sublevación de ningún ser creado por él.

Un día decidió descender por completo y se recostó sobre una verde y húmeda llanura. Intentó cerrar sus ojos que todo lo veían y aprovechando su propia oscuridad y silencio escuchó entonces el triste lamento de aquella creación divina haciendo que palpitara su espíritu y ocasionando un leve temblor en la llanura que se extendía en la distancia. Volcanes a lo lejos rugieron como leones silenciando al universo ante el despertar de su emoción. Era eso lo que lo inquietaba, ese algo inexplicable, ese algo hasta para él incomprensible. Entonces, abrió sus ojos y los divisó. Ella iba adelante y él la seguía. 

Los siguió durante días y noches enteras, persiguiendo sus pasos como si fueran sus presas. Cambió la dirección del viento para oler las lágrimas derramadas por ellos y sintió el sabor salado de las mismas. Sintió nostalgia, sintió tristeza, ¿podía sentir eso? Al menos eso creía. Los acariciaba con la brisa, los arrullaba con el sonido del mar que tenían enfrente. Cada ola que moría en la orilla era una canción de cuna dedicada a ellos, una pausa en su exilio y un alivio en su andar.

Él lloraba de vez en cuando al verlos vagar sin rumbo, aliviando sus almas con la lluvia caída de sus ojos, esparciendo su eterna melancolía, mitigando su propio dolor, porque también le dolía. Un dolor que entendió que causaba lo que había llamado amor. Tal vez seguiría siendo un misterio lo que sentía. ¿Cómo había nacido aquello? No lo sabía. Se pasaba días y noches examinando el cielo, la tierra, el presente y lo que había pasado desde el día que decidió crear todo. Se tenía así mismo muchas preguntas que permanecían sin respuestas. Se remontó hasta la noche de los tiempos, pero su origen era oscuro. Tal vez de ahí surgía todo. 

Recordó que en el comienzo no había más que cielo, un cielo vacío, unido con las aguas, recordó también a una bella diosa que un día descendió del cielo y se posó sobre las aguas y jugó con ellas mucho tiempo, aunque no existiese, y se durmió cansada sobre ellas. Su cabello flotaba a su alrededor mecido por el lento movimiento de las olas que creaba con los suspiros escapados de sus sueños. No sabía por qué le venía ese recuerdo, pero su agitación fue tan fuerte que ocasionó erupciones en la Tierra desplazando muchas de sus creaciones.

Tal vez debía reconsiderar el pensamiento de que su poder creador era exclusivo de él y ahora debía incluir que no hay creación sin alguna unión.    

Y volvió a mirarlos desde arriba. Entendió entonces que amaba tanto a los hombres y que a pesar de la desobediencia permitió que vivieran sus vidas, aunque con aflicciones y tristezas. Al fin y al cabo, qué es el amor, nostalgia concebida en armonía, la que aferra aquellas almas que se duermen en las aguas explayando los suspiros de los sueños, aunque éstos sean exclusivos del Creador.

Por: Jairo Mejía.