No deja de ser una entelequia este enunciado, pero el proyecto de Acto Legislativo ya fue radicado en el Congreso de la República para que se establezca como un derecho fundamental consagrado en la Constitución Política.
Una entelequia es algo irreal, una fantasía, una quimera, por lo que hacer realidad la seguridad alimentaria para 815 millones de personas que padecen hambre en el mundo y 2.000 millones el flagelo de la desnutrición, según el Índice Global del Hambre, más que en un reto se convierte en ilusión.
Patético el caso de Uribia, Manaure y Riohacha en la Guajira, donde los niños wayúu buscan alimentos entre montañas de basuras.
Una reforma más a la Carta y otra norma reglamentaria que se le suma a los seis millones de leyes que rigen a Colombia, los suecos solo gobiernan con cuatro, lo que reafirma que cuando es más corrupto el Estado hay más leyes.
Entiende uno que son estrategias geopolíticas para hacer pedagogía como ocurre en Madrid (España), donde surgió el primer Diccionario de “Acción contra el hambre”, el cual contiene mil palabras.
En el nuevo lenguaje de este texto encontramos palabras como Ambristicio, de armisticio, que consiste en un acuerdo político para acabar el hambre; Tsuñami, de Tsunami, donación enorme de alimentos para que la gente no pase hambre; Gastronotuya, de gastronomía, arte de cocinar para los demás, u Overso, que es paliar la falta de comida con un exceso de poesía.
¡Pero imagínese!, hambre en medio de la pandemia provocada por el coronavirus es un detonante de inseguridad, tal y como lo expone Séneca: “El hambriento no razona, no le importa la justicia, ni escucha oraciones”, va a lo que va, a matar para sobrevivir.
Y en medio de tantos mensajes incoherentes aparece la reflexión del presidente de Uganda, Kaguta Museveni, desde el Africa: “Dios tiene mucho trabajo, tiene que cuidar a todo el Mundo”, en clara alusión a sus pares de Estados Unidos, Donald Trump y de Brasil, Jair Bolsonaro, quienes desafían al covid-19 y arriesgan la vida de la humanidad desacatando los protocolos de bioseguridad de la comunidad científica y la OMS (Organización Mundial de la Salud).
A esta altura la pandemia promedia las 700 mil muertes en el mundo, cifra insignificante en comparación con la peste negra o bubónica que mató a 200 millones de personas entre 1348 y 1350, o la gripe Española que diezmó a 40 millones en 1918, aunque Stalin describe una sola muerte como una tragedia. Subestimar el virus como lo han hecho el jefe de Estado Estadounidense y del gigante de América, configura una catástrofe.