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Columnista - 24 septiembre, 2020

El cartel de los sapos

Esas palabras de Andrés Salcedo que dan inicio a su inolvidable poema hecho canción: “Valledupar, edénico lugar que brilla bajo el cielo de la tierra mía,” son un recordatorio permanente de las cosas que los vallenatos -de nacimiento o de corazón- más amamos de nuestra tierra. Ese mismo sentimiento que nos permitía mantener sus calles […]

Esas palabras de Andrés Salcedo que dan inicio a su inolvidable poema hecho canción: “Valledupar, edénico lugar que brilla bajo el cielo de la tierra mía,” son un recordatorio permanente de las cosas que los vallenatos -de nacimiento o de corazón- más amamos de nuestra tierra. Ese mismo sentimiento que nos permitía mantener sus calles inmaculadas así eso significara tener que barrerlas nosotros mismos, el afecto que nos llena las tardes de anécdotas enriquecedoras sobre cómo se consiguieron obras, proyectos avances y beneficios que de otra manera eran impensables. Ese orgullo que nos cambió el pueblo por la ‘Sorpresa Caribe’.

¿Qué sucedió después de eso? ¿Qué nos llenó las calles de basuras, de heces de perros, de huecos y de historias que dan grima? Algunos lo llaman indiferencia social, otros politiquería y los más osados: vale… ismo. Podemos cambiar los tres puntos por varios complementos y ninguno es agradable, como no lo es todo lo que ellos implican. La ciudad dejó de dolernos, la ciudad comenzó a deshacerse en nuestras manos y nosotros, indolentes lo hemos permitido impávidos. Es más si le llamamos la atención al dueño del perro que se va sin recoger o al incivil que tira la basura en la calle lo más tierno que nos dicen es: “no sea sapo.” Si por algún ataque de civismo le recordamos al que nos invade la peatonal, al que se roba el semáforo en rojo o en fin a quien no respeta una señal, la respuesta por supuesto puede llegar a los calibres más grandes; peor aún poder ser no metafórico y sacan un revolver (que varios han usado en el pasado). A este nivel hemos llegado, o peor descendido.

Es posible que algunos amantes de la historia comenten que no han sido solo una o dos (como solo recordarán los más jóvenes) las veces en las cuales a través del voto osado e irreverente se han dado los cambios requeridos por el momento. Que Valledupar y el Cesar tienen un historial sólido de movimientos que por lo menos en las urnas han marcado el “No Más” que incitaba a lo que otros denominan revolución, y se han dado mandatos fuertes y soberanos que los recipientes últimos de los mismos han desechado por el drenaje del servilismo/utilitarismo personal ante la mirada atónita de los electores. Con el agravante de que esos mismos han terminado con unas fortunas súbitas de tan grandes proporciones que alcanza a cobijar a sus familiares y a algunos amigos de los que identifican como guardia pretoriana.

Es cierto que nos han decepcionado, es posible que otros más lo vuelvan a hacer; no obstante, toca persistir en el intento por encontrar funcionarios, dirigentes capaces y honestos; de aquellos que honraban los mandatos ciudadanos. Si alguno de ellos llegare a ser uno de nuestros amigos, mantengamos la vigencia del amor por nuestras instituciones, ciudad, departamento y recordémosle, o mejor exijámosle que nos devuelva una mejor gobernanza a la recibida. Seamos críticos, dejemos el comité de aplauso que tan flaco favor le ha hecho a nuestras instituciones, a nuestra democracia, ¡seamos sapos!

Columnista
24 septiembre, 2020

El cartel de los sapos

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Cenaida Alvis Barranco

Esas palabras de Andrés Salcedo que dan inicio a su inolvidable poema hecho canción: “Valledupar, edénico lugar que brilla bajo el cielo de la tierra mía,” son un recordatorio permanente de las cosas que los vallenatos -de nacimiento o de corazón- más amamos de nuestra tierra. Ese mismo sentimiento que nos permitía mantener sus calles […]


Esas palabras de Andrés Salcedo que dan inicio a su inolvidable poema hecho canción: “Valledupar, edénico lugar que brilla bajo el cielo de la tierra mía,” son un recordatorio permanente de las cosas que los vallenatos -de nacimiento o de corazón- más amamos de nuestra tierra. Ese mismo sentimiento que nos permitía mantener sus calles inmaculadas así eso significara tener que barrerlas nosotros mismos, el afecto que nos llena las tardes de anécdotas enriquecedoras sobre cómo se consiguieron obras, proyectos avances y beneficios que de otra manera eran impensables. Ese orgullo que nos cambió el pueblo por la ‘Sorpresa Caribe’.

¿Qué sucedió después de eso? ¿Qué nos llenó las calles de basuras, de heces de perros, de huecos y de historias que dan grima? Algunos lo llaman indiferencia social, otros politiquería y los más osados: vale… ismo. Podemos cambiar los tres puntos por varios complementos y ninguno es agradable, como no lo es todo lo que ellos implican. La ciudad dejó de dolernos, la ciudad comenzó a deshacerse en nuestras manos y nosotros, indolentes lo hemos permitido impávidos. Es más si le llamamos la atención al dueño del perro que se va sin recoger o al incivil que tira la basura en la calle lo más tierno que nos dicen es: “no sea sapo.” Si por algún ataque de civismo le recordamos al que nos invade la peatonal, al que se roba el semáforo en rojo o en fin a quien no respeta una señal, la respuesta por supuesto puede llegar a los calibres más grandes; peor aún poder ser no metafórico y sacan un revolver (que varios han usado en el pasado). A este nivel hemos llegado, o peor descendido.

Es posible que algunos amantes de la historia comenten que no han sido solo una o dos (como solo recordarán los más jóvenes) las veces en las cuales a través del voto osado e irreverente se han dado los cambios requeridos por el momento. Que Valledupar y el Cesar tienen un historial sólido de movimientos que por lo menos en las urnas han marcado el “No Más” que incitaba a lo que otros denominan revolución, y se han dado mandatos fuertes y soberanos que los recipientes últimos de los mismos han desechado por el drenaje del servilismo/utilitarismo personal ante la mirada atónita de los electores. Con el agravante de que esos mismos han terminado con unas fortunas súbitas de tan grandes proporciones que alcanza a cobijar a sus familiares y a algunos amigos de los que identifican como guardia pretoriana.

Es cierto que nos han decepcionado, es posible que otros más lo vuelvan a hacer; no obstante, toca persistir en el intento por encontrar funcionarios, dirigentes capaces y honestos; de aquellos que honraban los mandatos ciudadanos. Si alguno de ellos llegare a ser uno de nuestros amigos, mantengamos la vigencia del amor por nuestras instituciones, ciudad, departamento y recordémosle, o mejor exijámosle que nos devuelva una mejor gobernanza a la recibida. Seamos críticos, dejemos el comité de aplauso que tan flaco favor le ha hecho a nuestras instituciones, a nuestra democracia, ¡seamos sapos!