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Columnista - 7 julio, 2018

El cantante, un privilegiado

La balada es un género musical que impactó el gusto juvenil en nuestro país en la década de los años sesenta y setenta, cuyas estrellas del canto derretían a jóvenes de ambos sexos con los amorosos mensajes de sus muy bien elaboradas letras y melodías, teniendo como paradigmas al argentino Ramón “Palito” Ortega y la […]

La balada es un género musical que impactó el gusto juvenil en nuestro país en la década de los años sesenta y setenta, cuyas estrellas del canto derretían a jóvenes de ambos sexos con los amorosos mensajes de sus muy bien elaboradas letras y melodías, teniendo como paradigmas al argentino Ramón “Palito” Ortega y la puertorriqueña Lucecita Benítez.

Fue uno de los ritmos más fuertes en nuestro medio después del boom del rock’n’roll a partir de 1959 cuando el “Rock around the clock” de Bill Haley y sus cometas hizo furor aquí en Valledupar en aquellos alegres bailes de los barrios populares, donde los cocacolos con pantalón de bota ancha y zapatos con carramplones y media luna, rastrillaban en cruz y en zigzag, aquellos frenéticos aires que llegaban de la extranja, como dijo el viejo Cirino Castilla. Los juglares del acordeón con el formato tradicional de acordeón, caja y guacharaca trataban de contrarrestar aquella invasión sonora que de forma atrevida invadían el solar nativo. Es indudable que aquel impacto baladístico donde el vocalista era y sigue siendo figura central de esta expresión, cosechando aplausos, luces y admiración, fue el módulo que a partir de los años setenta tomaron los cantantes del vallenato en ese movimiento iniciado por Oñate, Zuleta, Diomedes y Rafa Orozco que conformaron un canal de penetración en el sentir del mundo vallenato, que al paso de los años ha venido seduciendo infinidad de jóvenes artistas que han contribuido a consolidar la figura del cantante vallenato ya apartado del formato original, pero que con su agrupación llega a convertirse en una música de masas es decir, música popular; que al ser comercializada representa un importante rubro de interés en la economía del país, como un verdadero negocio donde el cantante es figura primordial.

El rock conquistó el mundo y mantiene su vigencia, la balada perdió el esplendor de años anteriores y la bachata de reciente aparición, después de su bulla pasajera hoy es oxigenada por autores vallenatos con románticas canciones adecuadas a este ritmo.

La salsa no pasa de moda y ya disperso el huracán merenguero aumenta cada día la dimensión y el espacio del vallenato en su paso victorioso por todos los países de habla hispana, en gracia de ser un género musical que seduce fácilmente a jóvenes y adultos por sus melodías, el mensaje de sus letras, el nivel musical de sus intérpretes y ante todo por las excelsas virtudes vocales de sus cantantes, algunos ya con visos de luminarias en la farándula del continente. Afortunadamente para el acordeonero, los festivales vallenatos le permiten seguir siendo el rey y mantener la tradición juglaresca que en el ámbito folclórico es el soberano absoluto. Uno con otro se complementan, pero la gente del disco en sus campañas publicitarias solo privilegian al vocalista sin tener en cuenta que para que éste se luzca, necesariamente tiene que afincarse en el compositor y en el acordeonero y sus acompañantes.

Columnista
7 julio, 2018

El cantante, un privilegiado

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Julio C. Oñate M.

La balada es un género musical que impactó el gusto juvenil en nuestro país en la década de los años sesenta y setenta, cuyas estrellas del canto derretían a jóvenes de ambos sexos con los amorosos mensajes de sus muy bien elaboradas letras y melodías, teniendo como paradigmas al argentino Ramón “Palito” Ortega y la […]


La balada es un género musical que impactó el gusto juvenil en nuestro país en la década de los años sesenta y setenta, cuyas estrellas del canto derretían a jóvenes de ambos sexos con los amorosos mensajes de sus muy bien elaboradas letras y melodías, teniendo como paradigmas al argentino Ramón “Palito” Ortega y la puertorriqueña Lucecita Benítez.

Fue uno de los ritmos más fuertes en nuestro medio después del boom del rock’n’roll a partir de 1959 cuando el “Rock around the clock” de Bill Haley y sus cometas hizo furor aquí en Valledupar en aquellos alegres bailes de los barrios populares, donde los cocacolos con pantalón de bota ancha y zapatos con carramplones y media luna, rastrillaban en cruz y en zigzag, aquellos frenéticos aires que llegaban de la extranja, como dijo el viejo Cirino Castilla. Los juglares del acordeón con el formato tradicional de acordeón, caja y guacharaca trataban de contrarrestar aquella invasión sonora que de forma atrevida invadían el solar nativo. Es indudable que aquel impacto baladístico donde el vocalista era y sigue siendo figura central de esta expresión, cosechando aplausos, luces y admiración, fue el módulo que a partir de los años setenta tomaron los cantantes del vallenato en ese movimiento iniciado por Oñate, Zuleta, Diomedes y Rafa Orozco que conformaron un canal de penetración en el sentir del mundo vallenato, que al paso de los años ha venido seduciendo infinidad de jóvenes artistas que han contribuido a consolidar la figura del cantante vallenato ya apartado del formato original, pero que con su agrupación llega a convertirse en una música de masas es decir, música popular; que al ser comercializada representa un importante rubro de interés en la economía del país, como un verdadero negocio donde el cantante es figura primordial.

El rock conquistó el mundo y mantiene su vigencia, la balada perdió el esplendor de años anteriores y la bachata de reciente aparición, después de su bulla pasajera hoy es oxigenada por autores vallenatos con románticas canciones adecuadas a este ritmo.

La salsa no pasa de moda y ya disperso el huracán merenguero aumenta cada día la dimensión y el espacio del vallenato en su paso victorioso por todos los países de habla hispana, en gracia de ser un género musical que seduce fácilmente a jóvenes y adultos por sus melodías, el mensaje de sus letras, el nivel musical de sus intérpretes y ante todo por las excelsas virtudes vocales de sus cantantes, algunos ya con visos de luminarias en la farándula del continente. Afortunadamente para el acordeonero, los festivales vallenatos le permiten seguir siendo el rey y mantener la tradición juglaresca que en el ámbito folclórico es el soberano absoluto. Uno con otro se complementan, pero la gente del disco en sus campañas publicitarias solo privilegian al vocalista sin tener en cuenta que para que éste se luzca, necesariamente tiene que afincarse en el compositor y en el acordeonero y sus acompañantes.