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Crónica - 10 junio, 2020

El amor en tiempos de exploración y explotación petrolera

Los cachacos, sabidos de que su estancia en ese lugar podía extenderse por años, buscaron hacer parte de la comunidad. Salameros, coquetos, algunos apuestos, fueron conquistando el corazón de jóvenes de la población. Algunos de los enamorados, al poco tiempo de amores conformaron uniones de hechos con mujeres pivijayeras.

El juglar Juancho Polo Valencia grabó, en 1973, el paseo llamado ‘La Soconi’, lo hizo para el sello disquero Fuentes, es la canción número tres del lado A del disco de larga duración ‘El Divorcio’. En ella el acordeonero, cantante y compositor nos abre las puertas a lo sucedido en Pivijay, Magdalena, a mediados de los años cuarenta del siglo pasado, tras la llegada de los trabajadores de la empresa norteamericana exploradora y explotadora de petróleos, Socony Vacuum Oil Company.

Los habitantes de Pivijay, ubicado al centro del departamento del Magdalena, que para entonces no debían ser más de cuatro mil personas, vieron cómo los trabajadores, venidos especialmente del interior del país, se hicieron importantes en ese lugar, y tras serlo, comenzaron a conquistar el corazón de jóvenes mujeres pivijayeras. La historia cantada por Juancho Polo, fiel a su estilo, sencillo, no lineal, desordenado y guardando las reglas de la poesía tradicional, cuartetas rimantes o asonantes, no solo es la historia de Pivijay, es la de otros lugares de Colombia donde las compañías exploradoras y explotadoras de petróleos y sus trabajadores han llegado y tras partir han dejado cuentos, mujeres e hijos.

Pero antes de adentrarnos en la canción y su contenido, sabremos cómo llegó la compañía norteamericana a ese lugar.

LA CONCESIÓN PETROLERA

En 1942, el norteamericano James A. Tong solicitó al Ministerio de minas la concesión petrolera para la exploración y explotación de 47.743 hectáreas de tierras del municipio de Pivijay, y si era necesario, de Salamina y El Piñón, Magdalena. Un año después, el 21 de diciembre, fue firmado el contrato de concesión número 1304 cuyo objetivo fue la exploración con taladro y explotación de petróleo de esa área geográfica.

El 21 de febrero de 1944 se dio por iniciado el contrato en el que se consignaba, entre otros asuntos, que las tierras en las que podía hacerse la exploración y la explotación eran las baldías y aquellas adjudicadas con posterioridad al 28 de octubre de 1873. Es decir, todas las del municipio atendiendo la manera como, para entonces, eran adquiridas las tierras: por simple ocupación o compra que en su mayoría había sido hecha después de esa fecha.

La única que no sería materia de exploración ni de explotación era una superficie de 108.5 hectáreas, circunvecinas a Pivijay, hacia donde se creía iba a extenderse la población. Para la determinación y amojonamiento del espacio geográfico donde iban a realizar lo convenido, fijaron una pilastra en la población de Garrapata, desde donde trazaron las distintas coordenadas geográficas y el amojonamiento del territorio concesionado.

Esta no era la única concesión. El ministerio de minas contrató con Jaime Samper (Caraballo) y la compañía de petróleo La Perla otras exploraciones y explotaciones petroleras a realizarse en este municipio y la región aledaña. En total un millón de hectáreas de tierras fueron concesionadas en el departamento del Magdalena (Grande), incluyendo las de los municipios de Pedraza, Plato, Cerro de San Antonio, El Piñón, Salamina, Remolino y Sitionuevo.

Para cuando a James A. Tong le fue entregado parte del territorio del municipio de Pivijay, este había solicitado otra concesión, con igual objetivo, para ejecutarla en este mismo territorio y los de Salamina y El Piñón.

Pese a que Tong fue favorecido con el contrato, la maquinaria que llegó a Pivijay fue la de la Socony, lo que podría explicarse de la siguiente manera: era trabajabador o socio en Colombia para la multinacional.

LOS TRABAJADORES DE LA SOCONY EN PIVIJAY

La compañía, en Pivijay, se ubicó en cuatro lugares, entre ellos el teatro Colón, la vivienda de Teonitilde Ternera, donde estuvieron las oficinas, y una vivienda ubicada en la calle 10 donde estaba el parqueadero. La llegada de la compañía generó expectativas entre los pivijayeros, la búsqueda de petróleo en sus tierras era vista como el arribo del progreso y la posibilidad de que nativos de este lugar se engancharan en labores no especializadas, como sucedió.

Pero, también, pasó lo que ni los mejores analistas locales previeron: los trabajadores, especializados en el manejo de la maquinaria para explorar, camiones y otros automotores, en su mayoría, oriundos del interior del país, se convirtieron en el centro de atención de las jóvenes de ese lugar. Los que llegaron eran cachacos como acostumbramos a llamar a quienes viven después de El Banco, río Magdalena arriba, con características físicas distintas a la mayoría de habitante de esa localidad. Estos eran de piel color caramelo, pelo indio, con su dicción al hablar, con cara de gente de ciudad, y con el manejo de recursos económicos superiores a cualquier habitante de esa localidad que no tuviera la condición de ganadero o gran comerciante. 

Los cachacos, sabidos de que su estancia en ese lugar podía extenderse por años, buscaron hacer parte de la comunidad. También lo hicieron impulsados por las dificultades existentes para movilizarse continuamente hacia otros lugares del territorio nacional. Salameros, coquetos, algunos apuestos, fueron conquistando el corazón de jóvenes de la población. Algunos de los enamorados, apoyados en su capacidad económica, al poco tiempo de amores conformaron uniones de hechos con mujeres pivijayeras. A ellos se refiere Polo Valencia en su canto: –Digo que esta compañía, verdad que tiene plata, y se llevan las muchachas, asunto de medio día-.

Así como la exploración petrolera y gas se fue ampliando, en el tiempo y en el espacio geográfico, se fueron multiplicando las relaciones amorosas de “los soconeros” con las pivijayeras. Situación que llevó a que comentaristas locales, apostados en esquinas, en el parque, en el mercado público o en las puertas de las casas, se preguntaran qué iba a pasar con esos amores cuando la compañía se fuera. Uno de ellos era Juancho Polo, tal y como lo dice en su canción: –Las muchachas están creídas, que la Socony no se acaba-, sin dejar de advertir que cuando se fuera: –Unas quedarán paridas, otras quedan engañadas.

Como en la vida no hay fecha que no llegue, ni plazo que no se cumpla, la Socony se acabó, como dice Polo Valencia. James Tong ordenó que se levantaran los campamentos y la partida de las maquinaras y los trabajadores de Pivijay. Lo hizo porque mientras que en San Ángel, Magdalena, se explotaba un pozo petrolero, en Pivijay la exploración no daba los resultados esperados. Algunos dicen que encontraron gas, otros que petróleo, pero que por su estado no era apto para extraerlo.

Juancho Polo Valencia, quien para entonces debía tener 30 años de edad y era conocido en esa localidad por tocar acordeón en merengues y participar como bailador en ruedas de pajarito, debió ser testigo de la partida de la compañía, hecho que llamó ruido del carruaje, puesnarra en la canción que: Ya se fue la compañía, tiene al pueblo en movimiento.  

El ruido del carruaje trajo consecuencias para las relaciones amorosas nacidas en el tiempo de la concesión hecha a James Tong, debido a la partida de los trabajadores enamorados. Los que partían, mientras preparaban sus maletas, debieron prometer volver, debieron jurar amor eterno a sus enamoradas. Las que creyeron en el regreso quedaron llorando, aunque llenas de esperanzas. Algunos cumplieron lo prometido: volvieron y se quedaron, otros regresaron y después se fueron sin que jamás volvieran. Un grupo de trabajadores decidieron llevarse a sus parejas, las que según el acordeonista fueron treces, quienes pasado un tiempo-Estaban mandando cartas, que les manden el pasaje-. Otras, según la tradición oral, se desesperaron y fueron a buscar a sus enamorados, a lomo de burro, a Fundación, Magdalena, donde los trabajadores de la compañía se estacionaron.

En Pivijay por mucho tiempo se utilizó la palabra soconero para identificar a los hijos de los trabajadores de la compañía petrolera, sin diferenciar entre los que fueron reconocidos y los que, por falta de este requisito legal, debieron llevar el apellido de sus madres. De ese tiempo quedaron apellidos como: Rojas, Silva, Pinzón, Romero, Suárez, López, Halen y Ramos, asegura el abogado y residente en ese lugar, Martín Luciano Restrepo.

El ruido y las consecuencias que al partir dejan las compañías de exploración y explotación petrolera en los lugares del país donde se han ubicado, es resumido por Juancho Polo, en una frase colmada de sarcasmo: -A todo el que le dolía, solo le ha quedado el ungüento-.

Por Álvaro de Jesús Rojano Osorio.

Crónica
10 junio, 2020

El amor en tiempos de exploración y explotación petrolera

Los cachacos, sabidos de que su estancia en ese lugar podía extenderse por años, buscaron hacer parte de la comunidad. Salameros, coquetos, algunos apuestos, fueron conquistando el corazón de jóvenes de la población. Algunos de los enamorados, al poco tiempo de amores conformaron uniones de hechos con mujeres pivijayeras.


El juglar Juancho Polo Valencia grabó, en 1973, el paseo llamado ‘La Soconi’, lo hizo para el sello disquero Fuentes, es la canción número tres del lado A del disco de larga duración ‘El Divorcio’. En ella el acordeonero, cantante y compositor nos abre las puertas a lo sucedido en Pivijay, Magdalena, a mediados de los años cuarenta del siglo pasado, tras la llegada de los trabajadores de la empresa norteamericana exploradora y explotadora de petróleos, Socony Vacuum Oil Company.

Los habitantes de Pivijay, ubicado al centro del departamento del Magdalena, que para entonces no debían ser más de cuatro mil personas, vieron cómo los trabajadores, venidos especialmente del interior del país, se hicieron importantes en ese lugar, y tras serlo, comenzaron a conquistar el corazón de jóvenes mujeres pivijayeras. La historia cantada por Juancho Polo, fiel a su estilo, sencillo, no lineal, desordenado y guardando las reglas de la poesía tradicional, cuartetas rimantes o asonantes, no solo es la historia de Pivijay, es la de otros lugares de Colombia donde las compañías exploradoras y explotadoras de petróleos y sus trabajadores han llegado y tras partir han dejado cuentos, mujeres e hijos.

Pero antes de adentrarnos en la canción y su contenido, sabremos cómo llegó la compañía norteamericana a ese lugar.

LA CONCESIÓN PETROLERA

En 1942, el norteamericano James A. Tong solicitó al Ministerio de minas la concesión petrolera para la exploración y explotación de 47.743 hectáreas de tierras del municipio de Pivijay, y si era necesario, de Salamina y El Piñón, Magdalena. Un año después, el 21 de diciembre, fue firmado el contrato de concesión número 1304 cuyo objetivo fue la exploración con taladro y explotación de petróleo de esa área geográfica.

El 21 de febrero de 1944 se dio por iniciado el contrato en el que se consignaba, entre otros asuntos, que las tierras en las que podía hacerse la exploración y la explotación eran las baldías y aquellas adjudicadas con posterioridad al 28 de octubre de 1873. Es decir, todas las del municipio atendiendo la manera como, para entonces, eran adquiridas las tierras: por simple ocupación o compra que en su mayoría había sido hecha después de esa fecha.

La única que no sería materia de exploración ni de explotación era una superficie de 108.5 hectáreas, circunvecinas a Pivijay, hacia donde se creía iba a extenderse la población. Para la determinación y amojonamiento del espacio geográfico donde iban a realizar lo convenido, fijaron una pilastra en la población de Garrapata, desde donde trazaron las distintas coordenadas geográficas y el amojonamiento del territorio concesionado.

Esta no era la única concesión. El ministerio de minas contrató con Jaime Samper (Caraballo) y la compañía de petróleo La Perla otras exploraciones y explotaciones petroleras a realizarse en este municipio y la región aledaña. En total un millón de hectáreas de tierras fueron concesionadas en el departamento del Magdalena (Grande), incluyendo las de los municipios de Pedraza, Plato, Cerro de San Antonio, El Piñón, Salamina, Remolino y Sitionuevo.

Para cuando a James A. Tong le fue entregado parte del territorio del municipio de Pivijay, este había solicitado otra concesión, con igual objetivo, para ejecutarla en este mismo territorio y los de Salamina y El Piñón.

Pese a que Tong fue favorecido con el contrato, la maquinaria que llegó a Pivijay fue la de la Socony, lo que podría explicarse de la siguiente manera: era trabajabador o socio en Colombia para la multinacional.

LOS TRABAJADORES DE LA SOCONY EN PIVIJAY

La compañía, en Pivijay, se ubicó en cuatro lugares, entre ellos el teatro Colón, la vivienda de Teonitilde Ternera, donde estuvieron las oficinas, y una vivienda ubicada en la calle 10 donde estaba el parqueadero. La llegada de la compañía generó expectativas entre los pivijayeros, la búsqueda de petróleo en sus tierras era vista como el arribo del progreso y la posibilidad de que nativos de este lugar se engancharan en labores no especializadas, como sucedió.

Pero, también, pasó lo que ni los mejores analistas locales previeron: los trabajadores, especializados en el manejo de la maquinaria para explorar, camiones y otros automotores, en su mayoría, oriundos del interior del país, se convirtieron en el centro de atención de las jóvenes de ese lugar. Los que llegaron eran cachacos como acostumbramos a llamar a quienes viven después de El Banco, río Magdalena arriba, con características físicas distintas a la mayoría de habitante de esa localidad. Estos eran de piel color caramelo, pelo indio, con su dicción al hablar, con cara de gente de ciudad, y con el manejo de recursos económicos superiores a cualquier habitante de esa localidad que no tuviera la condición de ganadero o gran comerciante. 

Los cachacos, sabidos de que su estancia en ese lugar podía extenderse por años, buscaron hacer parte de la comunidad. También lo hicieron impulsados por las dificultades existentes para movilizarse continuamente hacia otros lugares del territorio nacional. Salameros, coquetos, algunos apuestos, fueron conquistando el corazón de jóvenes de la población. Algunos de los enamorados, apoyados en su capacidad económica, al poco tiempo de amores conformaron uniones de hechos con mujeres pivijayeras. A ellos se refiere Polo Valencia en su canto: –Digo que esta compañía, verdad que tiene plata, y se llevan las muchachas, asunto de medio día-.

Así como la exploración petrolera y gas se fue ampliando, en el tiempo y en el espacio geográfico, se fueron multiplicando las relaciones amorosas de “los soconeros” con las pivijayeras. Situación que llevó a que comentaristas locales, apostados en esquinas, en el parque, en el mercado público o en las puertas de las casas, se preguntaran qué iba a pasar con esos amores cuando la compañía se fuera. Uno de ellos era Juancho Polo, tal y como lo dice en su canción: –Las muchachas están creídas, que la Socony no se acaba-, sin dejar de advertir que cuando se fuera: –Unas quedarán paridas, otras quedan engañadas.

Como en la vida no hay fecha que no llegue, ni plazo que no se cumpla, la Socony se acabó, como dice Polo Valencia. James Tong ordenó que se levantaran los campamentos y la partida de las maquinaras y los trabajadores de Pivijay. Lo hizo porque mientras que en San Ángel, Magdalena, se explotaba un pozo petrolero, en Pivijay la exploración no daba los resultados esperados. Algunos dicen que encontraron gas, otros que petróleo, pero que por su estado no era apto para extraerlo.

Juancho Polo Valencia, quien para entonces debía tener 30 años de edad y era conocido en esa localidad por tocar acordeón en merengues y participar como bailador en ruedas de pajarito, debió ser testigo de la partida de la compañía, hecho que llamó ruido del carruaje, puesnarra en la canción que: Ya se fue la compañía, tiene al pueblo en movimiento.  

El ruido del carruaje trajo consecuencias para las relaciones amorosas nacidas en el tiempo de la concesión hecha a James Tong, debido a la partida de los trabajadores enamorados. Los que partían, mientras preparaban sus maletas, debieron prometer volver, debieron jurar amor eterno a sus enamoradas. Las que creyeron en el regreso quedaron llorando, aunque llenas de esperanzas. Algunos cumplieron lo prometido: volvieron y se quedaron, otros regresaron y después se fueron sin que jamás volvieran. Un grupo de trabajadores decidieron llevarse a sus parejas, las que según el acordeonista fueron treces, quienes pasado un tiempo-Estaban mandando cartas, que les manden el pasaje-. Otras, según la tradición oral, se desesperaron y fueron a buscar a sus enamorados, a lomo de burro, a Fundación, Magdalena, donde los trabajadores de la compañía se estacionaron.

En Pivijay por mucho tiempo se utilizó la palabra soconero para identificar a los hijos de los trabajadores de la compañía petrolera, sin diferenciar entre los que fueron reconocidos y los que, por falta de este requisito legal, debieron llevar el apellido de sus madres. De ese tiempo quedaron apellidos como: Rojas, Silva, Pinzón, Romero, Suárez, López, Halen y Ramos, asegura el abogado y residente en ese lugar, Martín Luciano Restrepo.

El ruido y las consecuencias que al partir dejan las compañías de exploración y explotación petrolera en los lugares del país donde se han ubicado, es resumido por Juancho Polo, en una frase colmada de sarcasmo: -A todo el que le dolía, solo le ha quedado el ungüento-.

Por Álvaro de Jesús Rojano Osorio.