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Columnista - 15 octubre, 2018

El alma buena de la familia

Era mi primo hermano y era bueno. Tenía la más genuina de las sonrisas, de esas que hablan de alegría, del gusto de ver a las personas queridas, sin necesidad de palabras. Era Esteban, “El Cucho”, Orozco Sánchez, el que se fue calladito hacia el infinito y nos dejó un ejemplo de vida llena de […]

Era mi primo hermano y era bueno. Tenía la más genuina de las sonrisas, de esas que hablan de alegría, del gusto de ver a las personas queridas, sin necesidad de palabras. Era Esteban, “El Cucho”, Orozco Sánchez, el que se fue calladito hacia el infinito y nos dejó un ejemplo de vida llena de fortaleza.

Y sí que fue valiente al enfrentar una condición de salud desde cuando nació y que no le impidió hacer gratos sus días, de tal manera que estudió bachillerato y tres años de Contaduría, trabajó, disfrutó los días y los años y nunca se rindió, ni cuando su malestar lo fue desgastando, siempre lo vio como un proceso inherente a su vida.

“El Cucho”, gustaba del mundo de los gallos como buen hijo de Enriquito y Ezequiela; de suerte que aprendió a caminar agarrado de los guacales de la gallería de su casa, del patio extenso testigo de grandes reuniones familiares de las que él disfrutaba, porque gustaba de los buenos chistes y anécdotas que hoy se hacen memorables, afincados siempre en su fino sentido del humor.

Siempre que nos veíamos y me ‘embrujaba’ con su sonrisa, me recordaba a don Miguel de Unamuno: “Qué linda sonrisa, riza tu boca/ ¿tu corazón acaso tu mano toca?…”

Hay existencias que solo dejan el heroísmo de sus vidas, y ¿para qué más? Si son ejemplos que nos sirven de asideros en momentos difíciles; así el comportamiento del primo ante la dura vida fue íntegro, abrazó el dolor y le conoció su lado flaco y por ahí lo atacó y así lo mantuvo a raya, para que no le estropeara su vida plena.

Cada día al despertar sabía, en su fuero interno, que la lucha seguía y tomaba el valor, de la claridad, del verdor de los cerros, del canto de los gallos, del progreso en las calles que no se detiene, del café en la cocina, de la voz de su madre, de la vida misma, y enfrentaba la jornada con gozo.

Villanueva lo despidió impregnada de pesar y contagiada de la ternura que él siempre inspiró, la iglesia abarrotada de amigos que asistían a su adiós; fue un sol que se apagó, pero que se fue a iluminar su viaje eterno al infinito.

Sentido pésame a Ezequiela, a Augusto, a Diana, a Jorge Juan y a Josefina, siempre nos quedará el convencimiento de que Esteban fue el alma buena de la familia, que lo recordaremos con una sonrisa y pensaremos como Unamuno: “Lágrimas es lluvia desde el cielo / y es el viento / sollozo sin partida, pesar / la sombra sin ningún consuelo, / y lluvia y viento y sombra hacen la vida…”

Por Mary Daza Orozco

Columnista
15 octubre, 2018

El alma buena de la familia

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Mary Daza Orozco

Era mi primo hermano y era bueno. Tenía la más genuina de las sonrisas, de esas que hablan de alegría, del gusto de ver a las personas queridas, sin necesidad de palabras. Era Esteban, “El Cucho”, Orozco Sánchez, el que se fue calladito hacia el infinito y nos dejó un ejemplo de vida llena de […]


Era mi primo hermano y era bueno. Tenía la más genuina de las sonrisas, de esas que hablan de alegría, del gusto de ver a las personas queridas, sin necesidad de palabras. Era Esteban, “El Cucho”, Orozco Sánchez, el que se fue calladito hacia el infinito y nos dejó un ejemplo de vida llena de fortaleza.

Y sí que fue valiente al enfrentar una condición de salud desde cuando nació y que no le impidió hacer gratos sus días, de tal manera que estudió bachillerato y tres años de Contaduría, trabajó, disfrutó los días y los años y nunca se rindió, ni cuando su malestar lo fue desgastando, siempre lo vio como un proceso inherente a su vida.

“El Cucho”, gustaba del mundo de los gallos como buen hijo de Enriquito y Ezequiela; de suerte que aprendió a caminar agarrado de los guacales de la gallería de su casa, del patio extenso testigo de grandes reuniones familiares de las que él disfrutaba, porque gustaba de los buenos chistes y anécdotas que hoy se hacen memorables, afincados siempre en su fino sentido del humor.

Siempre que nos veíamos y me ‘embrujaba’ con su sonrisa, me recordaba a don Miguel de Unamuno: “Qué linda sonrisa, riza tu boca/ ¿tu corazón acaso tu mano toca?…”

Hay existencias que solo dejan el heroísmo de sus vidas, y ¿para qué más? Si son ejemplos que nos sirven de asideros en momentos difíciles; así el comportamiento del primo ante la dura vida fue íntegro, abrazó el dolor y le conoció su lado flaco y por ahí lo atacó y así lo mantuvo a raya, para que no le estropeara su vida plena.

Cada día al despertar sabía, en su fuero interno, que la lucha seguía y tomaba el valor, de la claridad, del verdor de los cerros, del canto de los gallos, del progreso en las calles que no se detiene, del café en la cocina, de la voz de su madre, de la vida misma, y enfrentaba la jornada con gozo.

Villanueva lo despidió impregnada de pesar y contagiada de la ternura que él siempre inspiró, la iglesia abarrotada de amigos que asistían a su adiós; fue un sol que se apagó, pero que se fue a iluminar su viaje eterno al infinito.

Sentido pésame a Ezequiela, a Augusto, a Diana, a Jorge Juan y a Josefina, siempre nos quedará el convencimiento de que Esteban fue el alma buena de la familia, que lo recordaremos con una sonrisa y pensaremos como Unamuno: “Lágrimas es lluvia desde el cielo / y es el viento / sollozo sin partida, pesar / la sombra sin ningún consuelo, / y lluvia y viento y sombra hacen la vida…”

Por Mary Daza Orozco