“Si alguno es sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradlo con espíritu de mansedumbre”. Gálatas 6,1.
Debido a la existencia de nuestra naturaleza pecaminosa, esa que vive dentro de nosotros, tenemos una clara tendencia hacia la maldad, cierta proclividad hacia hacer lo malo, lo deshonesto, lo corrupto, aquello que no lleva buen nombre y que es claramente violatorio de los preceptos divinos y legales.
Serán muchas, entonces, las ocasiones en las que debemos ser confrontados por nuestras conductas, a la vez que Dios nos pide que debemos estar dispuestos a confrontar y restaurar también a aquellos que han traspasado las fronteras de la Biblia. No obstante, considero pertinente alertar respecto a una importante distinción entre la disciplina y el juicio. La primera se basa en confrontar la conducta observada, se confronta el evento, se rechaza la acción o el acto mismo; pero, en el juicio se ataca la manera de ser, a la persona misma. Jesús modeló para nosotros y supo distinguir entre el pecado y el pecador, y aun cuando rechazó el pecado, siempre amó al pecador.
La Biblia nos instruye para que confrontemos a los demás respecto de las faltas e inconsistencias que observamos, pero no nos permite juzgar su manera de ser. “No juzguéis, para que no seáis juzgados”. En el prologo del Evangelio de San Juan se dice que: “En el principio era el verbo… y el verbo era Dios”; advirtiendo que el énfasis debe estar puesto en el ser y no en el hacer.
Así, por ejemplo, la mentira. Si yo confronto la mentira puntual de alguien y lo hago responsable de rendir cuentas basándome en la observancia de los hechos, puedo disciplinar. Pero si yo lo declaro un mentiroso estoy atacando su manera de ser y rotulándolo con un juicio de valor que abarca la totalidad de su ser, basándome solamente en un acto violatorio.
Amados amigos, cuando hacemos juicios de valor no corregimos, disciplinamos ni edificamos, sino que destrozamos la identidad del ser de la persona y transmitimos condenación y poco ayudamos a la restauración de su problema. También, cuando persistimos en las faltas de manera recurrente y asumimos conductas no deseables de manera consuetudinaria a pesar de haber sido confrontados por nosotros mismos o por alguien más, estamos generando una confusión entre el ser y el hacer.
Desde la perspectiva divina, esa naturaleza pecaminosa que tiende al mal y es proclive a las malas conductas es una parte de mí, pero no soy yo totalmente. Es decir, es posible caer en alguna falta, sin que adoptemos el adjetivo calificativo que estigmatiza y destruye nuestro ser interior.
En fin, debemos tener en cuenta que somos responsables de rendir cuentas por nuestras conductas, pero no se nos permite denigrar de las personas ni destruir su ser interior creado a la imagen de Dios.
Mi oración para que Dios nos permita cuidar y disciplinar en amor a aquellos que estén bajo nuestro cuidado y responsabilidad, con la certeza que al final, final, la misericordia triunfa sobre el juicio.
Un abrazo cariñoso en Cristo…